A SANGRE FRÍA. 1959. 80´. B/N.
Dirección: Juan Bosch; Guión: Juan Bosch y Germán Lorente; Dirección de fotografía: Sebastián Perera; Montaje: María Rosa Ester; Música: José Solá; Producción: Enrique Esteban y Germán Lorente, para Este Films-Urania Films (España)
Intérpretes: Arturo Fernández (Manuel); Gisia Paradís (Isabel); Carlos Larrañaga (Carlos); Fernando Sancho (Enrique); Miguel Ángel (Antonio); María Mahor (María); Aurelio Pardo, Manuel Cano, José Dacosta, Ángela Ros, Juan Carlos Monterrey, José Luis Barcelona, Salvador Muñoz, Linda Chacón.
Sinopsis: Un joven, que vive en la periferia de Barcelona, desea una vida más holgada que la que le espera en empleos corrientes. Para ello, decide participar en el atraco a la fábrica textil en la que trabajó.
Concebidas como productos de acción de bajo presupuesto, cuyo destino era complementar los programas dobles de las salas de exhibición, a la postre los dramas de intriga criminal fueron, salvo honrosas excepciones, el género que produjo películas de mayor calidad en la España de los 50 y los primeros años 60. A rebufo de éxitos recientes como Distrito quinto, que al igual que muchos films emblemáticos del cine negro patrio se rodó en Barcelona, Germán Lorente se encargó de coescribir y producir A sangre fría, obra en la misma línea que la anteriormente mencionada y que, años más tarde, perdió su título original debido a presiones de la Warner, que, como todas las grandes productoras de Hollywood, siempre ha demostrado su amor por la libre competencia, y se llevó para sí la traducción más fiel para la adaptación cinematográfica de la novela de Truman Capote que tenía lista para el estreno. Debido a ello, la película que nos ocupa fue conocida como Trampa al amanecer. Bosch, un artesano de filmografía poco distinguida, logró con A sangre fría su mejor obra.
Como otras tantas películas policíacas de la época, A sangre fría sigue los cánones marcados por el cine negro estadounidense, tanto en personajes como en desarrollo narrativo, aunque con dos diferencias fundamentales que revelan su origen europeo, y en concreto el influjo del noir francés, que por entonces vivía una era de esplendor: ni en la estética del film ni en la puesta en escena de Juan Bosch se aprecian rasgos expresionistas, omnipresentes en el cine negro llegado desde más allá del Atlántico; tampoco nos hallamos ante una obra de estudio, pues toda ella se todó en escenarios naturales de Barcelona y provincia, hasta el punto de que en su tercio final desaparece por completo el entorno urbano, casi imprescindible en esta clase de cine. Por otra parte, en la capital secuencia del atraco, rodada con mucha eficacia por Bosch y destacable por su práctica ausencia de diálogos, la influencia de Rififí es manifiesta. En lo que sí se aprecian los lazos con Norteamérica es en la pretensión moralizante, marcada en los Estados Unidos por los dictados del Código Hays, y al sur de los Pirineos por los designios de la censura franquista, que aún así asfixió menos a esta clase de películas que a casi todas las otras que se filmaban en España. Un factor común en el cine negro (no sólo) patrio, es el protagonismo de un hombre joven en el que se juntan las grandes ambiciones y las escasas ganas de dar un palo al agua para materializarlas. En este caso, el hombre es Carlos, que renuncia a un empleo mal pagado en una empresa textil y, a través de una antigua estrella del boxeo en pleno derrumbe vital, contacta con unos expertos atracadores, a quienes propone un robo en su antiguo lugar de trabajo. Consumado el golpe, que se salda con dos víctimas imprevistas, las desconfianzas y traiciones entre sus perpetradores les llevarán a la tragedia.
Otro rasgo arquetípico en A sangre fría es el rol de la mujer: santa (María, la novia de Carlos, que trata en vano de alejarle del mal camino) o puta (Isabel, la rubia amante del ex-boxeador, que le traiciona después de haber seducido al joven y siempre está dispuesta a cambiar de caballo si eso la beneficia). Hasta el precipitado final, la presencia de la policía en la trama es poco menos que anecdótica, y lo relevante es mostrar cómo se emponzoñan las relaciones entre los personajes principales antes, durante y después del atraco, al tiempo que el protagonismo vira desde el joven aprendiz de delincuente hacia Manuel, el cerebro y líder del grupo. Los escenarios naturales (para quien esto escribe, la película tiene un valor añadido, pues muestra cómo era la periferia barcelonesa en el período en el que sus antepasados llegaron a la ciudad) permiten obviar la escasez de medios, y lo peor, con toda seguridad, son las acartonadas escenas que comparten Carlos y su novia. Bosch, en el que era su segundo largometraje, aporta un trabajo sólido, apoyado en la notable fotografía de Sebastián Perera, de corte eminentemente naturalista, en la línea del que había sido su mejor trabajo hasta la fecha, la magnífica Surcos. Buena nota para la banda sonora, de corte jazzístico, de José Solá, en la que era su segunda partitura para el cine.
Se da la circunstancia de que el terceto protagonista había coincidido poco antes en otra película, la interesante Un vaso de whisky. El más experto de todos ellos era Arturo Fernández, quien ya había destacado en el drama y la comedia y que, a diferencia del galán maduro que permanece en la memoria popular, hizo algunos destacados papeles de malvado en el cine negro barcelonés de la época que se hallan entre los mejores de su carrera. Aquí se luce en el rol de un delincuente duro y elegante, si bien en la escena de la habitación del motel, que comparte con la mujer fatal y el hombre en el que confía para atravesar la frontera, desluce un tanto su actuación debido a su sempiterna tendencia al exceso. Gisia Paradís, malograda belleza de origen aragonés, asume uno de los escasos papeles protagonistas de su breve carrera, y lo hace dando vida con estilo a una femme fatale al estilo clásico, perversa y calculadora. Por su parte, Carlos Larrañaga, perteneciente a una longeva dinastía de actores, exhibe un buen nivel en un rol que tiene algo de vitelloni felliniano arrastrado a la mala vida y en su último tren hacia la redención. Notable trabajo de ese actor incansable que fue Fernando Sancho, aquí en la piel de una antigua gloria derrotada por la vida que, a diferencia de quienes le rodean, conoce el significado de la palabra lealtad.
Buena película, que pertenece a un género menospreciado, pero con títulos muy a tener en cuenta. A sangre fría no es Distrito quinto, pero consigue acercársele.