THE MATINEE IDOL. 1928. 56´. B/N.
Dirección: Frank Capra; Guión: Elmer Harris, basado en la historia original de Robert Lord y Ernest Pagano Come back to Aaron; Dirección de fotografía: Philip Tannura; Montaje: Arthur Roberts; Música: Robert Israel (Versión restaurada); Dirección artística: Robert E. Lee; Producción: Harry Cohn, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Bessie Love (Ginger Bolivar); Johnnie Walker (Don Wilson/Harry Mann); Lionel Belmore (Jasper Bolivar); Ernest Hilliard (Arnold Wingate); David Mir (Eric Barrymaine); Sidney Bracey, Mary Gordon, Dorothy Vernon, Joe Bordeaux, Sidney D´Albrook.
Sinopsis: Un célebre actor de Broadway, que realiza sus representaciones con la cara pintada de negro, parte de vacaciones con sus amigos para relajarse. Por el camino, su coche se estropea cerca de un pequeño pueblo en el que una modesta compañía teatral interpreta un drama sobre la Guerra de Secesión.
Quienes, a diferencia de un servidor, conocen bien la etapa muda de Frank Capra, suelen coincidir en que The matinee idol es su mejor película de este período. Considerada perdida durante varias décadas, en los 90 apareció una copia en la Cinemateca Francesa, a la que le faltan unos cinco minutos del metraje original, que fue restaurada y es la versión que podemos disfrutar hoy día.
The matinee idol es una comedia dramática ambientada en el mundo del teatro, cuya trama se basa en la confusión de identidades y que encierra unas dosis de amargura poco frecuentes en el cine de Capra. Es difícil entender esta película obviando el reciente éxito de El cantor de jazz, la primera película sonora de la historia, estrenada el año anterior. En ella, un artista de raza blanca, Al Jolson, interpretaba a un vocalista de jazz con el rostro pintado de negro, algo muy usual en esos tiempos, y en toda la historia del teatro, y que en la actualidad es visto como una palmaria muestra de racismo. Don Wilson, el protagonista masculino de The matinee idol, es una estrella de Broadway que sale al escenario con la misma estética que Jolson. Todo un ídolo del público femenino, el actor se toma un período de descanso para irse al campo con unos amigos, para, entre otras cosas, huir del acoso al que le someten sus fans. Un golpe del azar hace que el coche en el que viajan les deje tirados en mitad del camino, muy cerca de un paraje en el que una pequeña compañía teatral de provincias trata de salir adelante. Como quiera que uno de los actores secundarios abandona su puesto, la hija del dueño del grupo de teatro improvisa un casting para hallar a su sustituto. La estrella, que poco tiene que hacer mientras no le arreglan el coche, se pone en la cola y resulta contratada. La obra, un drama sobre la Guerra de Secesión, se ejecuta con bastante más voluntad que acierto. Entre los amigos de Don, que asisten a la función, hay un empresario teatral que encuentra ese despropósito escénico muy divertido, con lo que decide contratar a la compañía para actuar en Broadway.
Soy de los que piensan que la torpeza humana, cuando no provoca una tragedia, es muy cómica, pero Capra adopta la postura contraria y ensalza el trabajo de unos actores aficionados bastante incompetentes, pero entregados a su pasión, que suplen con entusiasmo su falta de medios (y de pericia), y llevan el entretenimiento a poblaciones muy lejanas a las luces de neón y las alfombras rojas de los grandes escenarios. Es conmovedora la reacción del jefe de la compañía cuando ve que el drama bélico que ha escrito para conmover al público, y que en los pueblos lo logra, provoca hilaridad entre los espectadores de Broadway. Todavía mejor es la escena siguiente, en la que su hija, creyendo que el hombre, enfermo, no pudo asistir al estreno, intenta ahorrarle la humillación y le narra el éxito obtenido, pero no su causa. Don, que ha participado del cachondeo de sus iguales, se siente culpable porque, al margen de las fans, los lujosos camerinos y los trajes caros, ama su profesión, y se enamora de esa mujer apasionada por el teatro que prefiere al actor mediocre que a la estrella, creyendo que ambos son personas distintas. Capra, que en obras más populares no dudó en recurrir a la sensiblería y la lágrima fácil, demuestra aquí auténtica sensibilidad, al margen de deleitarnos con un último plano maravilloso, que justifica por sí solo el visionado de la película y hace sentir gratitud hacia quienes la reencontraron y restauraron. Un montaje magnífico y una fotografía de calidad completan un excelente film que, en su versión restaurada, ofrece una virtud añadida, porque la banda sonora, compuesta por Robert Israel, es notable.
Bessie Love, actriz con una de las carreras más longevas de la historia, pues abarca ocho décadas, es la verdadera estrella del reparto, porque aprovecha a la perfección las posibilidades de un personaje que le permite mostrar fuerza dramática (ahí queda su interpelación al público que ríe cuando no debe), mucha energía, y a la vez ser romántica, vulnerable y divertida. Johnnie Walker, actor con nombre de celebérrimo whisky, fue uno de tantos intérpretes que brillaron en el cine mudo, y perdieron su sitio con la llegada del sonoro. Su trabajo no muestra la riqueza del de su compañera, pero es digno y no desentona en los cambios de identidad y registro, lo que le hace resultar verosímil en todo momento. El británico Lionel Belmore, a quien muchos recordamos por Frankenstein, lleva a cabo una interpretación conmovedora, algo excesiva como suele suceder en los films mudos, pero que deja huella. Buen trabajo de Ernest Hilliard, otro actor que tuvo roles más relevantes en el período mudo. Destacar la aparición de Joe Bordeaux, secundario ya desde los tiempos de la Keystone.
Gran película, todo un descubrimiento para quienes no la conozcan. A quienes desprecian o ignoran las películas mudas o en blanco negro, les compadezco, de verdad.