
Sigo a Al di Meola desde hace muchísimos años, pero hasta ayer no tuve la oportunidad de verle actuar en directo. Fue en la sala ahora llamada Paral·lel 62, en la avenida del mismo nombre. Más de medio siglo de virtuosismo guitarrero avala al artista estadounidense, que continúa mantendiendo un alto ritmo de producción a sus 71 años. El pretexto para la primera visita de Al di Meola a Barcelona en veinte años era la presentación de su álbum más reciente, Twenty four, grabación que deja muy claro que este guitarrista, lejos de vivir de sus antiguos éxitos, todavía tiene muchas cosas que decir. Así lo demostró en la Ciudad Condal.
Di Meola se presentó al frente de su Acoustic Trio, en compañía del guitarrista sardo Paolo Peo Alfonsi, y del percusionista español Sergio Martínez. Sin llegar al lleno, el aspecto de la sala invitaba a ver un buen espectáculo, y a ello se dedicaron el líder y su banda desde la primera canción, que fue la dedicada hace más de un cuarto de siglo al pintor italiano Andrea Vizzini, algunas de cuyas obras fueron proyectadas en el escenario. Si en sus inicios Di Meola conquistó a muchos fanáticos del jazz y el rock por su velocidad y técnica, con los años su estilo se ha vuelto más intimista y menos vertiginoso. Pero cuando uno, a la edad en la que muchos músicos sólo son capaces de reproducir sus viejos éxitos con más o menos dignidad, es capaz de componer y grabar piezas como Fandango, que fue el segundo tema que se oyó en el concierto, puede decir muy alto que está por encima de la condición de vieja gloria. Mientras se sucedían las canciones, detrás de los músicos se proyectaban imágenes para ilustrarlas. De ellas surgió también la emoción, pues se vieron fotografías de Return to Forever, el grupo que lanzó a la fama al guitarrista, con el añorado Chick Corea, y otras que rememoraban sus encuentros con el genio Paco de Lucía. Di Meola recordó su primera visita a España, en la gira europea posterior a su ingreso en Return to Forever, cuando todo el mundo hablaba de un joven prodigio de la guitarra flamenca. Aconsejado por algunos entendidos, el estadounidense quiso comprar algún disco de ese músico para él desconocido, así que fue a El Corte Inglés, se llevó los álbums que pudo encontrar y se dijo: «Tengo que tocar con ese tipo algún día». El resto, ya lo saben.
El concierto, que fue extenso y tuvo un intermedio, ofreció un alto nivel de calidad, como se apreció en la interpretación del tema que el líder dedicó a su hija, Ava´s dance in the moonlight, o en el homenaje a los Beatles que fue In my life. Aunque se dosifica, y en su música más reciente prevalece la introspección, quedó claro que Al di Meola no ha perdido esa digitación prodigiosa que le hizo célebre. A poco del final, apareció en escena ese gran músico que es Rodrigo Pahlen, que en este caso se encargó de acompañar al trío con la armónica. Con él, y la única concesión de Di Meola a los éxitos de sus primeros años, que fue Mediterranean sundance, se cerró entre ovaciones un concierto que colmó mis altas expectativas. El guitarrista, que en alguna de sus alocuciones al respetable mostró su animadversión hacia Donald Trump, se despidió diciendo que la música es una liberación y un bálsamo para sobrevivir en este mundo desquiciado. No le falta razón.
Una muestra de lo que es hoy el arte de Al di Meola:
Interpretando a otro de sus ídolos, Astor Piazzolla:
Sí, la música es una inmensa liberación. No soy un gran entusiasta del tipo de música que hace Di Meola, pero la aprecio y sobre todo comparto plenamente el sentido del título del artículo. También me ha gustado la mención a Rodrigo Pahlen. Conocí a quien creo era su abuelo, Kurt Pahlen, un gran músico, pedagogo y erudito de la música clásica, así como una persona de indiscutible valía, de quien guardo un afectuoso recuerdo. Gracias por la reseña. Un codrial saludo.
No conozco a Kurt Pahlen. Investigaré, porque todo lo que tenga que ver con la música, que en efecto es un antídoto muy eficaz contra la sinrazón de los tiempos, me interesa. Un saludo.