
EL COCHECITO. 1960. 85´. B/N.
Dirección: Marco Ferreri; Guión: Rafael Azcona y Marco Ferreri, basado en el relato El paralítico, de Rafael Azcona; Dirección de fotografía: Juan Julio Baena; Montaje: Pedro del Rey; Música: Miguel Asins Arbó; Dirección artística: Antonio Cortés; Producción: Pedro Portabella, para Films 59-Portabella Films (España)
Intérpretes: José Isbert (Don Anselmo); Pedro Porcel (Don Carlos); José Luis López Vázquez (Alvarito); María Luisa Ponte (Doña Matilde); José A. Lepe (Don Lucas); Ángel Álvarez (Álvarez); Antonio Gavilán (Don Hilario); María Isbert (Andrea); Chus Lampreave (Yolanda); Antonio Riquelme (Doctor); Carmen Santonja, Eusebio Moreno, Tiburcio Cámara, José Luis Heredia, Anteno, Andrea Moro, Jesusa de Castro.
Sinopsis: Un alto funcionario retirado vive con su familia en un piso madrileño. Su grupo de amigos, casi todos impedidos, se trasladan con sillas de ruedas eléctricas, y el anciano se obsesiona con tener una de ellas.
Marco Ferreri puso fin a la trilogía de películas que rodó en España para iniciar su carrera como director con El cochecito, una cruda sátira en la que el cineasta italiano volvió a colaborar con el sumo sacerdote de los guionistas patrios, Rafael Azcona, autor del relato en el que se basa un film que, como El pisito y Los chicos, estuvo lejos de ser un éxito de taquilla en su estreno y sufrió problemas con la censura, que entre otras cosas impuso un final alternativo que intentaba en vano edulcorar una obra cuyo tono no podía ser más negro. A diferencia de las anteriores, El cochecito sí tuvo repercusión internacional, obteniendo el galardón que la prensa otorga en el festival de Venecia. Hoy, esta película figura en todas las listas de las mejores de la historia del cine español.
No siempre los autores aciertan al definir sus obras, pero en esta ocasión fue el propio Rafael Azcona quien ofreció el análisis más breve y certero sobre El cochecito, al calificarla como tragedia grotesca. Este análisis me parece mucho más acertado que el más mayoritario, que se conforma con la socorrida calificación de comedia negra, obviando que la película tiene mucho más de lo segundo que de lo primero. En efecto, en lo que se cuenta en esta obra lo trágico prevalece con claridad sobre lo cómico, pero sucede que la acción se ubica en España, lugar en el que, en lo que al arte se refiere, la búsqueda del realismo aconseja huir de dramas solemnes. Con idéntico argumento, Ingmar Bergman o cualquier otro cineasta nórdico, eslavo o centroeuropeo hubiese empleado un tono mucho más serio, pero España es, por definición, tragicómica. Y eso, tanto Azcona como Ferreri, nacido en Italia, el país que más se nos parece, lo captaron a la perfección. El cochecito es, a mi juicio, una de las películas de espíritu más quevediano que se hayan rodado. No hay en ella un personaje positivo, en el sentido más actual del término, y resulta difícil derramar más vitriolo sobre una sociedad que en esta obra rebosante de misantropía. Muchos han visto en este film una sátira de la España franquista, y en verdad la hay, pero creo que la cosa va más allá, quedando claro que, a la hora de analizar entes tan complejos como las sociedades, lo primero que hay que tener claro es que están compuestas de un material humano harto defectuoso. El mundo está en piso pequeñoburgués de Madrid, donde se apiñan Don Anselmo, un anciano viudo y terriblemente solo, con un hijo ingrato y de temperamento gris, una nuera perpetuamente avinagrada, una nieta superficial que estudia francés sólo para aparentar sofisticación, y su novio, un letrado de tres al cuarto y naturaleza parásita. Fuera de esas paredes, hallamos al círculo de amistades del anciano, personajes a los que la edad, las enfermedades o el infortunio genético mantienen postrados en una silla de ruedas. Ese heterodoxo grupo huye de sus miserias a fuerza de organizar actividades lúdicas, a las que acuden a lomos de sus artilugios motorizados. Don Anselmo, que carece de una silla de ruedas porque en realidad no la necesita, se ve marginado, a un palmo de la soledad definitiva, y cree que el modo de evitarla es adquirir uno de esos ingenios, en principio reservados a los impedidos, convirtiendo ese deseo, que sacará a la luz la mezquindad de su familia, en obsesión.
Tradiciones hispánicas como la picaresca, personificada en el redicho protésico, o el esperpento, se encuentran en El cochecito, que por otro lado se muestra inmisericorde con otras instituciones sacralizadas, como la familia, pero también con la amistad. No sabemos quién fue Don Anselmo antes de la vejez, pero podemos intuirlo por el escaso apego que existe entre él y sus presuntos seres queridos, o en su empeño en mantener unas amistades que no son tales más allá de la diversión. Este es el gran drama, que el anciano pretende obviar (y en esto la película es modernísima) con la adquisición de un ingenio tecnológico que no necesita. Por todo ello, El cochecito es un film que invita a la risa malvada, pero no, en mi opinión, una comedia propiamente dicha.
Ferreri muestra con frecuencia a los personajes empleando planos lejanos, reservando la cercanía de la cámara a los actores a momentos climáticos, con el primerísimo plano del rostro de Don Anselmo al ver la ambulancia en la puerta de su casa como punto álgido de una película que, en general, mira a sus personajes con una distancia rayana en el desprecio. Juan Julio Baena, que venía de participar en el debut como director de Carlos Saura, enseña un Madrid que, bajo su luminosidad monumental, alberga a un sinfín de desgraciados que se agolpan en pisos de largos corredores y cierto aire tétrico. La música, obra de un Miguel Asins Arbó ya asentado entre los compositores más en boga en España gracias a sus trabajos para José Antonio Nieves Conde, ofrece en general un aire costumbrista, aunque imbuido de la negritud de lo narrado a medida que el film se aproxima a su desenlace.
Que José Isbert era uno de los grandes actores españoles se sabía desde mucho antes de ponerse a las órdenes de Marco Ferreri, pero el trabajo que realiza en esta película, en la piel de un anciano caprichoso, infantilizado y reducido para quienes le rodean a ser una especie de reliquia molesta, es inconmensurable. Muchas veces los films en los que apareció no estuvieron a su altura, pero algunos de los grandes clásicos del cine español, entre ellos El cochecito, no lo serían tanto sin su presencia. Pedro Porcel, otro actor de raza forjado sobre las tablas, se luce encarnando a un procurador ingrato que intenta ejercer una autoridad como cabeza de familia que le viene más por imperativo social que por capacidad para ejercerla. El papel de José Luis López Vázquez no es demasiado extenso, pero el actor madrileño tiene tiempo de exhibir su notable vis cómica a lomos del personaje más humorístico de la película, el de novio gorrón de la nieta del protagonista. María Luisa Ponte, otra institución, es ideal para el papel de ama de casa malencarada, y no desperdicia la ocasión de brillar. José Álvarez Lepe ofrece aquí una de sus mejores interpretaciones en la gran pantalla, en la que apareció ya en la madurez, como Don Lucas, a quien el protagonista considera su mejor amigo. Impagable el gran Ángel Álvarez como protésico estafador, y atención a uno de los primeros papeles de Chus Lampreave, aquí como proyecto de nieta ye-yé, antes de que en España se supiera lo que iba a ser eso. María Isbert, digna continuadora de la saga familiar, hace un trabajo notable, al igual que Antonio Riquelme, que aparece como médico encargado de examinar a Don Anselmo.
Sátira feroz de una especie, más que de una sociedad, El cochecito permanece como una obra mayor del cine español.
«El cochecito» y bastantes otras películas de su estilo y época (como p.ej. «Plácido») retratan, por una parte, un medio ambiente del que hacen una ácida crítica social y, por otra, a unos personajes de los que hacen un despiadado análisis moral. Ambos aspectos son inseparables y complementarios: las debilidades de los individuos determinan las de la sociedad y ésta, a su vez, condiciona los comportamientos individuales. En este y en otros aspectos coinciden con el esperpento de Valle-Inclán, del que son las mejores herederas. Es interesante el hecho de que este tipo de grotesco cinematográfico se dé sobre todo en España e Italia entre las décadas de 1950 y 1970, en la periferia del neorrealismo, y muchísimo menos en otros países y épocas, lo cual es un tema muy digno de estudio. Me parece fascinante la hipótesis de lo que habría podido hacer Bergman con esta historia, lo que lleva a plantearse qué habrían hecho un Berlanga o un Ferreri con «El séptimo sello». Un cordial saludo.
Cierto es que, en la misma España, Bardem o Nieves Conde hicieron grandes dramas puros impregnados de crítica social, elemento también muy presente en el cine italiano de entonces, pero la visión grotesca de una realidad deprimente, que aquí supo captar muy bien Azcona, es muy propia de estos dos países. Me cuesta imaginar esta forma de radiografía social en otras cinematografías, o a este gran guionista español creando algo tan supraterrenal como El séptimo sello. Lo importante es que de todas partes salieron películas magistrales como estas. Un saludo.