THE GORGON. 1964. 82´. Color.
Dirección: Terence Fisher; Guión: John Gilling, basado en una historia original de J. Llewellyn Devine; Dirección de fotografía: Michael Reed; Montaje: Eric Boyd Perkins; Música: James Bernard; Diseño de producción: Bernard Robinson; Dirección artística; Don Mingaye; Producción: Anthony Nelson Keys, para Hammer Films (Reino Unido)
Intérpretes: Christopher Lee (Profesor Meister); Peter Cushing (Dr. Namaroff); Barbara Shelley (Carla Hoffman); Richard Pasco (Paul Heitz); Michael Goodliffe (Profesor Heitz); Patrick Troughton (Inspector Kanof); Joseph O´Conor (Forense); Prudence Hyman, Jack Watson, Redmond Phillips, Jeremy Longhurst, Toni Gilpin, Joyce Hemson, Alister Williamson, Michael Peake.
Sinopsis: La modelo y novia de un pintor forastero es asesinada en la localidad de Vandorf, en la que en los últimos años se han producido otros crímenes no resueltos. Poco después, el pintor aparece muerto. Reacio a aceptar la versión oficial (el hombre asesinó a la mujer y acto seguido se suicidó), el padre del artista intenta averiguar lo que sucedió en realidad.
Con La gorgona, Terence Fisher regresó a la Hammer después de un paréntesis, no demasiado fructífero, de dos películas rodadas para otras compañías. Esta nueva obra se alejaba de las franquicias terroríficas que habían encumbrado a la productora, pero se esforzaba en mantener los rasgos más característicos del sello. Quizá por su condición de film independiente de los consagrados a los monstruos míticos del terror, La Gorgona no fue una obra demasiado apreciada, y tampoco suele figurar entre las favoritas de los seguidores de la Hammer, aunque en mi opinión sea una de las mejores películas producidas por dicha empresa.
Para ser justos, hay que decir que los creadores de la película hacen gala de una empanada mitológica importante, porque en verdad están hablando de Medusa, personaje de la leyenda griega, que era la única Gorgona mortal, pero en el film se refieren en todo momento a ella como Megera, que en realidad es una de las tres Erinias (Furias, según la mitología romana), diosas infernales del castigo y la venganza divina, cuyo perfil poco tiene que ver con el que se retrata en esta obra. Desaliño mitológico al margen, La gorgona se erige como un notable film de ambientación gótica que, si bien guarda relación en distintos aspectos, en especial geográficos y estéticos, con la saga de Frankenstein, presenta diferencias con otros films de la Hammer, en especial en cuanto a asignar a la mujer un rol muy distinto al de víctima, que es el que suele desempeñar en esta clase de obras. Con todo, el prólogo es muy típico de la productora: ambientación de época y, en un salón, un pintor retrata a una modelo semidesnuda, pues no suele faltar la carga erótica, más o menos soterrada, en los films de la Hammer. Pronto descubrimos que entre ambos hay una relación más profunda, dado que, después de posar, ella revela al artista que espera un hijo suyo. El hombre, al conocer la noticia, decide acudir a la casa del padre de la muchacha para pedir su mano. La mujer, que teme por la integridad de su amante, parte en su busca. Ambos desaparecen en el espeso bosque que separa las dos residencias. La búsqueda concluye de la forma más trágica: la chica aparece asesinada, y el pintor ahorcado en un árbol. Todo indica que se trata de un crimen pasional con posterior suicidio, pero el padre del artista, que es un prestigioso catedrático, se empeña en limpiar el nombre de su hijo, topando con una feroz resistencia de los lugareños, empezando por el jefe de policía y el más brillante hombre de ciencia de la localidad, el doctor Namaroff. Nadie en la villa, en la que en los últimos años se han producido otros crímenes no resueltos, parece interesado en arrojar luz sobre un detalle como mínimo curioso: casi todas las víctimas han aparecido petrificadas.
A partir de un guión muy bien hilvanado por el también director John Gilling, Fisher explota un conflicto que no es tal hasta la aparición de agentes externos. En el pueblo, en cuya cima más alta se ubica el abandonado y maldito castillo de Vandorf, existe un pacto de silencio por el que se entierra a quienes, cada cierto tiempo, mueren violentamente, sin hacerse preguntas ni actuar para que los hechos no se repitan. Es llamativa la obstinación con la que Namaroff, pese a ser un hombre de ciencia, se alía con ese oscurantismo. No obstante, él no es un malvado al uso (podría decirse que en La gorgona, en realidad, no existe un personaje que se ajuste a ese perfil), sino alguien cuyas motivaciones son bien distintas. Esto se verá con claridad tras la aparición en escena del hermano del pintor asesinado y del profesor universitario que le acompaña.
Colores primarios, ambientación decadente y ubicación geográfica en un ficticio país de la Europa central son algunos de los elementos, que resultarán familiares a los seguidores de los films de la Hammer, que forman parte esencial de esta película. Fisher, que siempre fue un artesano que conocía a la perfección su oficio, captura la atmósfera malsana de un entorno en el que no faltan la niebla, la sangre y la maldición. Por amplificar el misterio, y también para no llamar la atención sobre unos efectos especiales pobres incluso para la época, el director nos ahorra hasta el clímax la visión directa del monstruo mitológico, en lo que constituye una decisión muy acertada. El montaje es un elemento clave en la concisión narrativa marca de la casa, y el brillante camarógrafo Michael Reed parece muy adaptado al modo colorista a través del que los films de la Hammer solían mostrar lo tétrico, a pesar de que su experiencia en el cine de terror era casi nula por entonces. James Bernard, el compositor habitual de la productora, aporta con su música las necesarias gotas de misterio, creando el clima adecuado para que el espectador siga una trama que, por otra parte, se desarrolla con buen ritmo.
Encabeza el reparto Christopher Lee, aunque su personaje no aparece hasta la mitad de la película, pero quien se lleva la mejor parte es Peter Cushing, que interpreta un papel que va más allá de sus roles característicos, lo que a su vez engrandece el conjunto. El doctor Namaroff es un hombre enamorado, que sabe y calla no por maldad, sino por romanticismo. Que ese amor no sea correspondido, si tenemos en cuenta además el destino del personaje, le otorga un poso trágico que le distingue para bien de otros papeles en apariencia similares. Cushing transmite, sin dejar de lado ese hieratismo tan suyo, la guerra interior de ese hombre. Christopher Lee aporta presencia, voz y carisma, pero La gorgona pertenece a Cushing y a Barbara Shelley, que interpreta a la ayudante del doctor y es una actriz de mucho nivel a la que, además, no le faltaba experiencia en el cine fantástico y de terror. El personaje de Carla Hoffman completa el halo trágico de un film que exhala un romaticismo muy cercano a Poe. Richard Pasco, actor más asociado a la televisión, está un escalón por debajo de sus compañeros, aunque lejos de resultar un elemento discordante. Enérgica intepretación de Michael Goodliffe como catedrático universitario empeñado en esclarecer la muerte de su hijo, y eficaz Patrick Troughton como obstinado agente del orden. Joseph O´Conor imprime a su personaje la dignidad que necesita.
Hubo vida inteligente en la Hammer más allá de Drácula, Frankenstein y el hombre lobo. La gorgona lo deja claro.