
AMERICAN MADNESS. 1932. 75´. B/N.
Dirección: Frank Capra; Guión: Robert Riskin; Dirección de fotografía: Joseph Walker; Montaje: Maurice Wright; Música: Mischa Bakaleinikoff y Karl Hajos; Dirección artística: Stephen Goosson; Producción: Harry Cohn, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Walter Huston (Thomas A. Dickson); Pat O´Brien (Matt); Kay Johnson (Phyllis Dickson); Constance Cummings (Helen); Gavin Gordon (Cluett); Arthur Hoyt (Ives); Robert E. O´Connor (Inspector); Harry C. Bradley (Sampson); Eddy Chandler (Kelly); Berton Churchill (O´Brien); Robert Ellis, Anderson Lawler, Tempe Piggot, Jeanne Sorel, Harry Todd, Polly Walters.
Sinopsis: En plena Gran Depresión, un banquero se distingue de la competencia porque su entidad valora ante todo la honradez del solicitante para conceder créditos, más que su solvencia. Su situación se complicará después de un robo en sus oficinas centrales.
Todas aquellas personas que han visto, se sobreentiende que con aprovechamiento, más de cuatro películas en su vida, tienen una idea muy clara de lo que representa Frank Capra en la historia del cine. Sin embargo, el estilo que hizo famoso al director italoamericano tardó en aflorar, pues sus primeros años en la realización de largometrajes se explican mejor desde el trabajo artesano y la disparidad de géneros. En la génesis del Frank Capra que recordamos hay un hecho clave: la colaboración con el guionista Robert Riskin. Es cierto que antes de La locura del dólar, Capra ya había dirigido la adaptación cinematográfica de una pieza teatral de Riskin, y que éste había participado en la escritura de los diálogos de La jaula de oro, pero el propio director manifestó que la primera colaboración auténtica entre ambos tuvo lugar en esta comedia dramática surgida de las catastróficas consecuencias del crack bursátil de 1929, período conocido como La Gran Depresión. Sin llegar al nivel de obras posteriores, La locura del dólar fue un éxito de crítica y público, y sentó las bases del estilo Capra.
Para hacerse a la idea de lo que debió de suponer en los Estados Unidos el empobrecimiento masivo de la población a principios de los años 30, lo primero que hay que entender es que se trata de una sociedad que glorifica el éxito y el dinero. Capra y Riskin abordaron la cuestión desde una perspectiva esperanzadora y humanista, que casaba a la perfección con la doctrina del por entonces candidato demócrata, y muy pronto presidente, Franklin D. Roosevelt, el padre del New Deal. La salida de una crisis de tal magnitud no sería posible sino desde la solidaridad y la justicia social, valores que director y guionista ensalzan en esta película a través de la improbable figura de un banquero. Thomas Dickson, el principal protagonista, es un hombre que basa su política, más que en aspectos puramente mercantilistas, en la honradez y la confianza en las personas, es decir, en su propia intuición, algo que le enfrenta al consejo de administración de la entidad que preside, cuyos miembros creen, de forma casi unánime, que en un contexto de crisis, lo más prudente es primar la solvencia a la hora de conceder y recuperar los créditos. Tal y como hace con sus clientes, Dickson escoge y promociona a sus empleados de acuerdo a sus valores y rectitud, pero muy cerca de él existe una oveja negra, el joven ejecutivo Cluett, que acumula deudas de juego y, para evitar las represalias de unos mafiosos a los que debe una cuantiosa suma, acepta colaborar con ellos en el robo al banco que planean. Una vez el atraco sale a la luz pública, el pánico se apodera de los clientes, que acuden en masa a retirar sus depósitos ante la impotencia de Dickson, que ve cómo el entramado construido con mucho esfuerzo durante décadas, puede venirse abajo en cuestión de horas.
Hay dos aspectos temáticos esenciales en La locura del dólar, resueltos de manera desigual: por un lado, la cuestión de cómo un trágico imprevisto y la avalancha de rumores falsos que provoca pueden hundir toda una vida marcada por la honestidad. Aun apostando por el optimismo y la esperanza, Capra y Riskin introducen elementos de crítica social, mostrando a los clientes como seres fácilmente manipulables e incapaces de sustraerse a la atmósfera de histeria colectiva que se extiende sin fundamento alrededor del banco al que han confiado sus ahorros. En este tema, el film es excelente, gracias a los incisivos diálogos de Riskin, que incluyen un curso acelerado de economía en tiempos de crisis que anticipa las políticas aplicadas por Roosevelt, y al estilo ágil de Capra, con encuadres cerrados que amplifican la sensación de claustrofobia y desesperación dentro del banco. Además, se percibe la influencia del expresionismo alemán en su juego de sombras y contrastes, elevando el dramatismo del relato. No son pocas las veces en las que el director recurre a acelerados travellings para mostrar lo frenético de la situación. Para ello emplea también un montaje sincopado, apreciable especialmente en la secuencia que muestra cómo las sucesivas exageraciones acerca del importe sustraído en el atraco son el detonante del pánico de los clientes. Con todo, la crítica no se circunscribe a la histeria de las masas, necesitadas como nunca de líderes que les guíen desde la calma, sino que se extiende a la fragilidad del sistema económico.
El otro aspecto fundamental es la propia narración del atraco y sus consecuencias. Está filmada de manera impecable, pero aquí el guión cae en ocasiones en lo tópico, sobre todo cuando aborda la sensación de abandono que la obsesión por el trabajo de Dickson provoca en su esposa, circunstancia que aprovecha Cluett para que las sospechas de cooperación interna en el atraco no se dirijan hacia él. El comportamiento de este hombre contrasta con el del director del banco y el resto de empleados, todos ellos honrados y con una entrega total a la empresa, de un modo demasiado obvio. Dickson es, en cambio, el líder perfecto, un auténtico héroe que prefiere confiar en la gente que seguir los derroteros materialistas que le marca su consejo de administración. La moraleja del film es que son esos pequeños inversores a quienes Dickson ha prestado dinero en contra de las advertencias de sus consejeros, quienes acuden en su auxilio en una situación límite que supone el primer gran momento de catarsis individual gracias a la solidaridad colectiva de la filmografía de Capra, más tarde pródiga en secuencias culminantes de ese tipo. Hay que subrayar que el hecho de que el film no era una apuesta millonaria de Columbia se traduce, por ejemplo, en el hecho de que en él se utilice música de archivo, en lugar de una partitura original. Eso sí, la banda sonora aporta dinamismo a una película que, al margen de ser un prodigio de síntesis, va sobrada de él.
Un Walter Huston en el mejor momento de su carrera dio vida a Thomas Dickson, posiblemente el primer gran héroe de Capra y Riskin. Actor de enorme energía y mucho carisma, Huston hace un trabajo notable como hombre honesto y de enorme rectitud moral a quien las circunstancias colocan en una situación límite. Le acompaña Pat O´Brien, que interpreta a Matt, el ejecutivo más fiel de Dickson, cuya lealtad llega hasta el punto de aceptar ser incriminado para no revelarle a su jefe un secreto que puede hundirle de manera definitiva. O´Brien, que ya había brillado en la primera versión de Primera plana, me parece demasiado intenso en la escena del interrogatorio, pero su desempeño general es digno de elogio. Kay Johnson, actriz de carrera breve pero importante, asume el papel de la esposa de Dickson, que en principio ejerce como elemento distorsionador de la trama, y más tarde se redime como apoyo de su esposo. Su trabajo no es el más brillante del elenco, pero consigue no pasar desapercibida. Constance Cummings, por entonces un proyecto de estrella que no terminó de materializarse, cumple como abnegada secretaria, mientras a que Gavin Gordon, el malo de la película, le encuentro demasiado afectado en su interpretación de un personaje preso de sus debilidades. Del resto del reparto, resaltar las apariciones de ilustres veteranos como Arthur Hoyt, Harry Todd, Sarah Edwards y Sterling Holloway, todos ellos muy eficaces en su labor.
En La locura del dólar hallamos muchas de las mejores virtudes del cine de Frank Capra. Al margen de ello, siendo una película sobre la crisis económica de 1929, su narrativa y su mensaje nos resultan familiares a quienes vivimos la de 2008. Y, mucho me temo, seguirán estando vigentes en la siguiente gran debacle.