WHEN THE WIND BLOWS. 1986. 82´. Color.
Dirección: Jimmy T. Murakami; Guión: Raymond Briggs, basado en su novela gráfica; Montaje: John Cary; Música: Roger Waters; Dirección artística: Errol Bryant y Richard Fawdry; Producción: John Coates, para Meltdown Productions-British Screen Productions- Film Four International (Reino Unido).
Intérpretes: Peggy Ashcroft (Voz de Hilda Bloggs); John Mills (Voz de Jim Bloggs).
Sinopsis: Una pareja de jubilados, que vive en una apartada casa de la campiña inglesa, se prepara para la inminente guerra nuclear siguiendo las instrucciones gubernativas.
Jimmy T. Murakami, realizador nacido en California, era conocido por haber dirigido Los siete magníficos del espacio, pero fue en el campo de la animación para adultos, donde ya había brillado con algunos cortometrajes y su trabajo al frente de uno de los episodios de la mítica Heavy metal, a través del que consiguió el mayor logro de su trayectoria profesional. Cuando el viento sopla, adaptación del cómic publicado en 1982 por Raymond Briggs, es una punzante obra sobre el apocalipsis nuclear, tema de plena actualidad en los años más convulsos de la Guerra Fría, en la que se mezclan el drama y la comedia negra. No puede decirse, siendo justos, que este film, desasosegante y difícil, fuese un éxito rotundo en su estreno, pero sí que encandiló a la crítica y al sector de la cinefilia más vinculado al universo del cómic. Esto hizo que, de inmediato, la adaptación cinematográfica heredara el mismo estatus de obra de culto del que ya disfrutaba el cómic original, que el tiempo no ha hecho más que acrecentar.
El director aporta al proyecto su solvencia técnica, pero se mantiene fiel al discurso y la estética de Raymond Briggs, quien no en vano firmó también el guión de una película de corte minimalista, no sólo en las técnicas de animación utilizadas y en los propios dibujos, sino incluso en el número de personajes. Ejemplo de cómo abordar lo global desde lo estrictamente particular, Cuando el viento sopla nos muestra a un matrimonio de jubilados que disfruta de su retiro en una solitaria casa en mitad del campo. Sólo les veremos a ellos hasta los créditos finales. Lo que sucede en el resto del mundo les llega a través de los periódicos y la radio, y no es precisamente alentador, pues la situación política se ha deteriorado hasta tal punto que las propias autoridades asumen la inminencia de una guerra nuclear y llenan las emisoras de consejos para que los ciudadanos adopten las medidas de protección necesarias. Jim Bloggs, la mitad masculina de la pareja, sigue al dedillo las instrucciones que transmiten los responsables políticos, mientras que su esposa, Hilda, continúa con sus rutinas haciendo caso omiso a las aterradoras noticias que llegan desde el exterior. Jim construye un refugio dentro del hogar, del que se urge a no salir durante los días inmediatamente posteriores a la caída de las bombas, y se enfada con su hijo, que vive en la ciudad y es a su vez padre, cuando descubre, después de una conversación telefónica, que se está tomando las serias amenazas que penden sobre su familia demasiado a la ligera. Por fin, los misiles nucleares soviéticos caen sobre Inglaterra.
Sin dejar de subrayar la ironía que supone que quienes no son capaces de evitar el desastre establezcan las pautas a seguir por los damnificados, es de deducir que con la misma impericia mostrada con anterioridad, la película adopta un tono cada vez más negro, porque el matrimonio Bloggs sobrevive al ataque nuclear, pero lo que muestra el film es que, aun así, lo que es imposible es eludir sus consecuencias. Esa pareja de ancianos, con sus rutinas y sus manías, son ya unos supervivientes que deben convivir con la nada más absoluta. A causa de hechos que les son completamente ajenos, el día a día de este matrimonio pasa de ser una comedia de situación, o tal vez un drama costumbrista, a algo negrísimo, tan negro como el repentino y definitivo fin del mundo que conocemos. Estamos, por si acaso hay que subrayarlo, ante un alegato antibelicista, pero que aborda otras cuestiones importantes, como el desapego intergeneracional, la desprotección de los ciudadanos de a pie frente a los desmanes causados, ya sea por acción u omisión, por sus líderes, o la inagotable capacidad de autoengaño del ser humano, que aquí se muestra de un modo particularmente cruel, describiendo la terquedad con la que los ancianos Hilda y Jim Bloggs se empeñan en continuar viviendo como si la devastación de su entorno, que se adivina como un retrato de la acaecida en muchas otras latitudes, o las brutales secuelas que la radiación provoca en sus organismos, fueran sólo otro obstáculo de los muchos que la vida les ha ido poniendo. Ellos, que vivieron la Segunda Guerra Mundial siendo aún unos críos, creen que también podrán superar la Tercera, mientras Jim se pregunta cómo los rusos, que fueron aliados de su país contra el fascismo, pueden llegar a esos extremos.
Quienes conozcan el estilo de Raymond Briggs como ilustrador comprobarán que la adaptación cinematográfica de su obra más internacional lo respeta de un modo casi reverencial, sin apartarse un ápice. Dibujos a la antigua usanza, hechos con una sencillez fronteriza con lo naïf y que, precisamente por eso, sirven para acentuar el contraste con el aterrador panorama que plantea la película, que se inicia con la notable canción homónima de David Bowie. Es, sin embargo, Roger Waters quien se encarga del grueso de la banda sonora. No voy a disimular la antipatía que me despierta este individuo, músico y compositor talentoso que dudo que a estas alturas sea capaz de descubrir lo mucho que se parece a toda esa gente a la que detesta por razones políticas. Aquí, su trabajo es digno, pero no sobresaliente.
Es de alabar el desempeño de los dos intérpretes que prestan sus voces al matrimonio Bloggs, empezando por Peggy Ashcroft, actriz de raza y talento que brilló durante décadas sobre las tablas y no se prodigó en exceso en los platós cinematográficos, aunque hay que mencionar que pocos meses antes del estreno de Cuando el viento sopla había recibido un Óscar a la mejor actriz secundaria por su trabajo en la última película dirigida por David Lean, Pasaje a la India. Ashcroft da vida a una anciana cuyo empeño en mantenerse al margen de la hecatombe llega a inspirar ternura, y lo hace con la maestría que siempre la distinguió. No le va a la zaga otro actor oscarizado gracias a Lean, John Mills, en la piel de un ciudadano concienzudo, disciplinado y respetuoso con la autoridad. Su personaje tiene más aristas que el de su compañera, y él le imprime humanidad haciendo gala de su indiscutible talento dramático. Ahí queda su forma de mostrar, sirviéndose de la voz, el deterioro físico de su personaje, que la pantalla nos enseña inmisericorde.
Son muchas las obras de ficción que nos muestran cómo será el fin del mundo. Sólo unas pocas, eso sí, poseen la profundidad emocional de Cuando el viento sopla, fruto del talento de Raymond Briggs y del aplicado trabajo de Jimmy T. Murakami.