CASINO ROYALE. 1967. 128´Color.
Dirección: John Huston, Ken Hughes, Val Guest, Robert Parrish y Joe McGrath; Guión: Wolf Mankowitz, John Law y Michael Sayers, basado en la novela de Ian Fleming; Dirección de fotografía: Jack Hildyard, Nicolas Roeg y John Wilcox; Montaje: Bill Lenny; Música: Burt Bacharach; Diseño de producción: Michael Stringer; Dirección artística: Ivor Beddoes, Lionel Couch y John Howell; Vestuario: Julie Harris; Producción: Charles K. Feldman y Jerry Bresler, para Famous Artists Productions (Reino Unido-EE.UU.)
Intérpretes: Peter Sellers (Evelyn Tremble); Ursula Andress (Vesper Lynd); David Niven (Sir James Bond); Orson Welles (Le Chiffre); Joanna Pettet (Mata Bond); Daliah Lavi (La Captadora); Woody Allen (Dr. Noah); Deborah Kerr (Agente Mimi/Lady Fiona); William Holden (Ransome); Charles Boyer (Le Grand); John Huston (M); Kurt Kasznar (Smernov); Barbara Bouchet (Moneypenny); Terence Cooper (Cooper); George Raft, Jean-Paul Belmondo, Angela Scoular, Gabriella Licudi, Tracey Crisp, Elaine Taylor, Jacqueline Bisset, Alexandra Bastedo, Anna Quayle, Ronnie Corbett, Geraldine Chaplin, Mireille Darc, Ian Hendry, Stirling Moss, John Le Mesurier, Peter O´Toole.
Sinopsis: James Bond vive retirado, y el Servicio Secreto británico emplea a un sustituto con su nombre para no renunciar a su aura. Una serie de asesinatos de agentes de distintas potencias hacen que estas se unan para convencer a Bond de que regrese a sus labores.
La historia de Casino Royale es la historia de un desencuentro. El productor Charles K. Feldman adquirió los derechos para el cine de la primera novela de Ian Fleming cuyo protagonista era un glamouroso agente secreto británico llamado James Bond. Años más tarde, cuando el dúo formado por Harry Saltman y Albert R. Broccoli habían convertido a Bond en el protagonista de una saga cinematográfica, Feldman negoció con ellos la venta de los derechos de la novela pero, al no llegar a un acuerdo, decidió producir la adaptación él mismo. Consciente de sus limitaciones, evitó hacer un film de Bond al uso y se decantó por realizar una parodia. La paradoja fue que la aparente modestia de la propuesta acabó degenerando en una aparatosa superproducción llena de estrellas internacionales (se dice que algunas de ellas, como por ejemplo Peter Sellers, ignoraban al comprometerse a hacer la película que lo que iba a realizarse era una comedia), de rodaje tortuoso, que acabó superando con creces el presupuesto previsto, hasta el punto de resultar más cara que algunos de los films de Bond a los que parodiaba, tuvo la friolera de cinco directores acreditados y sólo tres guionistas, aunque en la práctica participaron en la elaboración del libreto figuras como Billy Wilder y estrellas del reparto como el mismo Sellers o Woody Allen. La crítica juzgó que la película era un despropósito, y puso el grito en el cielo por el desperdicio del muchísimo talento implicado en ella. Sin embargo, y para redondear la paradoja, Casino Royale recaudó más dinero en taquilla que los dos primeros films de Bond protagonizados por Sean Connery… juntos.
Me sorprende que alguien pudiera pensar que, de semejante batiburrillo de directores, guionistas acreditados y sin acreditar, localizaciones, estrellas en el candelero o venidas a menos y bellezas por doquier, iba a salir algo parecido a una película coherente. Casino Royale es, como conjunto, una obra regida por la inconsistencia y deslavazada, algo así como un Frankenstein de celuloide por ensamblar, lo cual no debería extrañar a nadie. Dicho esto, en sus mejores momentos, que a mi entender se concentran en exceso en el primer tercio de metraje, el film funciona bien como placer culpable. Si hemos de hacer caso a lo que se ha escrito sobre la película, en estas secuencias fue John Huston quien estuvo a los mandos. Fuera de eso, el conjunto es una fallida superproducción multiestelar, sin que algunos gags brillantes consigan atenuar la sensación de que todo debería haber salido mucho mejor, máxime si tenemos en cuenta que James Bond tiene mucho que parodiar. Como acertó a señalar el crítico Fernando Morales, la sátira de la vertiente erótica del agente secreto más famoso del cine es divertida, con momentos de auténtica chispa, pero, por el contrario, la burla hacia las espectaculares, pero también inverosímiles, secuencias de acción protagonizadas por 007 se queda muy corta, resolviéndose todo con una ingente cantidad de explosiones que, al margen de la que convence a Bond de la idoneidad de abandonar su retiro, se quedan en esa clase de bromas privadas que sólo hacen gracia a quien las perpetra. De esas, Casino Royale tiene demasiadas. El chiste de sustituir a Bond por un playboy experto en el juego del bacarrá tiene más corto alcance del que debería, y lo de sumarle una lista interminable de individuos que pretenden ser el retirado agente, tres cuartos de lo mismo. Más tino hay en la caracterización de los malvados, que por seguir con la broma también son varios, pero cualquier intento de cuadrar una trama relacionada con la premisa principal (el asesinato de espías de distintas potencias a cargo de una misteriosa organización) se pierde en el caos de ocurrencias puntuales, estrellas invitadas y planos generales con exceso de población. Val Guest fue el encargado de intentar poner orden en todo aquello, pero no hace falta decir que fracasó en el intento. No es que en los aspectos técnicos la película sea floja, pero sí, como no podía ser de otra manera, desigual. El montaje ayuda a conseguir que el film no aburra, y eso hay que valorarlo, teniendo en cuenta el esfuerzo que debió de suponer ensamblar, aunque sea de aquella manera, tantas escenas inconexas. La partitura de Burt Bacharach acierta con el tono de ópera bufa, si bien la encuentro desaprovechada, en especial esa joya de canción que es The look of love, aquí interpretada por Dusty Springfield.
Soy un declarado admirador de Peter Sellers, pero debo decir que su enfoque interpretativo en esta película es claramente erróneo. Al parecer, él fue uno de los actores que desconocía, al comprometerse a aparecer en la producción, que esta iba a ser una parodia. Quizá no se le ocurrió pensar que esa fue, precisamente, la razón por la que fue contratado, o por la que Saltzman y Broccoli no habían reparado en él para intervenir en los anteriores films de Bond a su cargo. El problema es que Sellers, además de crear un ambiente de lo más tenso durante el rodaje, no se movió un ápice de sus pretensiones dramáticas, lastrando con ello una película que necesitaba como el comer que él sacara a relucir su inmenso talento cómico. Sellers, simplemente, cobró y se negó a hacerlo. Como Ursula Andress es una gran belleza y una mediocre actriz, la pareja no funciona en absoluto, y tiene que aparecer un inspirado David Niven, que sí entendió de qué iba la cosa y aporta buenas dosis de sarcasmo a su visión del agente secreto, para que el film se acerque a tener la gracia que era de esperar. Orson Welles, cuyo enfrentamiento con Sellers se convirtió en leyenda, realiza una parodia de los villanos bondianos que, por momentos, se convierte en una parodia de sí mismo. Por su parte, Woody Allen, que siempre renegó de su participación en esta película, aunque practicó en ella eso de escribirse sus propios chistes, consigue a ratos ser divertido en mitad del caos. Del plantel femenino, Joanna Pettet, actriz de talento limitado que se inició en la televisión y no tardó en regresar a ese medio, cumple como intrépida hija de Bond, mientras que Daliah Lavi aporta su exótica belleza en un papel que el guión no aprovecha como debiera. Quien está realmente divertida es Deborah Kerr como gran dama escocesa que, a la vez, se dedica al espionaje. Cuando no aparece en la pantalla, se la echa de menos. De la galería de estrellas invitadas, más allá de un sardónico John Huston, los demás se limitan a dejar ver su famoso rostro frente al público, sin aportar demasiado al conjunto. Barbara Bouchet, otra bella actriz a la que el cine encasilló en exceso, raya a buen nivel en uno de los roles bondianos más célebres, el de Moneypenny.
Casino Royale es el fiasco que casi todos han querido ver porque, a pesar de contener escenas muy divertidas, el film es de lo más disperso que pueda imaginarse. Un ejemplo de obra que pudo haber sido mucho mejor de lo que fue.