ALICE IN DEN STÄDTEN. 1974. 111´. B/N.
Dirección: Wim Wenders; Guión: Wim Wenders, con la colaboración de Veith Von Fürstenberg; Dirección de fotografía: Robby Müller; Montaje: Peter Przygodda; Música: Can; Producción: Wim Wenders y Joachim Von Mengershausen, para Produktion 1 im Filmverlag der Autoren (República Federal de Alemania).
Intérpretes: Rüdiger Vogler (Philip); Yella Rottländer (Alice); Elizabeth Kreuzer (Madre de Alicia); Edda Köchl, Ernest Boehm, Sam Presti, Lois Moran, Didi Petrikat, Hans Hirschmüller, Chuck Berry.
Sinopsis: Un periodista alemán, en ruta por los Estados Unidos, debe hacerse cargo de la hija de una mujer a la que conoce justo antes de su regreso a Europa.
Con sus primeros trabajos, Wim Wenders ya apuntaba a ser una de las voces preeminentes de la generación de directores de la Alemania Occidental que iba, después de largas décadas de oscuridad, a colocar de nuevo en el candelero al cine de su país en los años 70. La primera obra clave en la consagración de Wenders como cineasta es Alicia en las ciudades, película filmada a caballo entre los Estados Unidos y la República Federal de Alemania. Este drama, que ya mostraba la predilección de su autor hacia las road movies, fue rodado originalmente en 16 mm., con un presupuesto mínimo, y puede verse hoy en una versión restaurada que hace justicia a una cinta, galardonada en su momento por los críticos cinematográficos germanos, que, cuando ya ha transcurrido más de medio siglo de su estreno, continúa figurando entre lo más selecto de la desigual obra de Wim Wenders.
Philip, el protagonista, es un ser de espíritu nómada. Su profesión es el periodismo, y ha recibido el encargo de elaborar la crónica de un largo viaje en carretera a través de los Estados Unidos. Sin embargo, Philip apenas ha escrito unas líneas durante el trayecto, que en cambio ha dedicado a vagar de ciudad en ciudad fotografiando todo aquello que fuera capaz de captar su atención. Nueva York es el punto final de su ruta, y desde allí, dada la decepción de sus editores, tiene previsto volver a Europa. Una huelga en Alemania ha obligado a retrasar varios días los vuelos al país, con lo que, ya en el aeropuerto, Philip se encuentra con que no puede volar hasta el día siguiente, y que el destino más próximo a su patria es Amsterdam. En la misma tesitura se encuentra una mujer joven, que acaba de sufrir una ruptura sentimental y viaja en compañía de su joven hija Alicia. Después de una noche, en la que Philip tiene un encuentro más bien amargo con su amante, y tras la que la mujer a la que conoció en el aeropuerto intenta recomponer los añicos de su relación, o bien dejarla atrás definitivamente antes de retornar a su país, el hombre se encuentra con que debe volar junto a Alicia, porque su madre ha decidido en el último momento quedarse unos días más en los Estados Unidos. De regreso a Alemania, ya cuando los vuelos a esa nación vuelven a estar operativos, Philip y la niña comprueban que la mujer no ha vuelto de América, por lo que ambos se embarcan en un viaje para llevar a la criatura hasta la casa de su abuela, ubicada en una localidad de la cuenca del Ruhr que Alicia es incapaz de recordar.
Wenders elabora una propuesta de marcado carácter independiente y llena de influencias norteamericanas, tanto en la musical como en lo estilístico. Se deja sentir el influjo de la Nouvelle Vague, el del Dino Risi de Il sorpasso o el del Rossellini de Te querré siempre, pero Alicia en las ciudades debe más a John Cassavetes y a otro John, Ford, a quien se homenajea a través de la noticia de su fallecimiento. Lo más digno de reseñarse es el fantástico aprovechamiento de unos medios de producción espartanos para dar pie a una gran película humanista, en el mejor sentido de un calificativo en tantas ocasiones confundido con el sentimentalismo barato. Muchas veces, las películas de carretera tienen un trasfondo iniciático, pero lo que aquí plantea Wenders es la crónica del reencuentro de un personaje consigo mismo: Philip es un tipo solitario, que vive con lo puesto y renuncia con gusto a las coordenadas usuales de la existencia burguesa. No quiere estar atado a nada ni a nadie, pero ello le ha supuesto perder la conexión con sus semejantes, reducidos a modelos que satisfacen su curiosidad durante un breve instante, casi siempre el estrictamente necesario para ser retratados con su cámara fotográfica. La compañía de Alicia, que en un principio acepta con una desgana que, sin duda, es uno de los rasgos más característicos de su personalidad, le transforma poco a poco, a través de una ruta cuyo final se les escapa una y otra vez de las manos. Wenders funde, como pocas veces, lo artesanal de la técnica (no rudimentario: ahí están algunos virtuosos planos aéreos de Nueva York, siempre tan cinematográfica, para acreditarlo) con lo ambicioso de sus planteamientos. Le apasiona el viaje en sí mismo, la carretera, los lugares y las gentes con las que uno se topa en el itinerario hacia no se sabe muy bien dónde. Plasma ese hechizo con una mirada cercana, de muchos primeros planos y lentos travellings que transmiten placidez, nunca arrebato. Vías nada glamourosas, hoteles baratos y modestas cafeterías son los escenarios de un film que se beneficia del brillante trbajo del cameraman holandés Robby Müller, asociado al cine de Wenders desde sus primeros proyectos como director. Müller es también el nexo de unión de la película con los creadores de su banda sonora, la legendaria banda de krautrock Can, pues apenas un par de años antes había filmado su Concierto Libre en Colonia. Los sonidos experimentales del grupo, propios de una época de libertad artística en la que, en lo que al rock se refiere, lo que primaba era la búsqueda de nuevos sonidos a través de una mejora constante de la técnica instrumental, cuadran a la perfección con el talante underground de un film rodado casi con espíritu de guerrilla. No obstante, que uno de los momentos álgidos, también en lo melódico, de la película suceda después de la primera separación entre Philip y Alicia, cuando el hombre acude a un concierto de un indiscutible mito del rock & roll como Chuck Berry (América, una vez más), dice mucho acerca de esa búsqueda de la autenticidad en el propio interior, para a través de ella llegar a la conexión con los semejantes, que Wenders plantea como tema principal de la película. Philip carece del más mínimo espíritu familiar, pero a lo largo del viaje se convierte en una especie de figura paterna para esa criatura abandonada y caprichosa, que en ocasiones le saca de quicio pero que, a la vez, extrae cualidades de él mismo enterradas bajo varias capas de indolencia. Ambos, al verse de nuevo solos, aprecian de veras la mutua compañía, y de ahí su reencuentro, que forzosamente tiene fecha de caducidad pero que les sirve para afrontar de mejor manera las incertidumnres que, sin duda, les depara un futuro para el que Philip, gracias a esta singular experiencia, ha recuperado la inspiración como creador.
Rüdiger Vogler, rostro omnipresente en el audiovisual alemán del último medio siglo, es el gran protagonista de la película. También asociado al cine de Wenders desde sus mismos comienzos, este actor aprovecha su connatural sobriedad para dar rostro a un personaje que, si hemos de dividir a los seres humanos entre actores y espectadores, pertenece claramente a la primera de estas categorías hasta que la más bien sobrevenida obligación de cuidar de la niña le empuja a asumir otro rol más activo, aunque la propia naturaleza de la relación case bien con su espíritu itinerante. Vogler, en definitiva, triunfa en su papel sin aspavientos. A Wenders cabe atribuir el mérito de haber obtenido una interpretación tan honesta de la niña Yella Röttlander, a la que ya había dirigido en La letra escarlata y cuya brevisima carrera cinematográfica empieza y acaba en este director. La naturalidad de la joven, que se enfrenta a un papel en el que tienen cabida el desarraigo y la curiosidad propia de los más pequeños, es un gran complemento al porte hierático del adulto, en quien, de forma paulatina, empieza a encontrar al padre que nunca ha tenido. Como dato curioso, señalar que los dos papeles femeninos adultos están encarnados por la entonces esposa de Wenders, Edda Köchl, y por la que de manera casi inmediata pasaría a serlo, Lisa Kreuzer. De sus breves apariciones, sin duda la de la segunda, que interpreta a la madre de Alicia, ofrece un nivel más alto.
A lo largo de su extensa y variada filmografía, Wim Wenders ha dirigido películas muy buenas, buenas, regulares y malas. Alicia en las ciudades pertenece, sin ningún género de dudas, al primer grupo.