Son pocos los grandes maestros de la guitarra que han estado en el mundo desde que uno es mayor de edad y a quienes no he tenido el placer de ver tocar en directo. Desde ayer, esa lista se ha reducido, porque Vinnie Moore, uno de los más brillantes miembros de la llamada Generación Shred, surgida en los años 80 bajo el auspicio de Mike Varney y su discográfica Shrapnel Records, actuó anoche en Barcelona, y esa era una oportunidad que no podía desaprovechar. Moore celebró en la Ciudad Condal el último de los conciertos de su minigira española, que también ha tenido paradas en Madrid, Bilbao y La Coruña, dentro del tour de presentación en Europa de su nuevo álbum, y décimo de su carrera como solista, Double exposure. El lugar del espectáculo era la Sala Bóveda, que mantiene el aire de nave industrial decadente que recordaba de anteriores visitas. Esto me hacía temer que el sonido no fuera el idóneo, pero mis temores resultaron infundados.
Abrieron la velada rockera los italianos Black Banjo, un power trio de marcada influencia sureña que comenzó a elevar la temperatura en el Bóveda antes de la aparición de la estrella principal. Su propuesta musical puede ser monocorde, pero está muy trabajada y a ninguno de sus miembros les falta oficio. Eso sí, el batería Alessio Palizzi me resultó machacón en exceso, un punto por debajo de sus compañeros, el cantante y guitarrista Alessandro Alessandrini y el bajista Franco Caporaletti, de quien hablaré de nuevo más adelante porque repitió en escena como integrante del grupo de Vinnie Moore. Black Banjo ofrecen un blues-rock contundente, y anoche en Barcelona demostraron que su repertorio incluye buenas canciones. Destaco una muy reciente, Promised Land, que marcó el punto más alto de una actuación que granjeó a la banda el respeto de la audiencia.
Una pieza muy definitoria del estilo de Black Banjo:
A los sones del preludio que escribió Jordan Rudess para el álbum Time odyssey, apareció en escena Vinnie Moore acompañado de sus músicos, y quien esto escribe pensó que, además de para acercarnos al horno crematorio, los años deben servir para saldar cuentas. Hace 37 que conozco y disfruto la música de este fantástico guitarrista estadounidense, que se presentó en Barcelona en buena forma, relajado, locuaz y sin haber perdido un ápice de su legendaria destreza como instrumentista. El comienzo, en el que abordó Daydream, canción de su primer álbum en solitario a través de la cual muchos amantes de la guitarra rockera tuvieron su primer contacto con la música de Vinnie Moore, demostró que, a sus 60 años, el talento sigue ahí, y el vigor escénico es el suficiente para presumir de carrera sin vivir de rentas. Para mí, esta actuación supuso un viaje en el tiempo, que se hizo más patente cuando sonó Morning star, la única pieza que sonó anoche del mencionado Time Odyssey: por un instante, recordé como si fuera ayer un día de Semana Santa de 1989, en Sevilla Rock, tienda que visitaba cada vez que iba de vacaciones a la capital de Andalucía, donde me compré ese álbum que hoy conservo como lo que es, un pequeño tesoro. Antes de ese regreso al pasado, Moore bordó The Maze, quizá la mejor canción que jamás haya compuesto, en un repertorio que se centró en el tercer álbum del guitarrista, Meltdown, seguramente el de mayor predicamento en nuestras tierras. Fue tras Morning star cuando Vinnie recordó, no sin cierta ironía, su tendencia juvenil a componer canciones francamente difíciles de tocar. Pues bien, continúa presentándolas sobre los escenarios sin que se noten las huellas del tiempo. Su toque sigue destacando por su limpieza, incluso en un estilo tan contundente como el que practica, y este rasgo distintivo se acentuó aún más en Rain, la balada más célebre del guitarrista, y Over my head, incursión en su disco más reciente. Acompañaron sobre las tablas a Vinnie Moore un trío de músicos italianos, con el también guitarrista Emiliano Tessitore, el batería Roberto Pirami y el bajista Franco Caporaletti, que repetía después de su actuación con Black Banjo. Músicos solventes todos ellos, que lucieron en sus solos (los de batería y bajo, consecutivos, dieron pie a una improvisación de la estrella de marcado espíritu jazzístico), y sirvieron de perfecto apoyo para un vituoso que nunca olvida que lo principal son las canciones, y su técnica es el medio para realzarlas, no el fin último. Un notable concierto concluyó con Meltdown, el público entusiasmado y los músicos visiblemente satisfechos. Un apunte final: la media de edad de los asistentes era muy alta, sin apenas presencia de gente joven. Signo alarmante, porque ojalá nunca se pierda esa magnífica música que nos regalan artistas como Vinnie Moore.
Hace dos semanas, en Nueva York: