THE AWFUL TRUTH. 1937. 89´. B/N.
Dirección: Leo McCarey; Guión: Viña Delmar, basado en la obra teatral de Arthur Richman; Dirección de fotografía: Joseph Walker; Montaje: Al Clark; Música: Miscelánea: Ben Oakland & Milton Drake, Daniel E. Kelley, etc.; Dirección artistica: Lionel Banks y Stephen Goosson; Vestuario: Robert Kalloch; Producción: Leo McCarey, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Irene Dunne (Lucy Warriner); Cary Grant (Jerry Warriner); Ralph Bellamy (Daniel Leeson); Alexander D´Arcy (Armand Duvalle); Cecil Cunningham (Tía Patsy); Molly Lamont (Barbara Vance); Esther Dale (Mrs. Leeson); Joyce Compton (Dixie Belle Lee); Robert Allen, Robert Warwick, Mary Forbes, Edmund Mortimer.
Sinopsis: Un matrimonio decide divorciarse a causa de un malentendido. Durante el lapso de tiempo que resta para la firmeza de la sentencia, ambos se dedican a sabotear los romances del otro.
La película que le dio a Leo McCarey su primer Óscar al mejor director fue una de las cumbres de su extensa, en especial en el terreno del cortometraje mudo, filmografía. La pícara puritana, otro de esos títulos españoles que cuesta entender de dónde se han sacado, es la adaptación cinematográfica de una comedia teatral escrita por Arthur Richman que ya había sido llevada al cine en dos ocasiones con anterioridad, si bien el segundo de esos filmes se considera perdido. En plena eclosión de la comedia de sexos, y ya con el cine sonoro implantado de forma definitiva, era previsible que una gran productora, en este caso Columbia Pictures, se fijara de nuevo en esta obra. El éxito de la apuesta fue rotundo, pues no en vano esta versión de The awful truth ha barrido del mapa a todas las demás, y todavía hoy sigue figurando entre las mejores comedias del Hollywood de entreguerras.
El film reúne todas las características de la screwball comedy: ritmo frenético, situaciones desmadradas, guerra de sexos, diálogos chispeantes y entorno sofisticado, el cóctel perfecto para que el público olvidase durante hora y media que fuera de la sala oscura le esperaban las estrecheces derivadas de la Gran Depresión. Buena parte de las muchas virtudes de la película parten de la espléndida adaptación que de la obra original hizo la guionista y escritora neoyorquina Viña Delmar, cuyo nombre real era Alvina Croter y venía de colaborar en el libreto del anterior film de McCarey, Dejad paso al mañana, que también es otra de las obras mayores del director. Delmar afila los diálogos y orquesta las situaciones con una inteligencia digna del mismísimo Ernst Lubitsch, maestro indiscutible de la alta comedia clásica. Al inicio, vemos a un hombre de clase acomodada que se está friendo a rayos UVA para lucir el bronceado que cualquiera esperaría en alguien que acaba de regresar después de dos semanas en Florida, que es lo que este hombre le ha contado a su esposa. Cuando el marido embustero regresa al hogar, en compañía de varios invitados, le espera su perro, pero no su mujer, que aparece al poco rato en compañía de su apuesto profesor de música. El marido desconfía de lo que le cuenta su esposa: que había ido con el profesor a un concierto y que una avería del automóvil en el que viajaban obligó a ambos a pernoctar a mitad de camino. Como quiera que la mujer sabe que el viaje de su marido a Florida no es más que un invento, la desconfianza mutua hace que ambos decidan divorciarse, quedándose ella con la custodia del perro por decisión del juez. Pasados noventa días del juicio, el divorcio será firme.
The awful truth es un producto de evasión de primera categoría, con escenas hilarantes a la altura de las comedias clásicas más memorables. La secuencia entera del encuentro de la pareja en el club nocturno, con ella acompañada por un rico e ingenuo empresario petrolero de Oklahoma con el que se acaba de comprometer, y del que su futuro ex-marido se burla sin contemplaciones, para después ser presa de la vergüenza ajena al asistir junto a ellos al insinuante número musical de la cabaretera con la que pretende sustituir a su todavía esposa, es inmejorable. Tampoco se queda atrás la aparatosa irrupción del protagonista en la cita entre su esposa y el profesor, que en lugar de una infidelidad es un concierto, pero la mejor de todas las escenas cómicas es la accidentada petición de mano del empresario, que va acompañado de su madre, a la mujer, mientras su marido por unos días y el profesor dirimen sus diferencias a tortazos en la habitación contigua. No olvido las cáusticas intervenciones de la tía Patsy, la más antológica de las cuales tiene lugar cuando el humillado empresario le dice a su proyecto de esposa que, gracias a ella, ha aprendido mucho sobre las mujeres. Patsy le alarga la carta con su petición oficial de mano diciéndole lo siguiente: «Aquí tienes tu diploma». Otra escena cumbre es el sabotaje en toda regla que la protagonista organiza en la fiesta en la que el hombre con el que aún está oficialmente casada va a formalizar su compromiso con una rica heredera. Incluso la previsible reconciliación entre los esposos, que fácilmente podría caer en lo ñoño, está resuelta con un diálogo tan absurdo que también acaba siendo divertida.
En los apartados técnicos hay un gran trabajo de montaje de Al Clark, que imprime a la película el alto ritmo imprescindible. McCarey, cuyo dominio del oficio a esas alturas le situaba entre los directores más prestigiosos de la época, filma con ligereza, apoyándose en la expresividad de sus actores y en la esplendidez de una escenografía cuidada hasta el extremo. También el vestuario de Robert Kalloch está a la altura de la imagen distinguida y sofisticada que se pretende ofrecer, y que por contraste hace aún más divertido el continuo dislate en que se mueven los protagonistas de una guerra de sexos planteada de un modo amable, lejos de la desnortada histeria tan común en estos tiempos.
The awful truth contiene el mejor trabajo para el cine de esa notable actriz que fue Irene Dunne. Jovial, divertidísima y luciendo sus grandes cualidades vocales, Dunne da vida a una mujer ingeniosa, sofisticada, con bastante más sentido del humor que del ridículo y que demuestra en cada aparición, y en especial en las últimas escenas, que se puede desprender romanticismo sin parecer bobo ni necesitar el patrocinio de Kleenex. También esta película supuso el pasaporte al estrellato para su protagonista masculino, Cary Grant. Dicen que el actor británico mantuvo una relación difícil durante el rodaje con Leo McCarey, pero eso no se nota en la pantalla, y de hecho ambos rodaron dos películas juntos en años venideros. El Cary Grant legendario, el galán seductor y divertido, dandy pero desacomplejado, lo tenemos aquí en toda su esencia, como casi nunca antes y ya siempre después. Ralph Bellamy también se luce en la piel del empresario petrolero del Medio Oeste, y completa el magnífico cuarteto Cecil Cunningham, una tía Patsy difícil de superar con su expresión hierática y su verbo ácido. Alexander D´Arcy aporta su imagen de europeo distinguido, por mucho que en realidad el actor naciera en El Cairo, y entre los secundarios brillan con fuerza dos mujeres: Joyce Compton en el rol de cabaretera, y la siempre eficaz Mary Forbes.
Fantástica comedia, The awful truth pertenece a esa galería de películas que, para los amantes del cine clásico (es decir, para los amantes del cine a secas) supone siempre un chute de vitalidad, con independencia del estado de ánimo con el que se inicie su visionado. Muy buena, y muy divertida, esta obra es mejor que cualquier antidepresivo.