AUCH ZWERGE HABEN KLEIN ANGEFANGEN. 1970. 96´. B/N.
Dirección: Werner Herzog; Guión: Werner Herzog; Dirección de fotografía: Thomas Mauch; Montaje: Beate Mainka-Jellinghaus; Música: Florian Fricke; Producción: Werner Herzog, para Werner Herzog Filmproduktion (República Federal de Alemania).
Intérpretes: Helmut Döring (Hombré); Paul Grauer (Erzieher); Gisela Hertwig (Pobrecita); Hertel Minkner (Chiclet); Gertrud Piccini (Piccini); Marianne Saar (Theresa); Brigitte Saar (Cochina); Gerd Gickel (Pepe); Erna Gschwendtner, Gerhard Maerz, Alfredo Piccini, Erna Smollarz, Lajos Zsarnoczay, Pepi Hermine.
Sinopsis: Un grupo de enanos, confinados en una remota isla, toma el control del lugar y se dedica a sembrar el caos en él.
Considerado uno de los cineastas más prometedores de la gris Alemania posterior a la construcción del muro de Berlín, Werner Herzog no tardó en demostrar dos de las principales características de su estilo: el gusto por el riesgo y el espíritu nómada. Ambas están presentes en su segundo largometraje, También los enanos empezaron pequeños, obra que sucedió a su muy estimable ópera prima, Signos de vida. La crítica y el público entendido acostumbran a ser menos complacientes con el segundo trabajo de un artista, y Herzog, director que también se caracteriza por lo irregular de su trayectoria, les dio la razón, por cuanto esta película es, a todos los efectos, inferior a la primera.
La película, rodada en la isla canaria de Lanzarote, parte de una premisa ingeniosa, aunque no del todo original: qué sucede cuando los locos toman el control del manicomio. El problema es que hay muy poco más allá de este punto de partida. También los enanos empezaron pequeños podría haber sido un cortometraje muy bueno, pero su desarrollo se alarga mucho más de lo necesario. Herzog estira su premisa tanto como el chicle que da nombre a uno de sus personajes (todos ellos enanos reales, hecho que también se corresponde con la idiosincrasia del director), lo que genera un interés decreciente en la audiencia, algo nefasto para una película. Más allá del primer cuarto de hora, lo único que invita a seguirla es ver hasta dónde llegarán los desmanes de los enanos protagonistas y, a los ojos de un espectador de esta época, en contar cuántas imágenes y escenas harían imposible que un film como este pudiera estrenarse en la actualidad. Salta a la vista la parábola política que es la película, lo que, dado que fue rodada en plena onda expansiva de la fiebre revolucionaria que estalló en Europa en mayo de 1968, provocó en su momento que se la acusara de reaccionaria. Vista la localización, y el uso de la imaginería patria presente en el film, también podría conjeturarse que este es un vaticinio, por fortuna erróneo, de lo que sucedería en España después de la muerte del dictador Francisco Franco. Más allá de divagaciones, lo cierto es que Herzog formula su parábola con brocha gorda, y que su pretensión de humor negro degenera muchas veces en mal gusto y falta de sentido del humor o, mejor dicho, de gracia, algo por otra parte muy alemán. La película es reiterativa y, como el coche que los enanos utilizan como atracción, se mueve en círculos sin llegar a ninguna parte, sino más bien deleitándose en su indisimulado afán epatante. A Herzog le puede la voluntad de escandalizar, y esto hace que También los enanos empezaron pequeños sea un film de mecha muy corta. Escritores como Orwell, Ballard o Philip K. Dick han hecho obras mucho mejores, y desde luego dotadas de gran agudeza, cuyo tema central, el de la toma del poder por parte de especímenes que ocupan los lugares más bajos en la escala social, coincide con el de esta película. Herzog se decanta por el pintoresquismo, algo que también se hace patente en su utilización de la imaginería española, ya sea de la isa canaria, muy presente desde el inicio del film, en el que, por cierto, ya se manifiesta que el final de la revolución de los enanos es el retorno del orden establecido, o bien de los estereotipos del typical spanish, los toros y las romerías, aunque este último asunto dé para una imagen muy buñueliana.
La puesta en escena sigue la estela del cinéma verité, con visos de experimentalismo y un modo de filmar que pretende mostrar un aire documental, en el que la cámara ejerza como testigo imparcial del caos. La forma en la que el director se recrea en los aspectos más escandalosos de él hace que en todo el conjunto asome un aire de impostura, de forma supeditada a la tesis, sea esta la que sea. Lo mejor es la fotografía en blanco y negro de Thomas Mauch, sin duda.
En la historia del cine no escasean ejemplos de que formar un reparto con actores no profesionales es jugar con fuego. Herzog pone a los enanos protagonistas a hacer locuras y destrozar cosas, lo que sin duda debió de resultarles muy liberador, pero el resultado en pantalla es harto irregular, con personajes dignos de atención e interpretados con tino, como los de Hombré (buen trabajo de Helmut Döring) o las dos mujeres encarnadas por las hermanas Saar, y otros que invitan más bien a la compasión de la audiencia. Asoma aquí otra característica de la filmografía de Werner Herzog: que sus rodajes se intuyen más interesantes que sus películas, incluso en el caso, que según mi criterio no se da aquí, de que estas lo sean.
En resumen, un experimento curioso pero claramente fallido, que se pierde en sí mismo antes de la media hora de metraje y no se reencuentra hasta el final. Al margen de algún acierto puntual, lo mejor de la película es, sin duda, su título.