THE FATHER. 2020. 93´. Color.
Dirección: Florian Zeller; Guión: Florian Zeller y Christopher Hampton, basado en la obra de teatro de Florian Zeller; Dirección de fotografía: Ben Smithard; Montaje: Yorgos Lamprinos; Dirección artística: Astrid Sieben (Supervisión); Música: Ludovico Einaudi; Diseño de producción: Peter Francis; Producción: Phillippe Carcasonne, Jean-Louis Livi, Victor Livi, Simon Friend, Christophe Spadone y David Parfitt, para Les Films du Cru-Film4-Simon Friend Entertainment-Viewfinder (Reino Unido-Francia).
Intérpretes: Anthony Hopkins (Anthony); Olivia Colman (Anne); Mark Gatiss (El hombre); Olivia Williams (La mujer); Imogen Poots (Laura); Rufus Sewell (Paul); Ayesha Dharker, Roman Zeller, Evie Wray.
Sinopsis: Anne, una mujer londinense de mediana edad, cuida de su padre, un octogenario que rechaza cualquier tipo de ayuda externa, pese a padecer un deterioro cognitivo.
Haciendo bueno aquello de que los grandes desafíos lo son menos si se afrontan pisando terreno conocido, el francés Florian Zeller decidió debutar en la dirección de largometrajes con la adaptación de su pieza teatral El padre, dando lugar a uno de los dramas más intensos que el cine ha producido en los últimos años. Si bien la carrera comercial del film se vio afectada, como no podía ser de otra forma, por los efectos de una pandemia cuyo verdadero final todavía está por ver, la película se hizo acreedora a premios muy importantes, lo cual tiene un mérito doble por el hecho de tratarse de una obra europea que se sitúa al margen de cuotas y cuyos personajes no poseen ningún tipo de superpoder, salvo el de ser dolorosamente reales.
Aceptando que la objetividad, o cuanto menos su búsqueda, es más un propósito de honestidad que un logro cierto, El padre es de esas películas que resulta casi imposible valorar de un modo imparcial, entre otras cosas porque, para quienes hayan vivido, o estén viviendo (vaya desde aquí mi apoyo a todos ellos), experiencias similares a las que se describen en esta obra, su visionado les removerá en lo más hondo, en lo que las almas nobles callan y se guardan para sí, siempre que no sean capaces de trascenderlo por medio del arte. La pìeza de Florian Zeller, que para la adaptación cinematográfica se apoyó en un primer espada de la escritura de guiones como es Christopher Hampton, esgrime una sensibilidad, una hondura y una contención, en un tema tan proclive a esa pornografía emocional tan de esta época, que la ubican de lleno en la categoría de los films magistrales que marcarán a quienes sepan bien de lo que habla, y complacerá en lo artístico a esas afortunadas criaturas a quienes todo eso que se cuenta en El padre les pilla todavía lejos. Porque el valor de El padre se sitúa muy por encima de lo testimonial, y de hecho es su enorme calidad como obra de arte el factor que la convierte en una experiencia tan profunda, y por lo mismo tan alejada de cualquier melodrama edulcorado sobre la vejez que pueda verse por ahí. He leído en varios sitios que El padre es una verdadera película de terror, y lo comparto, porque sumerge al espectador en sus miedos más profundos. Esto es una opinión, pero pienso que el miedo a la muerte no existe como tal, sino que es más bien la pena o la frustración que produce el hecho de que todo se acabe y se parta hacia la nada; el verdadero pánico no es a la muerte, sino a la decrepitud, a la paulatina e irremisible decadencia, a la pérdida de la pasión, de la energía y, por fin, de los recuerdos. Ese es un pánico que tenemos todos, porque lo único que podemos hacer para evitarlo es confiar en la suerte, o no vivir el tiempo suficiente. En esta línea, Zeller y Hampton estructuran la película como si de un thriller se tratase, y aciertan de lleno, porque la mente de una persona con Alzheimer, como el protagonista de la película, es una continua intriga y un perpetuo desasosiego, al no saber qué vivencias o qué recuerdos son ciertos, o cuáles son el macabro producto de su deterioro cognitivo. La película introduce al espectador en la confusa mente de una víctima de la degeneración neuronal, pero también, y qué difícil es caminar por ese alambre narrativo sin tropezar ni una vez, en la devastación que ello provoca en sus seres queridos, condenados a un tremendo esfuerzo que saben sin premio, oscilando entre la compasión, la impotencia y la crisis nerviosa. En este sentido, la triste moraleja de El padre es que esta experiencia, que todos hemos vivido o podemos vivir, es mucho peor para las buenas personas que todavía quedan, porque sufrirán más el dolor del via crucis y de la pérdida, y porque se verán reflejados en ese padre o en esa madre que, como el vals vienés de Lorca, se mueren lentamente en sus brazos sin poder ofrecerles más que alivio. Me ha dado por pensar en qué le falta a la relación padre-hija que plantea la película, y no se me ha ocurrido nada.
Pero ya dijo Picasso que el arte es la mentira que nos ayuda a comprender la verdad, y no hay que olvidar que El Padre es una obra de ficción. Que tiene, eso sí, la insòlita cualidad de no parecerlo jamás, pero que precisamente no sería tan desgarradora si no tuviera detrás un guión tan perfecto, un montaje tan milimétrico o una escenografía tan cuidada. Está, además, la excelente aportación de un músico de esos en quienes da cierto reparo sumergirse porque sabes que te va a absorber y que se llama Ludovico Einaudi. Todo ello se conjunta para crear escenas tan sublimes como aquella en la que se muestra cómo el protagonista asume por fin que ya no es más que un decrépito niño desvalido. Encuentro esa emocionante grandeza en la muerte de Mary Corleone al final de la trilogía de El Padrino, en la escena final de Cinema Paradiso, en el funeral de Barry Lyndon, enel epílogo de La vida es bella… y en no muchos más rincones del cine que me vengan ahora mismo a la cabeza. Añádase que el metraje es muy ajustado, y que el aprovechamiento de las posibilidades escenográficas de unos pocos interiores es digno del mejor Polanski, y tendremos uno de los debuts más espectaculares de las últimas décadas…
Que no sería el mismo de no contar con dos intérpretes de la dimensión de Anthony Hopkins y Olivia Colman. Hopkins morirá siendo Hannibal Lecter en el imaginario popular, pero la mejor interpretación de su carrera está aquí. Creo que sólo Michael Caine sería capaz de igualar el nivel que exhibe Hopkins a las órdenes de Florian Zeller. La interpretación de Olivia Colman lo tiene todo: compasión, confusión, impotencia… y el deseo de liberarse de ese peso tan difícil de soportar para cualquier ser humano. Y todo ello sin ceder a la tentación del exceso. Al margen de ellos, los personajes de Mark Gatiss y Olivia Williams, que tan importantes son para darle al film su envoltorio de thriller, están maravillosamente ejecutados por ambos, siendo el trabajo de ella digno de todo reconocimiento. Sólo hay dos actores más con roles importantes, Imogen Poots y Rufus Sewell, y ambos parecen imbuidos del estado de gracia general.
El padre es una película que roza la perfección, pero a la que conviene acercarse con cautela, porque, es muy buena, es demasiado real. No es sólo una película (a la que, para ser un completo ejercicio de terror, sólo le falta acercarse a esa misma situación, pero sin que sus protagonistas tengan dinero para aliviarla: eso es el terror absoluto), ni esto ha sido sólo una reseña. Es el presente de muchos, y el futuro de muchos más. Chapeau, monsieur Zeller, pero a ver cómo igualas esto.