REAZIONE A CATENA. 1971. 82´. Color.
Dirección: Mario Bava; Guión: Mario Bava, Giuseppe Zaccariello y Filippo Ottoni, basado en un argumento de Dardano Sacchetti y Franco Barberi; Director de fotografía: Mario Bava; Montaje: Carlo Reali; Música: Stelvio Cipriani; Diseño de producción: Sergio Canevari; Producción: Giuseppe Zaccariello, para Nuova Linea Cinematografica (Italia).
Intérpretes: Claudine Auger (Renta Donati); Luigi Pistilli (Alberto); Claudio Volonté (Simone); Anna Maria Rosati (Laura); Chris Avram (Frank Ventura); Leopoldo Trieste (Paolo Fosatti); Laura Betti (Anna Fosatti); Brigitte Skay (Louise); Isa Miranda (Condesa Federica Donati); Paola Rubens, Guido Boccaccini, Roberto Bonanni, Giovanni Nuvoletti.
Sinopsis: En un lejano paraje costero, el asesinato de la condesa propietaria de los terrenos desencadena una espiral de crímenes en los que están involucrados los herederos de la aristócrata.
Si bien en su filmografía hallamos diversos títulos pertenecientes a otros géneros, el lugar de Mario Bava en la historia del cine se debe a sus películas de terror, de las que Bahía de sangre es una de las más recordadas, no tanto por su éxito inmediato (de hecho, el film obtuvo unas recaudaciones discretas en su país de origen) sino por su influencia posterior, su carácter de obra precursora cuyas claves fueron asimiladas (cuando no directamente plagiadas) por el sucesor natural de Bava en el trono del giallo, Dario Argento, y también por el subgénero slasher, que en pocos años logró una posición preponderante en el cine de terror estadounidense.
Más que por su narrativa, que ni es muy original ni, en ocasiones, tampoco muy inteligible, Bahía de sangre es una obra remarcable por su estética. Ya desde el comienzo, con unos estilizados planos del marco geográfico del film acompañando unos títulos de crédito ilustrados por una evocador tema de Stelvio Cipriani, comprobamos que nos encontraremos con una película dotada de un estilo muy particular. Lo que viene acto seguido, con una nerviosa cámara siguiendo el vuelo de un insecto que acaba cayendo al agua, es una especie de preludio de lo que seguirá. Y lo que sigue son dos asesinatos filmados con cámara subjetiva (si por algo destaca esta película es por sus continuos travellings) en los que, primero, una anciana inválida es estrangulada. Bava nos sorprende, porque muestra el rostro de un asesino que coloca sobre la mesa una nota de suicidio para hacer creer que la mujer se ahorcó, pero esa sorpresa tiene explicación: ese hombre, que por cierto es el esposo de la finada, es inmediatamente cosido a puñaladas por un personaje a quien, esta vez sí, no vemos. En lo sucesivo, este doble crimen provoca que el resto de personajes, que o bien ansían con hacerse con esos preciados terrenos, o bien suponen un obstáculo para que los más codiciosos consigan su objetivo, se sumerjan en una vorágine de asesinatos sin fin. En este aspecto, el guión ni es un prodigio de profundidad a la hora de dibujar a los personajes, ni resulta demasiado verosímil (con mención especial para una última escena que puede tener sentido en relación al discurso, descarnado y nihilista, pero que carece absolutamente de él en lo que a credibilidad se refiere). Destacan los movimientos de cámara de Mario Bava, antes iluminador que regista, un cromatismo estilizado, que contrasta con un montaje seco, que presenta los asesinatos de un modo muy crudo, y la evolución de la banda sonora, que pasa de unos inicios académicos a llegar hasta lo tribal a medida que la sangre va adueñándose del conjunto. Mario Bava era consciente de que no tenía los medios de los creadores estadounidenses, pero sí podía superarles en cuanto a la abierta exposición de la sangre, y también de un erotismo que tiene una presencia relevante en la película. Dario Argento tomó buena nota de esta forma de hacer, al igual que la productora británica Hammer, que es la que marcó las pautas del terror europeo de la posguerra, y por lo que se refiere al otro lado del Atlántico, pronto llegarían cineastas como Wes Craven o Tobe Hooper para abrir en esas tierras una senda que tiene en la saga de Viernes 13 la imitadora más clara, aunque menos pulida en lo estilístico, de Bahía de sangre. La película, que adopta un punto de vista coral sin decantarse por un protagonista claro, muestra una visión muy negativa del ser humano, capaz de cometer las mayores crueldades para conseguir sus fines, sin que haya un solo personaje susceptible de despertar las simpatías del espectador. Los individuos más salvables son, en todo caso, los más extraños en apariencia, pero lo mejor, parece decirnos Mario Bava, es hacer tabla rasa.
Al frente del reparto encontramos a la antigua chica Bond Claudine Auger, quien por entonces acababa de entrar en el universo del terror italiano. Su personaje es una mujer sin escrúpulos, y Auger lo interpreta de manera correcta, pero sin demasiado brillo. La acompaña Luigi Pistilli, icónico secundario de la trilogía del dólar que, ya metido en otros terrenos, ejerce de brazo ejecutor de los deseos del personaje interpretado por Claudine Auger de un modo convincente. La labor de Claudio Camaso, aquí acreditado como Claudio Volonté, es demasiado discreta para un personaje de tanta importancia, y lo mismo cabe decir de un Chris Avram muy inexpresivo. Los mejores, a nivel actoral, son la extraña pareja que forman Leopoldo Trieste, este sí un secundario importante del cine italiano, y Laura Betti, que había trabajado para los más grandes de aquel país y lo hizo aquí por segunda vez en un film de terror a las órdenes de Mario Bava.
Bahía de sangre es, y así hay que decirlo, un film interesante, aunque no el más reivindicable de un cineasta que dio lo mejor de sí asustando a las audiencias.