MOTHERLESS BROOKLYN. 2019. 142´. Color.
Dirección: Edward Norton; Guión: Edward Norton, basado en la novela de Jonathan Lethem; Director de fotografía: Dick Pope; Montaje: Joe Klotz; Dirección artística: Michael Ahern; Música: Daniel Pemberton; Diseño de producción: Beth Mickle; Producción: Gigi Pritzker, Michael Bederman, Rachel Shane, Bill Migliore y Edward Norton, para Class 5 Films- MWM Studios-Warner Bros. Pictures (USA).
Intérpretes: Edward Norton (Lionel Essrog); Gugu Mbatha-Raw (Laura Rose); Alec Baldwin (Moses Randolph); Willem Dafoe (Paul Randolph); Bruce Willis (Frank Minna); Ethan Suplee (Gilbert Coney); Cherry Jones (Gabby Horowitz); Bobby Cannavale (Tony Vermonte); Dallas Roberts (Danny Fantl); Josh Pais (William Lieberman); Fisher Stevens (Lou); Radu Spinghel (Gigante); Michael Kenneth Williams (Trompetista); Peter Lewis, Robert Ray Wisdom, Nelson Avidon, Leslie Mann.
Sinopsis: Frank, un detective, es asesinado después de hacer algunas averiguaciones relacionadas con manejos turbios en el urbanismo neoyorquino. Los empleados de su agencia, a quienes Frank protegió desde que estaban en el orfanato, investigan lo sucedido, y en ello se implica especialmente Lionel, un tipo inteligente afectado por el síndrome de Tourette.
Cerca de veinte años han transcurrido entre la primera vez que Edward Norton se puso detrás de las cámaras hasta su segundo proyecto como director, Huérfanos de Brooklyn, adaptación de una novela de Jonathan Lethem que indaga en el lado oscuro de la ciudad de Nueva York. A excepción de algunos partidarios entusiastas a ambos lados del Atlántico, la crítica acogió con frialdad un film, a mi parecer, merecedor de mucha más fama de la que ha disfrutado hasta el día de hoy.
Norton, que también se encargó de la escritura del guión, introduce algunos cambios respecto a la novela, el más significativo de los cuales es el de trasladar la acción a los años 50. Tiene sentido, por cuanto Lethem escribió una novela claramente deudora de los textos de clásicos como Hammett o Chandler. El protagonista/narrador es Lionel Essrog, un detective muy peculiar, pues padece el síndrome de Tourette, que viene a ser la antítesis de la discreción que exige ese modo de ganarse la vida. Lionel, cuya inteligencia está bastante por encima de la media, trabaja para Frank Minna, que en el pasado le reclutó, junto a otros tres compañeros de orfanato, para que formaran parte de su agencia de investigación. Cuando comienza el film, Lionel y uno de sus compañeros escoltan a Frank, que por una vez parece haberse metido en un asunto importante y acude a una reunión de la que espera sacar tajada, algo que pocas veces se consigue sin riesgo. Y, esta vez, el riesgo se materializa porque, después de una persecución, Frank recibe un balazo en el estómago que le causa la muerte al poco de su ingreso en el hospital. Lionel está junto a su mentor cuando este fallece, y escucha algunas frases relativas a la fatídica misión cuyo significado se le escapa. A partir de ese momento, todo su empeño se encaminará a esclarecer el asesinato de Frank.
Con estos elementos, propios del cine negro, Norton elabora un film de marcado aire retro, que en cierto modo puede verse como una variación neoyorquina sobre Chinatown. Tenemos una enrevesada trama detectivesca que toma cuerpo a raíz de un asesinato, corrupción urbanística a gran escala, vínculos familiares y lealtades que se crean o se rompen, problemática racial y la eterna lucha de David contra Goliat en un Brooklyn convertido en el teatro, o más bien en el campo de batalla, del enésimo proceso de gentrificación. Hay, cómo no, pistolas, humo, gabardinas, jazz y sombreros Stetson, porque a Norton le va lo cool y se apoya en esta estética para dar forma a un producto que se mueve contra todas las corrientes en boga en el cine actual. Hay aspectos discutibles en el guión, donde al principio parece que esa extraña sociedad que forman, ya desde la infancia, los empleados en la agencia de Frank Minna va a dar mucho más juego. Conforme avanza la película, estos personajes van perdiendo peso hasta prácticamente difuminarse: por ello, la reaparición final de Tony Vermonte, quien asume la dirección de la agencia una vez fallecido Frank, carece en cierto modo de sentido. Este es quizá el mayor reproche que puede hacérsele a la película: el poco aprovechamiento que se extrae de algunos de los secundarios, pues cuando la película va al meollo (qué sabía Frank y sobre quién, qué intereses tratan de proteger quienes manejan los hilos en Brooklyn, cómo va desentrañando la intriga Lionel, y cómo los progresos que hace en sus pesquisas le llevan a implicarse emocionalmente con Laura Rose, hija del dueño de un club de jazz en Harlem y activista contra un proyecto urbanístico que implica el desalojo de un barrio entero) lo hace de un modo muy certero. El problema es, por lo tanto, que por el camino se deja elementos valiosos, y que otros, como la propia filiación de Lauar Rose, adquieren en comparación una relevancia cuestionable.
Ya hemos dicho que el estilo de la película está marcado no sólo por el cine negro de los años 40 y 50, sino por la revisión que sobre los años posteriores a la Gran Depresión hizo el Hollywood de los 70, cuyos logros demuestra conocer bastante bien Edward Norton. Su apuesta estética es tan atractiva como de otra época, su estilo tras la cámara hace que la ciudad, sus altos edificios, sus locales nocturnos, sus fríos apartamentos y sus grises cielos sean un elemento esencial de la película, que a su manera es un canto a un Nueva York que ya sólo podemos ver en el cine. Es Huérfanos de Brooklyn un film nostálgico, dicho sea en el buen sentido. Nostálgico de la ciudad que le sirve de marco geográfico, y nostálgico de cómo el séptimo arte la recreó en décadas pasadas. La ambientación es excelente, el vestuario no le va a la zaga, y la música rezuma clase por todos sus poros. El británico Dick Pope, que tanto ha brillado a las órdenes de Mike Leigh, demuestra que también puede hacerlo cambiando de estilo y jugando a ser Vilmos Zsigmond o John Alonzo. Es una obra, en fin, que juega la carta de la distinción, y la juega bien.
Ya sabíamos que Edward Norton es uno de los mejores actores de nuestro tiempo. En Huérfanos de Brooklyn dispone de un personaje que por su inteligencia, su trastorno neurológico y su sempiterno aire de estar fuera de sitio supone un lujo para todo buen actor, que Norton aprovecha de manera espléndida, y más mesurada de lo que cabría esperar en un actor de su capacidad, que además se dirige a sí mismo y no tiene quien le modere. Uno de los elementos típicos del cine negro que no hallaremos en esta película es la femme fatale, por cuanto el personaje al que da vida Gugu Mbatha-Raw, actriz que poco a poco va ascendiendo peldaños en su carrera, encarna más bien el arquetipo de dama en peligro a la que proteger, aunque tampoco se maneja mal ella solita. Alec Baldwin se pone en la piel de un especulador cuya droga es el poder, y lo hace con convicción y dando la talla en los momentos necesarios. El perdedor con escrúpulos queda a cargo de un pura sangre como Willem Dafoe, de nuevo a gran altura. La lástima es que se desperdicie parte del potencial de intérpretes como Ethan Suplee o Bobby Cannavale por culpa de unos personajes desarrollados de manera insuficiente. Destacar, por último, la intervención de un Bruce Willis en buena forma, y el trabajo de Michael Kenneth Williams en el papel de un trompetista con ecos de Miles Davis.
Huérfanos de Brooklyn no es perfecta, pero es una gran película, que nos devuelve a tiempos cinematográficamente mejores y que de ningún modo se hace larga, porque su director maneja bien el ritmo narrativo. En todo caso, se le puede criticar en qué emplea (o en qué no) parte del metraje, pero no que éste sea aburrido. Me atrevo a decir que la reputación de Norton ha jugado en su contra, y que la película ganará adeptos y prestigio con los años, porque sus virtudes así lo justifican.
A ver si saca unas horitas y escribe algún nuevo relato o, en su defecto, alguna crónica mordaz. No paro de bostezar cada vez que introduzco mis narices en su blog.
Se le saluda covidmente,
Juanki
Cuidado con los bostezos, que son síntoma de algo que un servidor no puede arreglar más que respecto a sí mismo. Esas películas que veo y comento me son muy útiles para ello. Para lo demás, son malos tiempos para la lírica, que diría Coppini, aunque algo caerá en cuanto se encienda la lucecita, sin que uno pueda saber cuándo será eso. Reciba un saludo superviviente.