DJANGO. 1966. 89´. Color.
Dirección: Sergio Corbucci; Guión: Sergio Corbucci, Bruno Corbucci, Franco Rossetti y Piero Vivarelli; Dirección de fotografía: Enzo Barboni; Montaje: Nino Baragli y Sergio Montanari; Música: Luis Bacalov; Diseño de producción: Carlo Simi; Producción: Manolo Bolognini, Sergio Corbucci y José Gutiérrez Maesso, para BRC Produzione Film-Tecisa (Italia-España).
Intérpretes: Franco Nero (Django); Loredana Nusciak (María); José Bódalo (General Hugo Rodríguez); Eduardo Fajardo (Mayor Jackson); Ángel Álvarez (Nathaniel); Jimmy Douglas (Hermano Jonathan); Yvonne Sanson, José Canalejas, Remo De Angelis, Simón Arriaga, Ivan Scratuglia, Silvana Bacci, Flora Carosello, Cris Huerta.
Sinopsis: Django, un pistolero que viaja arrastrando un ataúd, rescata a una prostituta que iba a ser castigada, sucesivamente, por dos bandos enfrentados, el de unos renegados sudistas al mando del mayor Jackson, y el grupo de revolucionarios mexicanos que lidera el general Hugo Rodríguez.
Cineasta siempre vinculado a los géneros más en boga en cada momento, Sergio Corbucci ofreció lo mejor de su extensa producción en el spaghetti western, a la sombra de su paisano y tocayo Sergio Leone. El más recordado (aunque no el mejor, a mi juicio) de los eurowesterns rodados por Corbucci es Django, film cuyo éxito generó una franquicia de títulos de calidad menguante y que ha sido reivindicado hasta la saciedad por ese ilustre cinéfago que es Quentin Tarantino. Considero que Django está entre las obras importantes de su género y que tiene cualidades muy a considerar, pero la sitúo un escalón por debajo de las cintas más importantes de Leone y Sollima, el otro Sergio que sacó brillo al desierto de Almería.
Al principio, cuando vemos al protagonista arrastrar un ataúd a través de un paraje semidesértico mientras suena una pegadiza canción de Luis Bacalov, el espectador tiene claras dos cosas: que lo que está viendo le suena de algo, y que no se va a aburrir. Es evidente que Corbucci sigue paso a paso los esquemas marcados por Leone. Su fórmula para resultar original, o más bien su idea para tratar de aportar algo nuevo, es exagerarlos. Si la estética fijada en la trilogía del dólar es feísta, Django lo es bastante más, no ya por el aspecto físico de sus personajes sino porque el fango es uno de los protagonistas de la función; si el personaje principal es tan certero con el revólver como frío y parco en palabras, Corbucci se empeña en amplificar ambas características hasta prácticamente llegar a la caricaturización; si el escenario central es un pueblo escaso de habitantes, y todavía más de orden y justicia, Django se desarrolla en una fantasmagórica aldea, en la que sólo existe el prostíbulo y no hay ni rastro de nada parecido a un representante de la ley; si el conflicto se centra en las peripecias de un pistolero solitario en mitad de dos bandos enfrentados (copia de Por un puñado de dólares, que a su vez copiaba a Yojimbo), Corbucci tirará por ese sendero sin pestañear; si abunda la violencia hasta alcanzar un punto sadomasoquista, en ese aspecto se añade más picante a la receta original. Sucede, sin embargo, que Corbucci no es Leone, por mucho ambos compartan nombre de pila y vecindad civil, El director de Django no posee ni la capacidad para la estilización visual de lo aparentemente antiestético, ni la habilidad para jugar con los tiempos narrativos de quien ese mismo año estrenó El bueno, el feo y el malo, la obra de que distinguió definitivamente a Leone de su legión de imitadores. En consecuencia, Django resulta más tosca, en la puesta en escena y en sus elementos principales, que el referente en que se mira, aunque justo es decir que es a la vez muy divertida, en buena parte por la falta de complejos con la que Corbucci se lanza a la arena… o más bien al barro.
Lo más atípico de Django es, quizás, que su protagonista jamás se sube a un caballo; lo más divertido, la escena en la que descubrimos qué contiene el ataúd que el protagonista lleva consigo en todo momento; lo mejor, su secuencia final, la más lograda visualmente de todas las que forman la película. Quedan claros los motivos que enfrentan al pétreo pistolero con el mayor Jackson, que es el malvado de la función, y sus esbirros, pues ese individuo, violento y racista a más no poder, lidera un grupo de renegados sudistas que arrasan con todo a su paso y funcionan como una especie de secta. Las causas por las que Django traiciona a los revolucionarios mexicanos, con quienes sí tiene lazos en común, quedan más difusas, más allá de la codicia que despierta todo ese oro en polvo cuyo final esconde una gran metáfora, que marca la mayor diferencia entre este film y los que le sirven de guía, porque el desenlace se aleja de esa lenta cabalgada triunfal del pistolero hacia el horizonte que solemos ver en esta clase de obras, y también en el western más canónico. En lo que no hay rasgos diferenciales es en la banda sonora, en la que Luis Bacalov sigue, con bastante gracia a mi juicio, la mítica fórmula Morricone.
Django supuso el primer papel protagonista para Franco Nero, prolífico intérprete que hizo de la expresión adusta una de sus marcas de fábrica. Es obvio que su personaje sigue las huellas del Hombre sin nombre de la trilogía del dólar, y también que Nero no posee el carisma de Clint Eastwood. En general, la labor del italiano es correcta, aunque Corbucci introduce en su rol un elemento de galán romántico que le pega muy poco a un individuo con esa presencia física y personalidad. El papel de villano lo ejecuta con corrección Eduardo Fajardo, cuyo rostro se convirtió en esos años en una presencia frecuente en el eurowestern, mientras que quien da vida al líder de los revolucionarios mexicanos es José Bódalo, un actor notable que también se dejó ver por Almería en los años del boom del spaghetti western. Loredana Nusciak, que se había dado a conocer en el peplum, hace aquí uno de sus papeles más conocidos, aunque su personaje no vaya mucho más allá del estereotipo de la prostituta del saloon. Destacar la presencia de José Canalejas, secundario eficaz en todos los terrenos.
Más allá del mito, Django queda como un emblemático spaghetti western, más entretenido que realmente bueno, aunque reivindicable por su manera de cargar las tintas sobre las pautas de Sergio Leone. Repito, eso sí, que no es la mejor película de un director cuya carrera se salió pocas veces de la mediocridad.