MI HIJA HILDEGART. 1977. 107´. Color.
Dirección: Fernando Fernán Gómez; Guión: Rafael Azcona y Fernando Fernán Gómez, basado en la novela Aurora de sangre, de Eduardo de Guzmán; Dirección de fotografía: Cecilio Paniagua; Montaje: Rosa Salgado; Música: Luis Eduardo Aute; Decorados: Luis Vázquez; Producción: Luis Sanz y Alfredo Matas, para Cámara Producciones Cinematográficas-Jet Films (España)
Intérpretes: Amparo Soler Leal (Aurora Rodríguez); Carmen Roldán (Hildegart); Manuel Galiana (Eduardo de Guzmán); Guillermo Marín (Presidente del tribunal); Pedro Díez del Corral (Villena); Carles Velat (Lucas López); José María Mompín (Fiscal); Maribel Ayuso (Julia); Luisa Rodrigo (Emilia); Xan das Bolas, Ricardo Turdidor, María José Valiente, Julia Ávalos, Rafael Anglada, José Luis Barceló, Francisco Casares.
Sinopsis: En la España de la Segunda República, Aurora Rodríguez, una feminista radical, asesina a su hija Hildegart, una niña prodigio a la que concibió y crió con la sola idea de convertirla en pionera de la liberación de la mujer.
En los albores de la democracia, Fernando Fernán Gómez recuperó, por sugerencia del productor Alfredo Matas, una de esas singulares historias que jalonan la crónica negra española, ocurrida en el Madrid de los años 30 y novelada más tarde por Eduardo de Guzmán. La historia de Aurora Rodríguez y su hija Hildegart es la de uno de los parricidios más dignos de estudio de la historia de España. Fernán Gómez coescribió el guión junto al maestro Rafael Azcona, pero no quedó del todo satisfecho con el resultado final. que, en efecto, no está a la altura de sus obras mayores. Paradójicamente, Mi hija Hildegart tuvo más éxito que varias de ellas.
Ante todo, creo que Mi hija Hildegart es el retrato de una mente enferma, pero también es mucho más que eso. Cuando sucede algo tan monstruoso, y casi siempre tan irracional, como un parricidio, surge la necesidad social de encontrar una explicación para esa clase de actos. Paraciencias enteras han encontrado un filón en eso. Pues bien, la historia de Aurora Rodríguez es especialmente llamativa por su absoluta racionalidad. La película adopta la forma de una larga confesión, en la que poco a poco se nos van explicando los motivos del crimen, muy célebre en su tiempo a causa de la fama de Hildegart. La cosa, sin embargo, arranca de mucho más atrás: Aurora recuerda que su madre fue una mujer subyugada por su marido, una infeliz que renunció a la separación para no perder la custodia de sus hijos. Recuerda también a su hermana mayor como a una mujer más preparada para hacer hijos que para criarlos: fue Aurora quien se encargó de la educación de su primogénito, José, hasta el punto de luchar infructuosamente por su custodia, que la justicia concedió a la madre. Con el tiempo, José fue un destacado pianista, se fue de España y perdió el contacto con Aurora. De todos estos traumas, ella sacó en claro que la sociedad esclaviza a la mujer, que el sexo la corrompe y el matrimonio la derrota. Preconiza la liberación social y sexual (sin sexo) de la mujer desde el socialismo, y decide concebir una hija y criarla, basándose en los principios de la eugenesia, con la única misión de que sea la encargada de llevar a la práctica esa liberación. Al principio, el proyecto no puede ser más exitoso: Hildegart se convierte en una niña prodigio, culta e inteligente, que domina varios idiomas y destaca en las letras y la política. Con el tiempo, sin embargo, la chica intenta huir del férreo control que su madre ejerce sobre ella, y surge el conflicto.
Mi hija Hildegart posee muchos de los ingredientes para convertirse en una película memorable, pero no llega a ese nivel por su falta de ritmo, notoria cuando la acción se traslada al tribunal que juzga a Aurora, y porque a mi parecer falla una de las columnas vertebrales: conocemos a la perfección a Aurora, pero acabamos sabiendo muy poco de Hildegart, a quien podemos considerar un triste autómata que escribió tratados sobre liberación sexual, cuyo valor es discutible si tenemos en cuenta que murió virgen. Tampoco ayuda un tono en exceso discursivo: es comprensible que alguien tan dogmático como Aurora convierta su juicio en un mitin, pero quizá no lo sea tanto que la película haga suyas sus tesis, como sugiere el alegato final, en primer plano, del abogado de la parricida. La ambientación y la estética son funcionales, sin brillo, y la música de Luis Eduardo Aute no tiene mucho a destacar. Hay aciertos notables, como la escena de la aberrante concepción de Hildegart, o aquéllas que muestran cómo la plasmación práctica del dogmatismo de Aurora habría sido del gusto del Marqués de Sade. Destaco también la visión que se ofrece de la eugenesia: la mía, por cierto, es que urge mejorar la especie, y que por lo tanto es negativo dejar al azar algo tan importante como la reproducción; pero esa mejora jamás puede estar en manos de personas que ven en sus descendientes el bálsamo que cure su enorme catálogo de frustraciones vitales, y aún menos en las de dogmáticos radicales que sueñan con un mundo acorde a su ideario político, nacional o religioso olvidando que las personas nunca van a ser (por suerte, en este caso) como ellos quieren (todas iguales, básicamente), sino como son.
Volviendo al cine, Mi hija Hildegart fue uno de los vehículos articulados por el productor Alfredo Matas para el lucimiento de su esposa, Amparo Soler Leal. El regaló sirvió para que esta gran actriz nos ofrezca una actuación de categoría. El problema es que intérprete y personaje absorben demasiado, y dejan poco espacio a lo (s) demás. Carmen Roldán, cuya carrera dio muy poco de sí, hace lo que puede con un personaje que viene a ser una versión femenina (y de carne y hueso) del monstruo de Frankenstein. Pedro Díez del Corral, Guillermo Marín y Carles Velat lo hacen bien, aunque en ocasiones les encuentro demasiado envarados, en exceso autoconscientes de la importancia de sus frases.
Lo dicho, no es una obra mayor de Fernando Fernán Gómez, pero creo que todo el que no haya visto Mi hija Hildegart debería dedicarle dos horas de su tiempo. El film aporta tantos elementos para la reflexión y el debate que no es de extrañar que, allá por 1983, ilustrara el programa que La clave dedicó a la mujer en política. Además, aporta una visión singular sobre ese período tan ilusionante que fue la Segunda República española, si bien su visionado deja un cierto poso amargo al espectador de hoy en día que espere que haya una tercera: poco se ha aprendido de los errores de entonces.