CIRCUS WORLD. 1964. 135´. Color.
Dirección: Henry Hathaway; Guión: Ben Hecht, Julian Halevy y James Edward Grant, basado en un argumento de Philip Yordan y Nicholas Ray; Dirección de fotografía: Jack Hildyard; Montaje: Dorothy Spencer; Música: Dimitri Tiomkin; Diseño de producción: John DeCuir; Vestuario: Renie; Producción: Samuel Bronston, para Samuel Bronston Productions (EE.UU.).
Intérpretes: John Wayne (Matt Masters); Claudia Cardinale (Toni Alfredo); Rita Hayworth (Lilli Alfredo); Lloyd Nolan (Cap Carson); Richard Conte (Aldo Alfredo); John Smith (Steve MacCabe); Katharyna (Giovana); Katherine Kath (Hilda); Wanda Rotha (Mrs. Schuman); Maggie MacGrath (Anna); José María Caffarel (Alcalde de Barcelona); Kay Walsh, Miles Malleson, Katherine Ellison, Moustache.
Sinopsis: Matt Masters decide emprender una gira europea con su circo. Con él y toda su troupe viaja su ahijada Toni, hija de un famoso trapecista y de una madre que desapareció después de la trágica muerte de éste, ocurrida catorce años atrás.
El fabuloso mundo del circo ha pasado a la historia por ser la película que hundió el imperio Bronston, creado por un productor símbolo del cine espectáculo, un tanto megalómano y responsable de películas de notable éxito, muy recordado en España por ser el país donde localizó una parte significativa de sus producciones, pues aquí podía encontrar artistas y técnicos competentes a muy bajo coste, y todas las facilidades por parte de una dictadura deseosa de limpiar su pésima (y ganada muy a pulso) fama en el exterior. Samuel Bronston aportó a España dos cosas que el país necesitaba con urgencia: alegría y dinero. Sus producciones, casi siempre en el límite entre lo espectacular y lo aparatoso, buscaban ser parte fundamental de un cine de gran formato y de puro entretenimiento contra el que no pudiera competir la televisión. Y lo fueron. De todas ellas, la mejor a mi parecer es 55 días en Pekín, pero El fabuloso mundo del circo no es, en mi opinión, esa película fallida y prescindible que han visto muchos críticos. Es desigual, llena de tópicos, con ciertas inconsistencias en el guión (en el que quizá intervinieron demasiadas manos, aunque casi todas ellas fueran muy talentosas) y pocos personajes con verdadera entidad, y a la vez un film que entretiene a manos llenas, rodado con la habilidad y el brío propios de un gran director como Henry Hathaway, que contiene escenas memorables (el hundimiento del barco, rodado en el Moll de la Fusta, o el incendio de la carpa son dos claros ejemplos de ello) y hace un apasionado homenaje al circo, un arte que nunca me ha apasionado, pese a lo cual reconozco la habilidad y el mérito de quienes a él se dedican, y los grandes riesgos que asumen muchos de ellos, con el único fin de entretener y hacer feliz a su público, formado mayoritariamente por niños. Un arte, en fin, que ha inspirado grandes momentos cinematográficos por parte de autores como Ingmar Bergman, Federico Fellini o Woody Allen.
Muchas veces, la vida de quienes se dedican al mundo del arte, o del entretenimiento, o de ambas cosas, no es divertida. En la de los protagonistas de esta película se hallan muy presentes las dificultades económicas que conlleva montar un gran espectáculo, y los imponderables a los que se han de enfrentar quienes lo hacen (me da que hay bastante del propio Bronstonm en el personaje interpretado por John Wayne), y también la tragedia, en este caso a consecuencia de un triángulo amoroso que concluyó de la forma más desgraciada, con el suicidio de un célebre trapecista al saber que su esposa y pareja artística, que desapareció después del suceso dejando desamparada a su hija pequeña, se había enamorado de otro hombre, el mismo que casi tres lustros después lleva su circo de gira por Europa, quizá con la esperanza de reencontrarse con la mujer que amó. La trama es tan poco original como eficaz y tan tópica como interesante, dando lugar a una película que trata de ensamblar la espectacularidad del arte circense (cuyas escenas están francamente bien rodadas) con un conflicto humano que puede estar muy visto pero nunca es trivial. No siempre el acierto acompaña el intento, pero El fabuloso mundo del circo no deja de ser una película poderosa, que nos trae el recuerdo de lo que siempre ha sido el mejor cine de Hollywood: evasión no reñida con profundidad emocional.
Henry Hathaway, director de obras más que notables tanto en el cine negro como en el western, fue, junto a los maestros Ford y Hawks, uno de los escasos directores que supo sacarle todo el jugo a uno de los grandes mitos de la pantalla: John Wayne. El Duque, que como el buen vino fue mejorando con los años, no era desde luego un actor de múltiples registros, pero sí un intérprete dotado de una cualidad que no se vende en los supermercados ni se aprende en las escuelas de interpretación: carisma. Su presencia en pantalla es imponente, y ningún actor podría resultar más adecuado para un personaje como el de Matt Masters. A su lado, dos de las actrices más bellas del cine: una Claudia Cardinale (no le acompaña la voz, pero nadie es perfecto) entonces en el esplendor de su juventud, y una Rita Hayworth cuya ya entonces visible decadencia hace más entrañable a su personaje. Ellas engrandecen la película, como también lo hacen la carismática presencia de Richard Conte y el buen hacer de todos los artistas de circo que aparecen en el film. En cambio, John Smith es un actor flojo, y aquí lo demuestra al lado de intérpretes con los que, sencillamente, no puede competir.
Todo gran espectáculo cinematográfico ha de estar avalado por el trabajo de técnicos de categoría, y en este film tanto la fotografía de Jack Hilyard como la banda sonora de Dimitri Tiomkin son harto destacables. Como lo es en mi opinión toda la película, pese a su escaso éxito comercial y a las desfavorables comparaciones que siempre ha padecido respecto a El mayor espectáculo del mundo, obra que tengo muy olvidada y he de repasar. No seré yo quien menosprecie las películas de Bronston. Todas, incluso las menos logradas, tienen algo. Ese algo que hace que la gente quiera ir al cine.