BRASSED OFF. 1996. 106´. Color.
Dirección: Mark Herman; Guión: Mark Herman; Dirección de fotografía: Andy Collins; Montaje: Michael Ellis; Música: Trevor Jones. Interpretada por la Grimley Colliery Band; Dirección artística: Felicity Joll; Diseño de producción: Don Taylor; Vestuario: Amy Roberts;Producción: Steve Abbott y Olivia Stewart, para Channel Four Films-Miramax Films (Gran Bretaña).
Intérpretes: Pete Postlethwaite (Danny); Ewan McGregor (Andy); Tara Fitzgerald (Gloria Mullins); Stephen Tompkinson (Phil); Jim Carter (Harry); Philip Jackson (Jim); Peter Martin (Ernie); Sue Johnston (Vera); Mary Healey (Ida); Melanie Hill (Sandra); Peter Gunn, Ken Colley, Lill Roughley.
Sinopsis: Sobre la mina de carbón de Grimley, en el norte de Inglaterra, pende la amenaza del cierre. Esto implicaría, además de dejar a más de mil trabajadores en el paro, el final de la orquesta formada por los mineros, la cual tiene más de un siglo de historia. Danny, su director, hará todo lo posible para que la banda siga tocando.
El llamado cine social británico de la década de los 90 produjo algunos pequeños diamantes. Tocando el viento es, sin duda, uno de ellos. Se trata de una película intensa, que busca y consigue en todo momento la implicación y la complicidad del espectador. La historia se sitúa en una época en la que los gobiernos conservadores británicos emprendieron el cierre masivo de las minas de carbón, muchas de las cuales todavía eran rentables económicamente, provocando un terremoto en regiones enteras que vivían de esta industria. En una de ellas, la de Yorkshire, se escribe el nuevo capítulo de una historia ya vivida en otros lugares. Afecta al pozo minero de Grimley, que da empleo a más de mil hombres. La estrategia es la habitual: sustanciosas indemnizaciones a los trabajadores para que éstos se plieguen a los planes de cierre. Además de la mina, Grimley posee otro tesoro que los mineros pasean con orgullo: su banda de música, cuyo director, Danny, es un minero retirado que vive absolutamente entregado a la orquesta. A los músicos de la banda, todos mineros en ejercicio, la perspectiva de quedarse sin empleo y ceder al chantaje de los poderosos les preocupa más que tocar mejor o peor unas canciones que a nadie parecen importar. Muchos tienen deudas, hipoteca y facturas por doquier, y jamás han trabajado en otro lugar que la mina. Lo tienen claro: si ésta cierra, la banda morirá con ella. Danny intenta convencerles de que deben seguir tocando para conseguir llegar a la final del concurso nacional de bandas de música, a celebrar en el Royal Albert Hall, y así tener algo de lo que sentirse orgullosos en mitad del desastre. En estas, aparece en escena Gloria Mullins, nieta de un minero que fue director de la banda de música muchos años atrás. Gloria es cornetista, como su abuelo, y consigue entrar en la orquesta. Sin embargo, ella no ha vuelto a Grimley sólo por la música: trabaja para la dirección de la empresa, que le ha encargado un informe sobre la viabilidad económica de la mina, y busca reencontrarse con Andy, un joven minero con el que tuvo un idilio adolescente antes de dejar Yorkshire.
Hasta aquí, lo que se cuenta. Sin embargo, la película tiene otras dos grandes bazas: cómo se cuenta, y quiénes la cuentan. Normalmente, uno desconfía de las historias que siempre buscan la tecla idónea para tocar la fibra del espectador, pero en este caso he de alabar la maestría de Mark Herman en la difícil tarea de ser políticamente comprometido sin resultar cargante, y en especial en la de ser sensible sin llegar a ser sensiblero. La película emociona, y mucho. Uno se siente parte de la lucha de esos hombres rudos que vuelcan su sensibilidad en la música; en la de sus mujeres, que día tras día se manifiestan junto a la mina para intentar evitar su cierre; en la de Gloria, atrapada entre las ganas de hacer bien su trabajo y la fidelidad a sus raíces, a la que no es ajena el reencuentro con su primer amor; y, sobre todo, uno no puede dejar de emocionarse ante la fuerza de voluntad de Danny, un hombre enfermo que se deja las pocas fuerzas que le quedan en convencer a sus músicos de que la orquesta es la forma que tienen de olvidar las adversidades y hacer algo importante. Su hijo, Phil, es un hombre desesperado y acuciado por las deudas y que, a pesar de ello, intenta no traicionarse. Hay drama, algunas risas y unas cuantas lágrimas, y hay, desde luego, mucho orgullo proletario. Lo que más destacaría, sin embargo, de esta película, es que consagra la importancia de esas cosas (la música, los libros, las películas) sin las que muchos seríamos incapaces de afrontar los golpes de la vida, o la nada cotidiana. Y nos dice, además, que no hay que rendirse frente a quienes nos quitan la ilusión, el empleo, las ganas de luchar y la esperanza. Por todo eso, Tocando el viento está en el rincón de las películas especiales de mi videoteca. Por todo eso, y porque está hecha con la suficiente inteligencia y la suficiente maestría como para conseguir lo que intenta. La película es maniquea, sentimentalmente manipuladora y poco sutil. Y sin embargo, ninguna de esas cosas, que me hacen odiar otros muchos largometrajes, me importa cuando veo éste.
Todo lo dicho está muy bien, pero si los actores no comunican, una película de estas características se quedaría lejos de lo que hubiera podido ser. En este caso, la perfecta actuación de Pete Postlethwaite es la que se lleva la palma en un plano interpretativo cuidado y brillante. Ewan McGregor y Tara Fitzgerald consiguen transmitir el alma de sus personajes, confusos y enamorados, Jim Carter vuelve a estar excelente y dice una de las grandes frases de la película («tocamos música porque así la gente nos escucha»), y el resto del elenco raya a muy buena altura. Destacar también a Stephen Tompkinson, quien, en el papel más sufridor de la película, aporta una muy interesante reflexión sobre los designios del Altísimo. Los apartados técnicos están bien resueltos, sin florituras y destinados a subrayar la historia en lugar de a camuflarla, y sólo escuchar a esa banda de tíos duros (con joven cornetista incorporada) tocar el Concierto de Aranjuez (u Orange Juice) como lo tocan, ya merece la pena.