Las cifras de desempleo en España siguen empeñadas en batir récords, mientras el presidente de la CEOE, Joan Rosell, nos recuerda que aún quedan pendientes los ajustes en el sector público y uno sueña con el día en que los ajustes se los hagan a él. El número de parados en un país que se dice europeo es vergonzoso, a la vez que aterrador, y además no hace más que aumentar un día tras otro. Pero lo peor no es eso: lo peor es la fuga de talento, el hecho de que muchos desempleados mayores de 45 años no volverán a tener un empleo por cuenta ajena en toda su vida, y que muchos de los parados que con los años encuentren un empleo (o eso, o aquí se lía parda) trabajarán bajo unas condiciones que ni por asomo serán las que tuvieron antes del estallido de la burbuja. Éste, además del desmantelamiento de los servicios públicos, es el objetivo final de quienes nos han hundido en la mierda y siguen ahí sin que les salpique, de quienes manejan los hilos de un sistema en cuyo ADN está, a todos los niveles, el sacrificio de las mayorías (que hoy no disponen de alternativas políticas creíbles en las que apoyarse) en favor de las élites. Si quienes deberían sofocar el incendio se dedican a esparcir gasolina, que no se quejen cuando todo arda.