ONE-EYED JACKS. 1961. 141´. Color.
Dirección: Marlon Brando; Guión: Guy Trosper y Calder Willingham, basado en la novela The authentic death of Hendry Jones, de Charles Neider; Dirección de fotografía: Charles Lang, Jr.; Montaje: Archie Marshek; Música: Hugo Friedhofer; Dirección artística: J. McMillan Johnson y Hal Pereira; Decorados: Robert Benton y Sam Comer; Vestuario: Yvonne Wood; Producción: Frank P. Rosenberg, para Pennebaker Productions-Paramount Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Marlon Brando (Rio Kid); Karl Malden (Dad Longworth); Pina Pellicer (Luisa); Katy Jurado (Maria Longworth); Ben Johnson (Bob Amory); Slim Pickens (Lon); Larry Durán (Modesto); Hank Worden (Doc); Elisha Cook, Jr. (Carvey); John Dierkes (Chet); Timothy Carey (Howard Tetley); Miriam Colón, Sam Gilman, Rodolfo Acosta, Ray Teal.
Sinopsis: Rio y Dad se dedican a atracar bancos hasta que, un día, Dad abandona a su compañero a merced de los guardias rurales mexicanos. Después de cinco años en la cárcel, Rio se dedica a buscar a su antiguo amigo para vengarse de él.
Primera y única incursión de Marlon Brando en la dirección cinematográfica, El rostro impenetrable iba a ser dirigida por Stanley Kubrick, pero estaba claro que dos egos tan desmesurados como los suyos no cabían en el mismo plató. Por tanto, el propio protagonista (y también productor) asumió la dirección de un film imperfecto pero interesante. Siempre nos quedará la duda de cómo hubiera sido la película de haberla dirigido uno de los más grandes cineastas de la historia, pero Brando hizo un buen trabajo.
El argumento del film es de lo más simple, la típica historia de venganza entre bandidos. Otra cosa es su enfoque: puede decirse que El rostro impenetrable es un western psicoanalítico, en el que la relación casi paternofilial entre los dos forajidos, y el hecho de que uno de ellos utilice a la hijastra del primero para empezar a consumar su venganza, aportan a la historia nuevos puntos de interés (morbosos, si se quiere) que la llevan más allá del manido tema del ajuste de cuentas. Muy interesante resulta también el análisis de los sentimientos de Dad, que aprovechó el dinero obtenido en el atraco tras el que abandonó a su amigo para convertirse en un hombre tan respetable que ha llegado a ser elegido sheriff del pueblo en el que vive: por un lado, se siente culpable por lo que le hizo a Rio, pero por otro lo que más ansía es borrar las huellas de su pecado, lo que implica, en última instancia, matar a Rio. Éste lo tiene mucho más claro: su único objetivo es localizar a Dad y hacerle pagar por lo que le hizo.
Más allá del argumento, considero que la película es demasiado larga. Empieza muy bien, y de hecho las escenas previas a la fuga de Rio de la prisión mexicana son excelentes y para nada faltas de ritmo. Después, sin embargo, la cosa va más lenta, y por momentos la película pierde interés a la espera del inevitable duelo entre Rio y Dad. Brando se recrea más de la cuenta en la preparación del desenlace, y a veces al espectador le ocurre lo que a Bob Amory, que no ve el momento de pasar a la acción. Escribí en la reseña de El Álamo que el narcisismo es una de las características más comunes entre los directores-actores: Brando (que también hace gala de su inclinación al masoquismo en la pantalla) no es ninguna excepción, antes al contrario: grandísimo actor, pese a que ni su voz ni su dicción eran ninguna maravilla, Brando peca de un excesivo amor a sí mismo cuando se autodirige. Y, siendo buena, no creo que la interpretación que consigue sea una de las mejores de su carrera. Karl Malden, sin duda un gran actor, está excelente en un papel que es el más complejo del filme, que tiene entre sus puntos fuertes a nivel interpretativo a un gran Ben Johnson, de mirada y expresión cargadas de fuerza e intensidad. Además, la presencia de un vaquero tan creíble como Slim Pickens, o de un elenco de secundarios omnipresentes en el cine del Oeste (Hank Worden, John Dierkes, Elisha Cook, Jr.) le dan empaque a este western atípico, no sólo por el trasfondo psicoanalítico ya comentado, sino por la omnipresencia del mar, nada frecuente en el género y que aquí se convierte casi en un personaje importante más. De estos, diría que a la debutante Pina Pellicer se le concede un personaje que supera su capacidad interpretativa. A nivel técnico, destacar la fotografía de Charles Lang, más ocre que luminosa, en la que explota las peculiaridades paisajísticas del film y retrata a la perfección los rostros en unos primeros planos de los que la película abusa.
Western atípico, crepuscular y demasiado largo, pero muy interesante, El rostro impenetrable es desde luego una película con altibajos, pero también con unas hechuras de buen cine que la llevan bastante más allá de constituir una mera curiosidad sólo recomendable para fans del western y, desde luego, de Marlon Brando.