BILLY ELLIOT. 2000. 109´. Color.
Dirección: Stephen Daldry; Guión: Lee Hall; Dirección de fotografía: Brian Tufano; Montaje: John Wilson; Música: Stephen Warbeck; Dirección artística: Adam O´Neill; Diseño de producción: Maria Djurkovic; Vestuario: Stewart Meacham; Coreografía: Peter Darling; Producción: Greg Brennan y Jon Finn, para Tiger Aspect Productions- BBC Films (Gran Bretaña).
Intérpretes: Jamie Bell (Billy Elliot); Gary Lewis (Jackie Elliot); Julie Walters (Mrs. Wilkinson); Jamie Draven (Tony Elliot); Jean Heywood (Abuela); Stuart Wells (Michael); Nicola Blackwell (Debbie); Patrick Malahide, Barbara Leigh-Hunt, Colin MacLachlan, Neil North, Matthew Thomas.
Sinopsis: En un pueblo minero del norte de Inglaterra, el joven Billy Elliot decide colgar los guantes de boxeo y aprender ballet a escondidas en las clases de la señora Wilkinson. El chico tiene aptitudes, pero su padre y su hermano, hombres duros que luchan para que la huelga en la mina sea un éxito, no aceptan que Billy se dedique al ballet, que para ellos es cosa de niñas y maricas.
Uno de los grandes éxitos del cine británico de las últimas décadas fue este Billy Elliot que convenció a crítica y público, supuso el debut en el largometraje de su hoy cotizado director Stephen Daldry y tiene aroma de gran cine. Es cierto que la película triunfa principalmente por la empatía, por la identificación del espectador con ese chico decidido a dedicarse a algo tan mal visto en su entorno y a priori tan poco masculino como el ballet. Más allá de eso, sin embargo, la película atrapa por su honestidad, su profundidad emocional, su sensibilidad y su agudo retrato de una ilusión personal en mitad de la ruina colectiva. Porque Billy vive en un pueblo minero, los de siempre amenazan con cerrar esa mina en la que su padre y su hermano se ganan la vida, y los obreros han organizado una huelga como respuesta. El paisaje diario son los objetos arrojados contra el autobús que lleva a los esquiroles a la mina, y las cargas de los antidisturbios contra los obreros en huelga. Billy crece en un medio duro, huérfano de madre y destinado a ser otro minero rudo que boxea y bebe pintas de cerveza en el pub al acabar su jornada. Un día, y por casualidad, descubre el ballet, que le apasiona y para el que tiene talento, y con la ayuda de la profesora, una frustrada mujer de mediana edad apellidada Wilkinson, decide seguir su vocación. Cuando descubren que el pequeño Billy quiere dedicarse al ballet, su padre y su hermano Tony, que es uno de los líderes sindicales del pozo, reaccionan con una mezcla de asombro e indignación, e intentan que el muchacho se olvide de las mallas y emplee su tiempo en actividades más varoniles.
Por un lado, la película muestra lo difícil que puede ser para algunas personas correr detrás de un sueño, aunque éste se vea refrendado por el talento. Por otro, retrata la lucha de unos obreros contra quienes quieren arrebatarles su medio de vida. El gran mérito de la película a nivel narrativo es que ambos aspectos confluyen y se retroalimentan bien, que no dejan de aportar nuevos elementos de emoción e interés a una historia que ya de por sí atrapa. Hay espacio para el primer descubrimiento del sexo (Michael, el mejor amigo de Billy, es homosexual y disfruta trasvistiéndose; Debbie, la pequeña hija de la señora Wilkinson, sabe mucho más del tema que el aún inocente Billy), para retratar el entorno familiar del muchacho y, desde luego, para el baile, que aparece en el film como una liberación, algo que hace olvidar todos los males del mundo. Hay en la película mucho amor al ballet, y por extensión a la música. Esa omnipresencia de Marc Bolan y sus T-Rex en algunos de los pasajes más recordados de la película, esa persecución policial a Tony mientras suena el London Calling de The Clash, el imprescindible Lago de los Cisnes… es cierto que algunos de esos pasajes musicales están rodados de una forma quizá demasiado deudora del videoclip, pero también que consiguen que el público sea partícipe de la pasión y la energía de Billy (en lo cual ayuda no poco el trabajo coreográfico de Peter Darling), quien, cuando su padre y su hermano entienden que el chico vale, y que merece otro futuro que la mina, logra tener ese apoyo que en principio sólo la señora Wilkinson y su amigo Michael le dieron.
Técnicamente, la película es más eficaz que brillante, más sobria que efectista y más servil a la historia que poderosa en sí. Esto está bien si el guión es bueno, como es el caso. La película está a veces al límite de lo ñoño, pero nunca lo sobrepasa, y tiene algunas pequeñas cosas (el paseo de Billy y Debbie por el pueblo entre los escudos de los antidisturbios, la mirada perdida de la abuela, la conversación de Jackie y Tony a la entrada de la mina) que, como espectador, me emocionan. Lo que escribí en la reseña de Tocando el viento, película con muchos puntos en común con la ópera prima de Stephen Daldry, lo repito aquí: el cine es, muchas veces, emoción; muchas películas intentan tocar la fibra del espectador, pero pocas de ellas logran llegar a la mía, seguramente porque ésta no acepta historias que pretenden llegar al corazón sin pasar por el cerebro. Billy Elliot es una de esas películas. Su protagonista, el novato Jamie Bell, hace un trabajo enormemente meritorio, Gary Lewis está magnífico en el papel más importante de su carrera, y lo mismo puede decirse de una Julie Walters que consigue mostrar a la perfeccion cómo una mujer amargada de mediana edad recobra al entusiasmo al poder ser útil a un joven con posibilidades de tener éxito y de lograr eso que todos deseamos y casi nadie consigue: dedicarse a aquello que de verdad le llena. Que es de lo que, fundamentalmente, trata Billy Elliot, del maravilloso resultado de la suma de pasión, talento y esfuerzo. Y de romper barreras. Las mentales, las sociales, y también las policiales.