JOSEP MARIA DE SAGARRA. Vida privada. Proa, 409 páginas.
Novela escandalosa en su época, relegada a posteriori a un segundo plano por la inevitable censura y algunas ediciones poco memorables, y desde hace lustros considerada una de las cumbres de la literatura catalana del siglo XX, Vida privada es la tercera y última novela publicada por el poeta y dramaturgo Josep Maria de Sagarra. En ella, el autor vuelca todo su saber literario a la hora de mostrar la decadencia de la aristocracia catalana, simbolizada en el clan familiar protagonista, los Lloberola. Sagarra retrata a tres generaciones de esta familia venida a menos, de esas especializadas en lucir escudo e ínfulas y no dar un palo al agua. La historia, dividida en dos partes, se centra en los años que antecedieron y siguieron a la Exposición Universal celebrada en Barcelona en el año 1929. Fue escrita entre la primavera y el verano de 1932, y es ahí, pasados ya unos meses desde la proclamación de la II República, cuando el relato finaliza.
Se ha hablado mucho del valor documental de esta novela. Lo tiene, no cabe duda. Cuando uno la lee, advierte bien pronto que Sagarra describe un mundo, unos personajes, una ciudad y una época que conoce a la perfección, que cuenta bien pero inventa poco. De hecho, más de cuatro miembros (y miembras, que diría Bibiana Aído) de la alta burguesía barcelonesa de la época se reconocieron de inmediato en algunos de los personajes descritos, la inmensa mayoría no demasiado amablemente, en la novela, seguramente la primera gran novela de Barcelona. Después de la guerra civil, gran parte de las grandes páginas sobre mi ciudad se han escrito en castellano, circunstancia en parte debida a la persecución sufrida por la lengua catalana durante la dictadura franquista. A Sagarra hay que concederle, como mínimo, el haberse planteado una meta ambiciosa (crear un retrato fiel de una clase social, de una ciudad y de una época), y el haberle dado a la literatura catalana una de sus novelas más emblemáticas.
He hablado de los personajes. Pocas virtudes adornan a casi todos ellos, empezando por don Tomàs de Lloberola, patriarca del clan y hombre reaccionario y tan poco sobrado de valentía como de luces. Su familia, otrora relevante, se ha ido derrumbando generación tras generación, víctima de sí misma o, siendo más generosos, de eso que llaman progreso. Otros más inteligentes, más emprendedores, o simplemente mejor dotados para la rapiña, les han relegado a ser la sombra de lo que algunos siglos atrás fueron. La decadencia de los Lloberola es imparable: los hijos, Frederic y Guillem, son ejemplo de absurda banalidad y de carencia de cualquier clase de escrúpulos morales; los nietos, Maria Lluïsa y Ferran, dos seres que navegan, con más bien poca traza, entre la confusión y la carencia de valores. Ellos centran toda la narración. A su alrededor pululan todo tipo de personajes de las altas, y también de las bajas, esferas barcelonesas. Porque más allá del Círculo Ecuestre, de las fiestas exclusivas (no pocas de ellas organizadas para agasajar al dictador Primo de Rivera o a sus más fieles colaboradores), del dinero y las apariencias, estos ricos disfrutan visitando los antros más decadentes del centro de la ciudad para dar rienda suelta a sus grandes y pequeños vicios. Porque de eso va la novela, y de ahí el escándalo que causó en su época. Sagarra no esconde, antes al contrario, la idea que el sexo es quizá el motor más importante de las acciones humanas, y que las cosas de la vida pública no pueden explicarse atinadamente sin mostrar la otra vida, la privada. O, dicho de otra forma, que detrás de todo hombre importante, y de toda mujer ídem, hay muchos secretos, y no pocas miserias.
Más allá de su valor documental, y del morbo que puedan provocar las intimidades que se cuentan (o de saber qué personajes reales se esconden tras los descritos en la novela), Vida Privada posee indudables valores literarios. Por ser breves, está bien escrita, con un estilo ágil y preciso, utiliza un lenguaje en el que, una vez más, se nos muestra que el autor sabe de lo que (y de quiénes) habla, y sabe muy bien cómo hablan esos personajes que describe con más bien escasa misericordia, y, pese a que en la obra hay no poca mala leche, se insinúa bastante más de lo que se exhibe. Por lo que cuenta, y por cómo lo cuenta, esta novela de Sagarra debe figurar por derecho entre las obras imprescindibles de la literatura catalana, y es interesante como pocas para quienes disfrutamos conociendo los secretos pasados y presentes de la vida en Barcelona. En este caso, de una Barcelona que, por pura razón cronológica, y por extracción social, muchos difícilmente podríamos conocer de otra manera.