THE NAVIGATORS. 2001. 92´. Color.
Dirección: Ken Loach; Guión: Rob Dawver; Dirección de fotografía: Barry Ackroyd y Mick Eley; Montaje: Jonathan Morris; Música: George Fenton; Diseño de producción: Martin Johnson; Dirección artística: Fergus Clegg; Producción: Rebecca O´Brien, para Parallax Pictures-Road Movies Dritte Produktionen-Alta Films-Tornasol Films (Gran Bretaña-España).
Intérpretes: Dean Andrews (John); Tom Craig (Mick); Joe Duttine (Paul); Steve Huison (Jim); Venn Tracey (Gerry); Andy Swallow (Len); Sean Glenn (Harpic); Charlie Brown, Juliet Bates, John Ashton, Clare McSwain.
Sinopsis: Un grupo de trabajadores ferroviarios británicos sufre un brusco cambio en sus condiciones laborales cuando la empresa para la que trabajan es privatizada.
Ken Loach, cineasta fiel a sí mismo donde los haya, entró en el siglo XXI como dejó el XX: utilizando su cámara para denunciar los excesos del capitalismo y las duras condiciones vitales y laborales que, por esta causa, sufren los trabajadores. En La Cuadrilla, el tema base es la privatización, en este caso la de los ferrocarriles británicos. El mensaje del film es claro: las privatizaciones de servicios públicos comportan la búsqueda del beneficio fácil y rápido, sin que a quienes las autorizan ni (mucho menos) a quienes se benefician de ellas (suponiendo que sean personas distintas) les importe que el precio a pagar sea el deterioro de la calidad del servicio prestado, por un lado, y el aún mayor deterioro del empleo y de las condiciones laborales de los trabajadores, por el otro. He de decir que suscribo plenamente esta teoría, y que al sur de los Pirineos necesitaríamos menos estómagos agradecidos subvencionados y más de un Ken Loach que explicara cómo se está destrozando una sanidad pública que hasta hace poco era un modelo de eficiencia, y cómo se está deteriorando aún más un sistema educativo que ya de por sí era un fracaso. Dicho esto, también afirmo estar mucho más convencido de la idea que expone Loach en La Cuadrilla que de cómo la expone, y añado que no estamos ante una de las mejores películas del director inglés.
En la reseña de Agenda Oculta escribí que corrección no es brillantez. Pues bien, esto es lo que vuelve a ocurrir con The Navigators: el tema es interesante, la puesta en escena, correcta, el guión, también… pero nunca se pasa de ahí. La película no llega a enganchar, a provocar la empatía necesaria en un espectador, repito, que suscribe plenamente el mensaje del film. La Cuadrilla es una película que «está bien», lo que en cierto modo constituye un fracaso, pues es un film cuyo triunfo debe radicar en su capacidad para conmover. Y no la hay, quizá porque se repiten situaciones ya tratadas en otras películas de Loach, quizá porque al libreto le falta gancho, quizá por la ausencia de un personaje que tenga el suficiente peso, y que esté lo sufientemente bien interpretado, para emocionar al espectador, o quizá por todo ello en su conjunto. Si en Riff-Raff, Lloviendo piedras o Mi nombre es Joe existen personajes y situaciones que consiguen que el espectador llegue a emocionarse, en La Cuadrilla eso no ocurre. Y el problema no es que sea una película coral, pues la historia del cine está llena de películas corales fantásticas, sino que, en este guión, la coralidad difumina a los personajes. No sé si era esta la intención de Loach y Rob Dawver, para así enfatizar la universalidad de la problemática que se muestra en pantalla, pero en mi opinión la película queda empáticamente lastrada por la falta de un personaje, o de una escena, realmente poderosos. Ni los momentos humorísticos, ni las relaciones sentimentales de los obreros, ni su propia manera de enfrentarse al deterioro de su status laboral, nos ofrecen situaciones que no hayamos visto resolverse de manera más brillante en otras obras de Loach. La película (como la banda sonora con toques jazzísticos de George Fenton) merece un aprobado, pero nada más. Un film útil para debatir sobre las consecuencias de esa furia privatizadora que por aquí nos está devorando con la excusa de la crisis, correctamente realizado y que demuestra un valor político que ningún cineasta catalán o español parece poseer, pero que, repito, le deja a uno la sensación de estar lejos de lo que podría haber llegado a ser, de quedarse demasiado en la epidermis. No del tema, sino del espectador.