Hay que felicitar al President en funciones Artur Mas por su triunfo electoral, pero sobre todo por ser el más consagrado especialista en perder ganando de todo el universo político conocido. Sus delirios mesiánicos le han costado más de 90.000 votos (reales, a los que habría que añadir los potenciales que al partido más votado se le supondrían con un aumento en la participación de más de diez puntos), una caída de ocho puntos porcentuales y (ahí duele) la friolera de doce escaños menos que en las elecciones de hace dos años. El tremendo error de cálculo de Mas, sacándose de la manga unas elecciones que hemos pagado todos y que simplemente no tocaban, le ha devuelto al lugar que merece su pésima labor al frente del Govern: la de ser el President de la recesión, y no el de la secesión, pues los auténticos soberanistas no se han dejado engañar por su separatismo de temporá y han apoyado masivamente a ERC, que duplica resultados y parece que ya ha hecho olvidar su poco memorable presencia pretérita en el Gobierno tripartito, y hecho acceder al Parlament a la CUP, de ideario abiertamente rupturista no sólo en lo nacional, sino también en lo social y económico. La desaparición de Solidaritat, incapaz de fabricarse un espacio político propio entre CIU y ERC, deja la suma parlamentaria de escaños soberanistas más o menos como estaba, pero con matices: la posición de CIU, tanto dentro como fuera de Catalunya, es ahora mucho más débil que antes, Esquerra (que debería cuidarse mucho de embarcarse en la nave a la deriva que es hoy el Govern de Mas) aparece muy reforzada gracias a una campaña muy bien orientada, nada excluyente y alejada de la furia del converso que ha aquejado al partido gobernante, y la presencia de la CUP en lugar de Solidaritat va a aportar sin duda alguna aire fresco a un Parlament que va muy escaso de él.
Nadie fue capaz de predecir el resultado electoral de anoche. No lo hicieron, desde luego, los fabricantes de sondeos de la Generalitat (que también pagamos todos), sus voceros de TV3 (ídem) ni demás medios de comunicación oficiales, no todos ellos públicos. La estrategia soberanista era clara: que los nuestros voten todos, y que los otros se queden en casa. Victoria por incomparecencia. Eso, afortunadamente, no ha ocurrido y la alta participación otorga una mayor legitimidad a los resultados y una visión algo más completa de lo que de verdad es Catalunya. El furor independentista, esa pavorosa campaña de Mas arrogándose para sí la voz de un pueblo harto heterogéneo, y la reacción ante este debate artificial que en nada contribuye a la solución de los verdaderos problemas de la gente, han movilizado a buena parte (no a toda, pues en los municipios donde los partidos catalanistas obtienen peores resultados la participación ha sido algo inferior a la media, y desde luego muy inferior a la que se produciría en un hipotético referéndum sobre la independencia) del otro bando, en el que me incluyo. No por españolismo (sólo hay que leerme), sino porque, repito, a mí (y no soy el único , según parece) no me interesa elegir qué país me va a matar de asco (o de hambre, ya se lo están haciendo a muchos), sino que esos culos gordos que viven en un mundo de ilusión llamados políticos bajen de una vez a la calle y adopten medidas eficaces contra el desempleo y la crisis económica. Si además de eso dejaran de robar un poquito, ya sería la leche.
Más cosas: aunque algo disimulados por el batacazo de Mas, los resultados del PSC son malos de solemnidad, que es lo que toca cuando un partido se mueve sin dirección. Pocos creen ya que los socialistas sean un partido de izquierdas, y sus disputas internas, la falta de renovación y lo inconcreto de su ideario hacen prever que el PSC acabe convirtiéndose en un partido residual, si no en dos. Conste que suscribo su apuesta federalista. El problema es que no se la creen ni ellos. Por su parte, al PP vuelve a salirle muy barata su horripilante labor de gobierno en España, IC-V aumenta su representación en tres escaños, pero su afán por estar en todos lados le ha hecho no estar en casi ninguno (que no se les escape que su insistencia en el derecho a decidir ha ahuyentado a una parte significativa de su electorado potencial) y ha visto pasar de lejos gran parte de los 20 escaños que se han dejado los dos partidos mayoritarios. Triunfo absoluto de Ciutadans que, como ERC, ha visto refrendada su apuesta inequívoca por un modelo de país (aunque ambos sean antagónicos) y la claridad de sus propuestas. El electorado, que no es tan gilipollas como Mas y su tropa creían, ha respaldado la fidelidad a un ideario y castigado las ambigüedades o, en el caso de CIU, las apropiaciones indebidas de discursos que no le pertenecen.
Lo confieso: me encanta ver la cara de Arturito cuando defiende 62 escaños, espera 68 y saca 50. Sabe a victoria. Si además de un ego nada amparado en la realidad fáctica (y mucho menos en su talla política), tuviera algo de vergüenza, dimitiría. No será el caso, desde luego. Al menos, ahora sabe que Catalunya ha respondido con una sonora bofetada a sus deseos de dominarla a su antojo. Creo sinceramente que la apuesta soberanista de CIU era una cortina de humo a través de la cual pretendía conseguir una mayoría absoluta (a imagen de la que tiene Rajoy en España) que le sirviera de paraguas frente a la batería de nuevos recortes salvajes que sin duda se dispone a acometer. No ha colado, Arturito, resulta que el tonto eras tú, y no los votantes. Si tuvieras dignidad, dimitirías. Y eso porque eres catalán, y no japonés.