THE MYSTERY OF THE WAX MUSEUM. 1933. 77´. Color.
Dirección: Michael Curtiz; Guión: Don Mullaly y Carl Erickson, basado en una historia de Charles Belden; Director de fotografía: Ray Rennahan; Montaje: George Amy; Música: Cliff Hess y Bernhard Kaun; Dirección artística: Anton Grot; Producción: Henry Blanke y Hal B. Wallis, para The Vitaphone Corporation-Warner Bros. Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Lionel Atwill (Ivan Igor); Fay Wray (Charlotte Duncan); Glenda Farrell (Florence Dempsey); Frank Mc Hugh (Jim); Allen Vincent (Ralph Burton); Gavin Gordon (George Winton); Edwin Maxwell (Joe Worth); Holmes Herbert, Claude King, Arthur Edmund Carewe, Thomas Jackson.
Sinopsis: Londres, 1921: Un acreedor desalmado incendia el museo de cera de Ivan Igor, el cual se salva milagrosamente de la muerte y, doce años después, reconstruye su museo en Nueva York. Sin embargo, una deslenguada y vivaz periodista cree que algo extraño se esconde tras las figuras de cera, y no parará hasta descubrirlo.
Esta película, que durante muchos años se creyó perdida, supone uno de los primeros films americanos conocidos del director Michael Curtiz, que había llegado a los Estados Unidos a mediados de los años 20 después de dirigir un buen número de películas, primero en su Hungría natal y posteriormente en Alemania. Trabajador incansable, Curtiz fue un muy eficiente director de estudio, con un enorme conocimiento del oficio y un nada despreciable talento visual. Tocó casi todos los géneros, trabajó con los mejores actores de su época y su película anterior fue el notable drama carcelario 20.000 años en Sing-Sing, con Spencer Tracy y Bette Davis. En esta ocasión, Curtiz abordó una película que mezcla dos géneros, el de terror y la comedia periodística, con desigual fortuna.
La película comienza en Londres, donde el gran escultor Ivan Igor ve desaparecer entre las llamas a todas sus queridas figuras de cera por culpa de Joe Worth, un inversor que quiere recuperar su dinero cobrando el seguro del museo. Igor escapa milagrosamente de la muerte y huye a América, como también hizo el hombre que causó su desgracia. En Nueva York, Igor, imposibilitado para esculpir por los daños sufridos en el incendio, trata de reconstruir su museo empleando a varios ayudantes, al tiempo que en los depósitos de la ciudad van desapareciendo cadáveres. Esta circunstancia provoca el interés de la intrépida y alocada periodista Florence Dempsey, que busca una noticia importante que evite que la despidan del periódico para el que trabaja. Sus pesquisas acabarán llevándole hasta Igor, justo cuando éste está a punto de reinaugurar su amado museo.
Podría decirse que Los crímenes del museo nos ofrece dos películas distintas en poco más de una y cuarto. Una de ellas, la trama terrorífica que empieza en Londres y termina en el sótano del nuevo museo de Igor, está muy lograda y tiene momentos de gran brillantez, encabezados por la escena del incendio, en la que la cámara transmite la tristeza por la desaparición de unas bellas piezas artísticas. La otra trama, que relata las peripecias de la joven periodista, es una copia descarada, y sólo a veces graciosa, de The Front Page, la obra de Ben Hecht y Charles McArthur cuya primera versión cinematográfica, aquí titulada Un gran reportaje, se había estrenado con gran éxito apenas dos años antes (eso sí, supuso una interesante -y después también copiada-novedad respecto a aquella película al cambiar el sexo del reportero). Muchas veces las dos tramas paralelas, de interés desigual, no encajan bien entre sí, lo que en mi opinión desluce el conjunto. El film está narrado con buen estilo y es puro entretenimiento, pero cae en la indefinición y se queda lejos de lo que podría haber sido. Incluso el hecho de haberse rodado el film en color le hace poseedor de una extraña factura visual, que difumina las evidentes influencias del expresionismo alemán. No obstante, es preciso destacar la pericia con la cámara de Curtiz, su sencillez en la puesta en escena y su gran sentido del ritmo. El cineasta de Budapest siempre tuvo claro que el cine se hace para entretener al público, y en ésta, la segunda película suya más antigua que he visto, lo consigue con creces.
Respecto a los actores, destacar la presencia de una Fay Wray a punto de alcanzar el estrellato en King Kong, y la interpretación de Lionel Atwill como Igor. Glenda Farrell no está exenta de gracia al interpretar a la periodista Florence Dempsey, un personaje que, por su procacidad, verbo ingenioso y pícaro y escaso apego por los clichés morales, denota a las claras que fue construido antes de la aparición del castrante Código Hays, que impuso a las producciones cinematográficas un mojigato corsé de exigencias morales vigente durante más de tres décadas. A Farrell le perjudica protagonizar la parte más floja de la historia, pero su interpretación es buena, cosa que no puede decirse de algunos de los secundarios masculinos, como Frank McHugh o Allen Vincent, notablemente envarados.
Película desigual, curiosa en muchos aspectos y de muy agradable visionado, Los crímenes del museo no es ni de lejos una obra maestra, pero sí un buen entretenimiento para todos los amantes del cine clásico.