SWEET SMELL OF SUCCESS. 1957. 93´. B/N.
Dirección : Alexander Mackendrick; Guión: Clifford Odets y Ernest Lehman, basado en la novela corta de este último; Director de fotografía: James Wong Howe; Montaje: Alan Crosland, Jr.; Música: Elmer Bernstein; Dirección artística: Edward Carrere; Producción: James Hill, para United Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Burt Lancaster (J.J. Hunsecker); Tony Curtis (Sidney Falco); Susan Harrison (Susan Hunsecker); Marty Milner (Steve Dallas); Jeff Donnell (Sally); Sam Levene (Frank D´Angelo); Joe Frisco (Herbie Temple); Barbara Nichols (Rita); Emile Meyer (Teniente Kello); The Chico Hamilton Quintet.
Sinopsis: J.J. Hunsecker es un poderoso columnista de prensa, capaz de lanzar o hundir carreras artísticas a su capricho. Su hermana Susan ha iniciado un romance, que él desaprueba, con un guitarrista de jazz. Hunsecker, que desea acabar con la relación entre su hermana y el músico a toda costa, se vale para ello de un agente de artistas sin escrúpulos, Sidney Falco.
El dulce olor del éxito. J.J. Hunsecker lo disfruta cada día desde su privilegiada posición de columnista con 60 millones de lectores. Sidney Falco, un joven representante carente de toda ética, hará todo lo que esté en su mano para conseguirlo, incluyendo ser el perro faldero y el encargado de llevar los asuntos sucios de Hunsecker. Ambos son cínicos y manipuladores, y se alían (uno, por orgullo y vanidad; el otro, para llegar a la cima por el camino más corto) para alejar a la hermana del periodista de los brazos de un músico de jazz. Hunsecker desprecia a los demás por principio y se mueve por su mundo con la seguridad de quien es temido; Falco es un ser inmoral hasta el tuétano, cruel con los débiles y servil con los poderosos. El típico arribista. Para ellos, el resto de seres humanos no son más que obstáculos que han de evitar para lograr sus fines, o seres pusilánimes a quienes utilizar si les son necesarios. Hunsecker tiene una única debilidad, su hermana menor Susan, sinceramente enamorada de un joven músico. Para el espectador, sentarse y ver de lo que son capaces el todopoderoso columnista y el joven y desalmado agente para conseguir sus propósitos es todo un espectáculo.
Alexander Mackendrick no pudo escoger mejor material en su debut hollywoodiense. Sobre un guión antológico en el que se incluyen, sin exagerar, algunos de los diálogos más brillantes de la historia del cine, el cineasta británico firmó una película que bebe abiertamente del cine negro y denuncia el daño que puede hacer el periodismo cuando está en manos de seres carentes de cualquier código ético. Fotografía en blanco y negro, jazz, ropa clásica y elegante, luces de neón, noches sin fin… el lado oscuro del espectáculo. «Adoro esta sucia ciudad», dice Hunsecker. Y él la hace aún más sucia, y la quiere más embrutecida todavía, pues ahí reside su gloria. ¿Qué son el corazón roto de su hermana y la prometedora carrera de un joven guitarrista? Simples contratiempos. Colateralmente, el trampolín hacia la cima que Sidney Falco lleva años buscando. Cuesta encontrar dos personajes con tanta facilidad para la mentira y la manipulación, y los tenemos en esta película. Decía Hitchcock que, cuanto mejor es el malo, mejor es la película. Hunsecker y Falco son dos malos espléndidos, y la película una maravilla que, en muchos aspectos, puede compararse de tú a tú con El gran carnaval, de Billy Wilder. Palabras mayores.
Ya he hablado del guión, detrás del cual se hallan un excelente dramaturgo de cuyas palabras se valieron directores como Lang, Hitchcock o Aldrich, y uno de los grandes guionistas del cine. La aguda inteligencia y la perversa maldad de las réplicas y contraréplicas que Falco y Hunsecker se dedican entre sí, y la manera en que ambos se relacionan con el resto de personajes, son de una excelencia pocas veces igualada, la quintaesencia de la plasmación del cinismo sobre un papel. Para incorporar a estos caracteres de inusual riqueza, nadie como dos galanes deseosos de demostrar que eran además dos grandes actores: Lancaster, ya por entonces un intérprete famoso y con ganas de llevar las riendas de su carrera, contribuyó de manera decisiva a que el film viera la luz, así como a su sobresaliente resultado final, y nos brinda una de sus primeras cimas interpretativas, a la altura de otras posteriores a las órdenes de Frankenheimer o Visconti; Curtis, que venía de obtener un gran éxito con Trapecio pero no era mucho más que una promesa de Hollywood, logró una actuación de fuste que pocas veces logró igualar. El resto del reparto cumple con creces, pese al hieratismo de Marty Milner, pero al lado de la pareja protagonista parecen a veces marionetas, como lo son casi siempre los personajes que incorporan, en un mundo en el que la dignidad se vende por muy poco, suponiendo que se tenga. De la fotografía, sólo decir que la firma quien lo hizo en El enemigo público número 1, La cena de los acusados, Objetivo Birmania o Cuerpo y alma. Como en todas ellas, James Wong Howe le dio a Chantaje en Broadway un empaque visual que la sitúa al nivel de los grandes clásicos del cine.
Mención especial para la música, con un gran trabajo de Elmer Bernstein (maestro a quien tuve el placer de conocer personalmente) y las intervenciones del quinteto de Chico Hamilton. El jazz, los cócteles, los abrigos y el humo de los cigarrillos son también parte de esta obra maestra, muy poco conocida para lo que merece. Si ven una lista de las nosecuántas mejores películas de la historia del cine, y en ella no aparece Chantaje en Broadway, tírenla a la basura.