Mucho se ha dicho y escrito sobre la huelga general de anteayer en España. Quienes lean este blog ya habrán oído todo tipo de comentarios sobre el tema. También se han comentado lo suyo los incidentes acaecidos en el centro de Barcelona durante todo el día, en especial en la última fase de la multitudinaria manifestación de la tarde. Sobre estos hechos todos han podido escuchar distintas versiones. Para situar el tema, empezaré diciendo que quienes no estuvieron en el centro de Barcelona el jueves por la tarde, sean periodistas o gente que habla de lo que no sabe sólo porque hablar es gratis, pueden introducirse las suyas hasta lo más hondo del culo. Salvo algunas excepciones, los medios de información general han explicado únicamente la mitad de lo sucedido. No negaré esta mitad, ahí están las divulgadas imágenes que sobre ella han emitido las cadenas de televisión oficiales para escándalo de alcaldes, tenderos y amas de casa. Mi versión de los hechos es algo distinta. Subjetivísima: fui por libre a la manifestación, y sólo escribo en mi nombre.
También en Barcelona se dio la curiosa paradoja de que la huelga no fue un éxito, pero la manifestación, sí. Lo comprobé al salir de casa y dirigirme a Diagonal-Passeig de Gràcia, punto de inicio de la concentración convocada por los sindicatos mayoritarios. Muchas tiendas abiertas o entreabiertas (inciso: más que la anticuada y contraproducente acción de los piquetes, quizá sería mejor patrullar barrio a barrio anotando los nombres y direcciones de quienes abren sus negocios y divulgar la lista en internet, para que todo el mundo sepa mejor dónde gasta su dinero), y mucha gente que seguía mi mismo camino: calor, ambiente festivo a la par que reivindicativo, un Passeig de Gràcia llenísimo en el que apenas se podía avanzar, mal que bien, por las aceras laterales (aunque me tiré mi buen cuarto de hora empantanado junto a la Pedrera), y mucha bandera tricolor, mi preferida de entre todas las que pude ver por allí. Pancartas tan brillantes como: «Que nos gobiernen las putas, sus hijos nos han fallado», y avance lento pero continuo. Llegando a la calle Aragó, me adelanté al escenario móvil y a la cabecera, y seguí hacia Plaça Catalunya, lugar donde estaba previsto que finalizara la manifestación. Al pasar Gran Via con Casp, empecé a ver personas que, en lugar de seguir la lógica ruta descendente, volvían hacia Gran Via. Muchos más seguimos descendiendo (ni encapuchados, ni armados, ni nada por el estilo, según pude ver), aunque se oían ruidos que tanto podían ser petardos como disparos, hasta que a escasos metros de donde me encontraba los Mossos d´Esquadra lanzaron algo que en principio no supe qué era, pero que pronto identifiqué como gases lacrimógenos (gracias por la cata, señor Felip Puig, siempre mola probar cosas nuevas). Así pues, pañuelo protector, lloros y vómitos de algunos de mis compañeros de la corta carrera ascendente, y de vuelta a la Gran Via. Hasta las ocho y cuarto, la escena se repitió más de una vez. Poco pude averiguar entonces sobre lo que estaba ocurriendo sólo dos calles más abajo. Lo hice al volver a casa, por Pau Claris: contenedores quemados, barricadas y algún vehículo completamente calcinado dibujaban un ambiente de batalla campal, ése que mis lectores ya habrán visto docenas de veces. A todo esto, la cabecera y los discursitos vacíos se quedaron en la calle Aragó.
Explicados mis hechos, una pregunta: si los vándalos siempre son los mismos, están identificados y se sabe que aprovechan cualquier concentración multitudinaria, sean manifestaciones o celebraciones de los títulos del Barça, ¿por qué cada vez la lían más gorda, dando la razón al ya mencionado adivino Felip Puig, aficionado a infiltrar Mossos para reventar protestas pacíficas? La respuesta huele más a quemado que la calle Pau Claris a las ocho y media de la tarde del jueves. No aplaudo lo que hicieron los antisistema en dicha calle, o en Ronda de Sant Pere, aunque no derramaré una sola lágrima (las que derramé no fueron culpa de los violentos, que a mí nada me hicieron, sino de los Mossos) por Starbucks o El Corte Inglés. Y no aplaudo porque ese tipo de actos hacen el juego a la derecha (tanto, que hasta colabora en lo que puede para que se produzcan) y sirven de excusa para nuevos recortes de derechos civiles. Opino que el hecho de que el uso de la violencia no sea patrimonio exclusivo del Estado no es malo en sí mismo, sino que depende de contra quién se utilice ésta, y en qué proporción. Los grandes cambios sociales, o la concesión de derechos a los parias de la tierra, pocas veces se han producido por las buenas pero, además de huevos, hace falta cerebro, y cuando se le hace el juego al enemigo, se demuestra poca inteligencia.