BRAM STOKER´S DRACULA. 1992. 128´. Color.
Dirección : Francis Ford Coppola; Guión: James V. Hart, basado en la novela de Bram Stoker Dracula; Director de fotografía :Michael Ballhaus; Montaje: Anne Goursaud, Glen Scantlebury y Nicholas C. Smith; Diseño de producción: Thomas Sanders; Música: Wojciech Kilar. Vestuario: Eiko Ishioka. Dirección artística: Andrew Precht; Decorados: Garrett Lewis; Producción: Francis Ford Coppola, Fred Fuchs y Charles Mulvehill, para American Zoetrope- Columbia Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Gary Oldman (Dracula); Winona Ryder (Mina/Elisabeta); Anthony Hopkins (Abraham Van Helsing); Keanu Reeves (Jonathan Harker); Sadie Frost (Lucy Westenra); Cary Elwes (Lord Arthur Holmwood); Richard E. Grant (Doctor Seward); Bill Campbell (Quincey Morris); Tom Waits (Renfield); Monica Bellucci, Michaela Bercu, Florina Kendrick (Las novias de Drácula).
Sinopsis: El suicidio de su amada Elisabeta, que le creía muerto en combate, hace que el príncipe transilvano Vlad Dracul reniegue de su fe y se proponga combatir a Dios desde las tinieblas. Cuatro siglos después, el inmortal conde, convertido en vampiro, acudirá a Londres en busca de la reencarnación de su amor perdido, Mina, prometida de un joven contable.
Cronológicamente, estamos ante la última gran obra de Francis Ford Coppola. En su momento, la película se vendió como la más fiel adaptación cinematográfica de la célebre novela de Stoker, en la que toma forma el mito moderno del vampiro. Lo es, ciertamente, pues se respetan elementos como la narración epistolar, pero también es cierto que el film se permite muchas licencias, hasta el punto de que es mucho más ajustado a la realidad hablar del Drácula de Coppola que del de Bram Stoker.
Desde la introducción, con las escenas situadas en el Medievo transilvano, uno tiene la sensación de que no va a ver una película cualquiera. Ni, desde luego, la típica película de vampiros. La propia inclusión de estas escenas, los decorados, la recreación de la batalla (tan deudora de las míticas escenas de Ran, excelente película de Akira Kurosawa), el estilo con que se narran el suicidio de Elisabeta y la furibunda reacción de su esposo, marcan en muchos aspectos lo que será el film: recargado, visualmente fascinante y arrebatadoramente romántico.
Uno de los grandes aciertos del film son sus efectos especiales retro. Coppola, gran enamorado del cine además de brillante cineasta, giró la vista atrás en lugar de ceder a la tentación de valerse de los FX más modernos y molones, y veinte años después vemos que la apuesta no pudo ser más acertada. En general, las películas que utilizan la última tecnología de su época resultan, vistas unos años más tarde, anticuadas, cuando no directamente ridículas. Al mirar atrás, Coppola consiguió una obra intemporal. Guste o no, lo que es innegable es que la estética de este film, su discurso visual, es totalmente distinto al de la gran mayoría de las películas de vampiros realizadas hasta entonces.
A nivel narrativo, el gran tema de la película es el amor. Autor muchas veces a contratiempo, Coppola realizó quizá la obra más romántica de unos decenios cínicos. No se trata de sentimientos de plástico, de esa edulcorada y viscosa sensiblería hollywoodiense que idiotiza tantas mentes pueriles. Aquí hay romanticismo de verdad, el de Byron, Shelley o Bécquer. Amor excesivo, más allá de la muerte, como escribió Quevedo. Por él se arroja al río Elisabeta; por él, el príncipe Vlad Dracul abjura de su fe y se convierte en un señor de las tinieblas, y por él va al Londres de finales del siglo XIX, recorriendo océanos de tiempo, para reencontrarse con Mina, la viva imagen de su amada. Ante algo así, el love and marriage cristianoburgués no puede hacer absolutamente nada. Tampoco en el plano sexual. Desde el principio (la propia novela), el componente sexual del mito vampírico es enorme, y Coppola potencia este aspecto: la película tiene una gran carga erótica, en especial en el personaje de Lucy y en esa corporeización de las novias de Drácula, encabezadas por Monica Bellucci, una de las actrices más bellas de la historia del cine, ante un atónito Jonathan Harker, huésped-prisionero del conde. Enfrente, la reprimida sociedad victoriana y el insípido noviazgo de un contable y una maestra no tienen otra opción que ceder.
Como ya se ha dicho, tanto en el terreno estético como en el narrativo estamos hablando del Drácula de Coppola. Los distintos rostros del vampiro, el vestuario o los decorados delatan a uno de los más visualmente brillantes autores que ha dado el cine, arte al cual este film celebra con intensidad: homenajes a Murnau y Fisher, seguramente los responsables de las dos mejores películas de vampiros hechas hasta entonces, y una maravillosa escena entre el príncipe y Mina en el cinematógrafo que marca el devenir posterior del film, lo demuestran bien a las claras. A nivel narrativo, no es difícil ver en Drácula muchas similitudes con Michael Corleone, el coronel Kurtz o El Chico de la Moto: el vampiro es otro de esos seres sobresalientes pero malditos que pueblan la filmografía de Coppola, uno de esos Ícaros que, de tanto acercarse al sol, acabaron quemándose. Perseguido y odiado, temido y deseado, Drácula tendrá que elegir entre condenar a su amada o descansar para siempre. La muerte no es importante: para Coppola, los grandes hombres, los personajes que están más allá del bien y del mal, viven eternamente.
Pese a que en esta película no participa ninguno de los colaboradores habituales del cineasta de Detroit, la factura técnica del film (fotografía, montaje, diseño de producción) es de alto nivel. La música de Kilar, que es de los elementos, junto a los típicamente vampíricos (sangre, colmillos, sombras que se mueven a su antojo…), que acerca al film al género de terror, es excelente, y el vestuario diseñado por Eiko Ishioka es uno de los grandes hechos diferenciales del film a nivel estético.
Es el capítulo de las interpretaciones el peor resuelto del film, si exceptuamos al protagonista, Gary Oldman, actor excelente cuando no cae en la sobreactuación y que aquí supera con nota uno de los grandes retos de su carrera. La protagonista femenina, Winona Ryder, es bella y no desentona, pero en su caso es más rico su personaje que su interpretación. Anthony Hopkins, actor fantástico otras veces, me resulta a veces excesivo en el importante papel de Van Helsing, y creo que no está al nivel de sus mejores actuaciones. Del siempre inexpresivo Keanu Reeves decir, simplemente, que era un actor muy popular a primeros de los 90, y que el personaje de Harker merecía un mejor intérprete. Destaco a Sadie Frost, que sabe ser femenina, perversa y carnal en un rol que necesita como el agua esas tres cualidades. Sus pretendientes son, a excepción de Richard E. Grant, actores mediocres en papeles mediocres. Y sí, Tom Waits es un Renfield la mar de creíble…
En definitiva, uno de los grandes films de los 90 y más allá, una película bella, compleja en cuanto a niveles de lectura y estructura visual, pero apasionante desde cualquier punto de vista. La última, esperemos que sólo por ahora, gran obra de uno de los grandes.