La dimisión de Silvio Berlusconi, personaje tan siniestro (no precisamente por su orientación política) como ridículo, es una de las pocas buenas noticias que nos ha traído la crisis en Europa. Se va el viejo proxeneta, que lo ha sido no de unas cuantas mujeres, sino de todo un país que le ha reído sistemáticamente las gracias o ha mirado hacia otro lado mientras el mal llamado Cavaliere se quedaba, literalmente, con todo. Lo que venga ahora, sea lo que sea, sólo puede ser mejor. Más nos vale, porque la caída de la tercera economía de la zona euro situaría a toda la UE en un punto de no retorno.