Ayer, la asamblea de socios compromisarios del Fútbol Club Barcelona dio su visto bueno al contrato de patrocinio firmado por la directiva del club con Qatar Foundation, sociedad que representa a un miniestado en el que la libertad y la democracia brillan por su ausencia, pero ante el que hay que arrodillarse porque tiene mucha pasta. Lógicamente, la directiva y los socios del Barça están en su derecho de firmar o ratificar contratos de patrocinio con quien quieran, aunque eso sí, hablar luego de valores y principios, sobra.
En cambio, y al contrario que el entrenador del primer equipo de fútbol (retratado quedas, Pep), celebro la tarea de deslaportización emprendida por la directiva presidida por Sandro Rosell. Impresentable, chulo, fanfarrón y presunto malversador, demócrata amigo de los dictadores (papá e hijita) de Uzbekistán e independentista de champán francés y putas caras, Laporta es más un motivo de vergüenza ajena que otra cosa para los culés, y cualquier huella suya que pueda quedar en el club estará bien borrada.