Segunda píldora al canto. Se recomienda su lectura tras una atenta audición de la versión de My Way, interpretada por Sid Vicious.
A MI MANERA
– Lo siento, agente, le juro que intenté controlarme, pero no pude. Aquel tipo estaba allí, ante mis ojos, destrozando sin piedad algunos de mis recuerdos más queridos, y no fui capaz de soportarlo… ¿Cree que se salvará?
– Los médicos creen que sí, pero aún no es seguro. Si ese hombre no sobrevive va usted a pasarse una buena temporada en prisión.
– Tal vez, pero volvería a hacerlo una y cien veces… Mejor no ponga eso en mi declaración, agente.
– Esto no es una declaración, al menos hasta que su abogado aparezca por aquí de una vez. De todas formas, cuénteme cómo ocurrió todo, así la espera será menos aburrida.
– Verá, agente: un amigo mío de la oficina, Gutiérrez, acaba de ser ascendido a subdirector de márketing después de ocho intentos, por lo que el hombre, presa de un entusiasmo más que comprensible, decidió pagarse una cenita para celebrarlo. La cena ha sido esta noche, y los invitados éramos: la secretaria de Gutiérrez; Albanell, el eterno jefe de personal de la empresa; aquel tipo, Osorio creo que se apellida, y un servidor. Yo apenas conozco al tal Osorio, sólo sé que había coincidido en otra empresa con Gutiérrez, nada más. Usted sabe, agente, cómo son esas cenas. Al principio todo el mundo trata de guardar las apariencias, pero en cuanto empieza a correr el vino hasta los mudos cuentan chistes.
– Para chiste el que le contó usted a Osorio.
– Íbamos algo borrachos, agente, y todos queríamos seguir la fiesta. Gutiérrez estaba deseando follarse a su secretaria, pero como ella no parecía estar por la labor, decidimos por unanimidad seguir castigando el hígado en algún local de moda. Después de una breve discusión, Albanell tuvo la genial idea de decir que yo había sido vocalista en varias orquestas de baile durante mi juventud, y, como era de temer, acabamos en un karaoke. Allí Osorio no paró de repetir que él también era un gran cantante, y los demás estaban encantados ante la posibilidad de asistir a un duelo estilo spaghetti-western. Yo empezaba a estar de mal humor y no tenía ganas de cantar, sólo de beber gin tonics y de admirar a un grupo de cuarentonas, algunas de bastante buen ver, que cantaban a coro un tema de Julio Iglesias – La vida sigue igual, creo-; pero todos insistían y al final subí al escenario con el único objetivo de que me dejaran en paz. Me negué a cantar My Way, que es mi canción favorita, porque es una blasfemia cantar una canción como esa en las condiciones en que me encontraba, y opté por interpretar Y cómo es él porque aún en coma podría hacerlo mejor que Perales. Lo hice, y todo el mundo me aplaudió, como en los viejos tiempos… Bueno, Osorio no participó de la ovación, más bien me miraba con envidia.
– No muy sana, deduzco…
– La envidia sana no existe, agente, igual que la sangre azul y el reino de los cielos.
– Déjese de filosofías, que llegará su abogado y me perderé lo mejor.
– Como usted quiera, agente. Osorio dijo que iba a cantar My Way. Yo intenté hacerle cambiar de idea, porque me conozco, pero el tipo seguía en sus trece y los demás encontraban muy divertida la escena. Tenía que haberlo oído, agente. Cualquiera que tenga un mínimo gusto musical habría hecho lo mismo que yo hice… ¡Qué gallos, qué dicción tan estropajosa, qué absoluta desfachatez, reírse de Sinatra de esa forma cuando no han pasado ni dos meses desde el día de su muerte!. Porque el tipo se reía, agente, tuvo los santísimos cojones de reírse, y eso no pude soportarlo. Saqué del bolsillo el revólver que llevo desde que me atracaron el verano pasado y le pegué dos tiros.
– Por suerte, sólo acertó uno.
– ¿Por suerte?… Mejor no ponga eso en mi declaración, agente.