
UN HOMME ET UNE FEMME. 1966. 101´. Color-B/N.
Dirección: Claude Lelouch; Guión: Pierre Uytterhoeven; Dirección de fotografía: Claude Lelouch; Montaje: Claude Barrois; Música: Francis Lai; Diseño de producción: Robert Luchaire; Producción: Claude Lelouch, para Les Films 13 (Francia).
Intérpretes: Anouk Aimée (Anne); Jean-Louis Trintignant (Jean-Louis); Pierre Barouh (Pierre); Valérie Lagrange (Valérie); Antoine Sire (Antoine); Souad Amidou (Françoise); Henri Chemin, Yane Barry, Paul Le Person, Simone Paris.
Sinopsis: Dos personas de distinto sexo coinciden al recoger a sus respectivos hijos del internado. Poco a poco, inician una relación romántica.
Si hablamos de cine francés, un ejemplo de ascensión meteórica gracias a una sola película lo encontramos con Claude Lelouch y Un hombre y una mujer. El director parisino, que inició su carrera de manera simultánea a las figuras más emblemáticas de la Nouvelle Vague, mantuvo un perfil propio frente a sus contemporáneos y desde el principio volcó sus intereses en el estudio de las relaciones de pareja. Tras unos trabajos de repercusión discreta, la explosión llegó gracias a una obra que fue alabada desde su estreno como una cumbre del cine romántico, y ganó algunos de los mayores premios a los que puede aspirar una película: Palma de Oro en Cannes, Óscar al mejor film extranjero, amén de otra estatuilla al mejor guión original. Este fulgor inicial fue disminuyendo con el paso del tiempo, y hoy Un hombre y una mujer ha pasado a un segundo plano, inclusive frente a otros films de su época que en su momento pasaron más desapercibidos.
Me incluyo entre aquellos a quienes cuesta comprender el entusiasmo que despertó esta película, que a mi juicio reúne muchos de los estereotipos que quienes han visto poco cine francés utilizan para afirmar que no les gusta. También, y esto puede justificar su éxito transfronterizo, en especial el que obtuvo al otro lado del Atlántico, no pocas de las características asociadas históricamente a lo francés: elegancia, estética atrevida y barniz filosófico para imprimir una profundidad que, según mi criterio, en esta película es más una apariencia que otra cosa. Lo que Lelouch nos propone es un romance burgués, harto convencional, vestido con una pátina de rupturismo estético y coartada intelectual, que bajo su lustrosa apariencia oculta una vacuidad significativa. Esta historia de dos viudos jóvenes, ambos en ese estado por circunstancias trágicas, que se encuentran por azar y poco a poco construyen una relación romántica que se les presenta como una ocasión de rehacer sus vidas después del trauma, puede ser muy cool, pero pretende más de lo que logra.
Que esta película ganase el Óscar al mejor guión original me resulta un gran misterio, porque en lo literario la película es pobre y su narrativa oscila entre lo pulcro y lo disperso, sin que se vislumbre un hálito de inspiración a lo largo del metraje. Si a esto le sumamos que hay situaciones francamente mal resueltas, como la muerte de la esposa de Jean-Louis, la mitad masculina del dúo protagonista, pues poco nos falta para entrar en el terreno de lo paranormal. Funciona bien, eso sí, el recurso del silencio, utilizado con fruición, porque aporta un ingrediente capital, como es la sugerencia, pero también porque los diálogos tampoco es que sean una maravilla, y las meditaciones del personaje de Jean-Louis, que se nos comunican mediante voz en off, raras veces traspasan el límite de lo trillado. Cierto es, todo hay que decirlo, que Un hombre y una mujer es una película muy influyente, pues marcó los cánones del drama romántico posterior, con su sofisticación y su bossa nova, explotado por Hollywood en films como Love story, y marcó tendencias que el mundo de la publicidad sigue utilizando hasta nuestros días. Quizá por ello, si la película tuvo algo de rompedor en su momento, esta virtud se ha perdido para las generaciones posteriores debido al empleo abusivo del tono lánguido, los paseos por la playa y el gozoso reencuentro de la pareja en la estación de tren no sólo en muchas otras películas, sino para algo mucho más mundano como vender perfumes.
Todo lo que de convencional es el film desde lo narrativo lo tiene de inspirado en lo visual, algo que le sirve a Lelouch precisamente para obviar parte de las limitaciones que exhibe su obra desde el plano literario. Confieso no entender qué lógica se oculta tras la apuesta de mostrar algunas escenas en blanco y negro y otras en color, aunque se agradece que tampoco obedezca al cliché de reservar el cromatismo para las escenas que transcurren en el presente y emplear el blanco y negro en aquellas que suceden en el pasado. He de decir que Lelouch filma muy bien las secuencias automovilísticas, que son varias debido a que la profesión de Jean-Louis es la de piloto de carreras. El director capta muy bien la dificultad de pruebas como el rally de Montecarlo, en una época en la que el riesgo de muerte para los profesionales del automovilismo de velocidad era visto como un simple gaje del oficio. Otro punto a favor de Lelouch es el de no apabullar con primeros planos, tan tentadores en esta clase de cine de personajes y sentimientos a flor de piel, y ceñirse a una puesta en escena más discreta, que busca la elegancia. Sin embargo, esta virtud esconde un gran defecto, que es la escena de sexo, filmada de un modo invasivo que rompe con el tono general y que, por cierto, también ha sido imitada infinidad de veces con el fin de mostrar el éxtasis sin enseñar carne, cosa que en una secuencia de este tipo es, como poco, contradictoria, aunque en los años 60 se explica en parte por el peso de la censura.
Otro capítulo de la película que se hizo archifamoso es la banda sonora compuesta por el debutante Francis Lai. El tema principal, convertido en leitmotiv no sólo del film, sino del romanticismo en general, es pegadizo pero edulcorado en exceso. El resto de la música que el compositor aporta al film camina por los mismos derroteros.
Sin duda, parte del éxito de Un hombre y una mujer se explica por el carisma de la pareja protagonista. Toda una generación de hombres se enamoró de Anouk Aimée, actriz que ya había destacado en films de Fellini o Jacques Demy, pero que gracias a este papel vivió el mayor momento de popularidad de su carrera. Su interpretación destila clase, es matizada, y sus miradas y gestos aportan muchas veces la profundidad de la que el libreto carece. Jean-Louis Trintignant, ya consagrado por entonces a escala internacional, exhibe esa especie de virilidad sensible que tanto gusta al público femenino y puede lucirse en lo que más le gusta, que es conducir coches a toda velocidad. Con todo, no está al nivel de su compañera. Del resto, Pierre Barouh, presencia fantasmal en la película, hace lo que mejor sabía, que era cantar, Valérie Lagrange lidia con un personaje patético, y el niño que interpreta al hijo de Jean-Louis es chillón y repelente.
Un hombre y una mujer es una película sin la que es posible entender muchas cosas que sucedieron después en el audiovisual, no todas buenas, pero cuyo valor cinematográfico no es ni de lejos el que se le dio en su estreno. Lelouch no hizo jamás un film tan popular, pero sí algunos mejores que este.