
El domingo acudí al CCCB para visitar la exposición World Press Photo 2025, que como cada año recopila las imágenes más destacadas captadas por los reporteros fotográficos alrededor del mundo. Importante afluencia de público, lo que es de destacar tratándose de un día, presuntamente festivo, que en la práctica ha quedado como jornada a mayor gloria de las compras prenavideñas.
Mi conclusión, después de ver todas y cada una de las fotografías expuestas, es que el fotoperiodismo ha asumido como tarea casi exclusiva la documentación de catástrofes, en especial las acaecidas en el Tercer Mundo. Esto está muy bien, porque alguien debe hacerlo y porque sirve como revulsivo frente a aquellos que se empeñan en vivir de espaldas a la realidad, pero no debería acaparar todo el abanico de posibilidades abiertas a los fotógrafos de prensa. Es llamativo que apenas se recogieran imágenes de alegría, al margen de una estampa de los aficionados del Botafogo, histórico club de fútbol brasileño, celebrando sobre el césped un triunfo de su equipo. Por lo demás, constato de nuevo que mis preferencias y las del jurado caminan por senderos muy distintos, y me reafirmo en la afirmación de que, salvo excepciones, el blanco y negro imprime profundidad a las imágenes. Ahí está, por ejemplo, la imagen captada en Bangla Desh por Suvra Kanti Das, reportero que retrató cómo personas anónimas derribaban la estatua del padre de la depuesta primera ministra Sheikh Hasina, sin duda una de las mejores de la exposición por unir calidad fotográfica y valor documental.
Mencionar que las imágenes expuestas se dividen entre fotografías individuales, historias y proyectos a largo plazo. Mi primer premio, que conste, hubiera ido para el birmano Ye Aung Thu, que presentó un conjunto de imágenes que reflejan el conflicto bélico que sufre su país, de entre las cuales hay una, en la que milicianos rebeldes cavan las tumbas de cuatro compañeros muertos en combates contra las fuerzas gubernamentales, que según mi criterio roza la perfección.

Una exposición recomendable, en especial para quienes creen, o se empeñan en hacernos creer, que hoy en día sólo hay dos guerras en el mundo, y en ambas hay un único culpable.
Ciertamente en fotografía el blanco y negro alcanza una calidad artística y una densidad conceptual que la foto en color logra con bastante menos frecuencia. En cierto modo, es como si la falta de color hiciera que aumente la concentración en lo esencial. Curiosamente en la pintura, el dibujo, el grabado, etc. no se da tal diferencia: tanto un aguafuerte como un óleo pueden tener la misma intensidad, cada uno a su modo. En el cine unos géneros expresan más en blanco y negro (por ejemplo precisamente el cine «negro») y otros ofrecen muchas posibilidades al color (¿Es imaginable un James Bond en blanco y negro?).
Con respecto a los temas de las fotografías, supongo que documentar catástrofes en países del «tercer mundo» forma parte de la tradición. En mi infancia las grandes fotografías de prensa eran las de la guerra en Vietnam y Camboya, los niños muriendo de hambre en Biafra o las batallas entre árabes e israelíes. Tales imágenes llenaban los periódicos y eran muy comentadas. Supongo que de algún modo llegaron a establecer un canon y fundar una tradición que se ha consolidado y sigue siendo la predominante hasta el presente. En ellas hay una intención ética «de denuncia» (en las décadas del 60 al 80 había canciones, libros, películas, teatro y toda clase de cosas «de denuncia») que también forma ya parte de esa tradición. El problema es que de tanto repetirse estas imágenes pueden acabar siendo banalizadas y producir indiferencia, convertidas en hábito y en lugar común. Por otra parte, no es raro que en un mundo como el actual falten imágenes de alegría. Me parece tristemente sintomático que la única de este tipo sea la de unos hinchas de fútbol, alegría banal donde las haya, producida por un hecho efímero y simplón, puro pan y circo….
No creo que podamos permitirnos despreciar una alegría, por muy banal que pueda ser, porque son un fenómeno escaso. Y dudo que eso vaya a cambiar para mejor.
No se trata de despreciar o no despreciar, es simplemente la constatación de que la única alegría documentada es muy banal. Es una pena que no haya ninguna mejor y más aún que, como usted bien dice, eso aparentemente no vaya a cambiar. Pero quizá me estoy excediendo en mis comentarios. Le deseo un buen año 2026.
También muchas de las cosas que nos entristecen, enojan o disgustan son, si se miran desde el prisma adecuado, banales. Me reitero en que la única finalidad de la fotografía de prensa no debe ser la de documentar catástrofes. La imagen de unos niños jugando despreocupados al aire libre, o la de los espectadores de un concierto inspirador, por poner dos ejemplos de cosas que pueden suceder cada día en lugares muy distintos, pueden tener un gran valor periodístico. Dicho esto, le deseo que el año que está a punto de entrar le sea propicio.