
5 BAMBOLE PER LA LUNA D´AGOSTO. 1970. 79´. Color.
Dirección: Mario Bava; Guión: Mario di Nardo; Director de fotografía: Antonio Rinaldi; Montaje: Mario Bava; Música: Piero Umiliani; Diseño de producción: Giuseppe Aldrovandi; Producción: Luigi Alessi, para Produzioni Altas Consorciate (Italia).
Intérpretes: William Berger (Profesor); Ira Von Fürstenberg (Trudy); Edwige Fenech (Marie); Howard Ross (Jack); Helena Ronée (Peggy); Teodoro Corrà (George); Justine Gall (Isabel); Edith Meloni (Jill); Maurice Poli (Nick); Mauro Bosco (Jacques).
Sinopsis: Un rico empresario recibe a varios amigos en una apartada isla con la idea de que uno de los invitados, científico de prestigio, le venda una fórmula de gran valor económico.
En 1970, Mario Bava estrenó tres películas como director, lo que da prueba del elevado ritmo de trabajo que el italiano llevaba en aquella época. Por orden cronológico, el primero de esos films en estrenarse fue Cinco muñecas para la luna de agosto, obra en la que Bava, cuyo anterior largometraje fue la reivindicable Diabolik, regresó al cine de terror. Muchos consideran que esta película supone la incursión más floja en el género del artífice de La máscara del demonio. No seré yo quien les quite la razón.
Lo mejor de Cinco muñecas para la luna de agosto es su título, que genera unas expectativas que la película se encarga de incumplir. Se trata de una adaptación libérrima de Diez negritos, mi novela favorita de Agatha Christie. El nombre de la escritora inglesa no figura en los créditos, imagino que a causa del talante ahorrativo de los productores del film, pero lo cierto es que, si nos atenemos al resultado, lo más seguro es que, si la autora vio la película, prefiriera no verse implicada en un producto tan discreto. Todo, empezando por el guión, parece hecho deprisa y corriendo, sin el cuidado mínimo que exige un giallo de categoría. No es que este subgénero se distinga por la coherencia narrativa ni, una vez estrenadas las obras que dictarían sus cánones, por su originalidad, pero a muchos de estos films, incluidos varios de Mario Bava, les salvan la atmósfera y la estética, dos elementos que en Cinco muñecas para la luna de agosto fallan de manera estrepitosa. El interés que pueda despertar el argumento, que sitúa a varias parejas ricas en la mansión que un empresario posee en una recóndita isla, con la venta de una fórmula millonaria como trasfondo, se pierde entre diálogos inanes, un nulo desarrollo de personajes y un mal aprovechamiento del atractivo marco geográfico en el que se ubica la acción. Una vez se produce la muerte violenta de uno de los camareros, hecho que supone el pistoletazo de salida para una serie de truculentos asesinatos, el interés se centra en conocer la identidad del criminal, pero Bava lleva la intriga de un modo tan anticlimático que todo se pierde en una rutinaria y desaliñada sucesión de escenas sin sentido, que dan lugar a uno de los finales más absurdos que servidor haya visto. Al menos, las primeras escenas tienen el aliciente de recrearse en la rutilante belleza de Edwige Fenech, una de esas obras de arte con las que la Naturaleza nos obsequia a cuentagotas, pero una vez desaparece de la ecuación el personaje interpretado por la actriz nacida en Argelia, lo que queda es una efectista nadería.
Más allá de los zooms con los que, en la introducción, Bava nos muestra los ojos de todos los personajes implicados en la trama, pocas señas de identidad del giallo encontraremos aquí: la mayoría de los asesinatos suceden fuera de campo, y faltan aquí la cámara subjetiva y las manos enguantadas del criminal. También el intenso y abigarrado cromatismo típico de estas películas brilla por su ausencia. Mario Bava fue un destacado camarógrafo, pero aquí delega ese apartado en uno de sus colaboradores habituales, Antonio Rinaldi, y el resultado es mediocre, plano y sin rastro del delirio estético que uno espera en esta clase de obras. En cambio, Bava sí firmó, por única vez en su carrera, la edición de la película, y esa decisión sólo cabe calificarla como errónea. No son sólo las imprecisiones técnicas, que las hay, sino que, si la esencia del montaje es darle un sentido a las películas, esta vez el atropellado trabajo efectuado en la sala de edición no hace sino acentuar lo deslavazado del conjunto. Por último, la banda sonora de Piero Umiliani es tan mediocre como la gran mayoría de sus trabajos: más que resaltar la intriga, lo que hace su partitura, que pretende ser moderna y se queda en kitsch, es alejar aún más a la película de la diana.
En cuanto al reparto, se divide entre actores inexpresivos y bellezas de talento desigual. El elenco lo encabeza William Berger, un actor austríaco asociado al western europeo cuyo personaje es de los que menos aparece en pantalla. Está lejos de hacerlo bien, pero no es de lo peor. La reina de la jet-set Ira Von Fürstenberg continuó aquí sus intentos de construirse una carrera cinematográfica, pero el talento ante las cámaras jamás la acompañó en demasía. Edwige Fenech, a quien es difícil que me canse de alabar, salva la película cuando aparece en pantalla. La interpretación de Howard Ross es terrorífica, pero por mala, aunque creo que la de Mario Bosco es peor, y tampoco es que Maurice Poli les supere de mucho. Teodoro Corrà, que interpreta al anfitrión, salva mínimamente los muebles, de Helena Ronée se puede decir lo mismo, pero a Edith Meloni y Ely Galliani, aquí acreditada con el nombre de Justine Gall, unas clases de interpretación tampoco les hubieran hecho ningún daño.
Mario Bava ofreció en Cinco muñecas para la luna de agosto una versión muy desangelada de sí mismo. Poco después todó un film de premisa bastante similar a este, Bahía de sangre, que sin ser la octava maravilla del mundo, sí le salió considerablemente mejor.