DER STAND DER DINGE/ THE STATE OF THINGS. 1982. 121´. Color.
Dirección: Wim Wenders; Guión: Wim Wenders y Robert Kramer; Dirección de fotografía: Henri Alekan y Fred Murphy; Montaje: Barbara Von Weitershausen, Jon Neuburger y Peter Przygodda; Música: Jürgen Knieper; Producción: Chris Sievernich y Wim Wenders, para Gray City-V.O. Filmes-Roadmovies Filmproduktion-Pro·ject Filmproduktion-Wim Wenders Productions (República Federal de Alemania-Portugal-Francia-España-Holanda-Reino Unido-EE.UU.).
Intérpretes: Patrick Bauchau (Friedrich Munro); Samuel Fuller (Joe); John Paul Getty III (Dennis); Allen Garfield (Gordon); Isabelle Weingarten (Anna); Viva Auder (Kate); Monty Bane (Herbert); Geoffrey Carey (Robert); Rebecca Pauly, Jeffrey Kime, Camila Mora, Alexandra Auder, Robert Kramer, Artur Semedo, Roger Corman.
Sinopsis: Un equipo de rodaje ubicado en Portugal debe suspender su actividad por falta de presupuesto. El director duda si podrá terminar su película.
Wim Wenders rodó El estado de las cosas, a caballo entre Portugal y los Estados Unidos, en uno de los numerosos paréntesis acaecidos durante el azaroso proceso de filmación de El hombre de Chinatown, proyecto que el director germano-occidental desarrollaba en Norteamérica bajo los auspicios de la productora de Francis Ford Coppola. En Europa, esta película minimalista, y de corte casi confesional, gustó a la crítica, obteniendo el León de Oro en el Festival de Venecia, en una edición en la que, todo hay que decirlo, el nivel de las obras a competición no era lo que se dice excelso. Hoy, El estado de las cosas es un film bastante olvidado, del que pocos continúan afirmando que se halla entre los más destacados de su autor.
Quienes conocen la filmografía de Wim Wenders, saben que el teutón no es un prodigio del entretenimiento. No obstante, en sus momentos más inspirados, el de Düsseldorf es capaz de crear imágenes de gran belleza, y de dotarlas de un sentido narrativo. No estamos ante uno de esos momentos: en buena parte de su metraje, El estado de las cosas es una película aburrida, carente de una estructura literaria sólida, y sin brillo. Ni la indiscutible pericia visual de Wenders, ni su buen gusto para escoger la música con la que ilustrar las secuencias, consiguen que el espectador abandone la sensación de estar ante una película falta de rumbo, que se pierde en divagaciones seudointelectuales de escaso interés, sin que el director sea capaz de sustraerse a su inclinación a confundir lo profundo con lo vacuo. Y que conste que el film empieza bien, con esas imágenes en blanco y negro de un paisaje casi lunar, en el que se desarrolla el rodaje de una película de ciencia-ficción. Esa atmósfera casi alucinógena, y ese ejercicio de metacine prometen, pero no pasa mucho tiempo sin que a la peripecia de ese atribulado director que se ha quedado tirado y sin presupuesto en mitad de la nada, se le vean importantes defectos. El primero de ellos es, sin duda, la falta de un guión propiamente dicho. Entre la paralización del rodaje, por la sencilla razón de que se ha agotado la película y no hay dinero para comprar más, y la partida del director, claramente un alter ego de Wenders, hacia los Estados Unidos para encontrarse con el productor que le ha dejado en la estacada, se suceden escenas que parecen puestas porque sí, reiterativas y sin más propósito aparente que el de llenar metraje. A excepción de la simpatía que pueda despertar alguien como Samuel Fuller, que se presta a interpretar al veterano camarógrafo, la verdad es que el elenco de intérpretes y técnicos que componen el equipo de la película rivalizan por ser el más insustancial, con escenas, e incluyo casi todas las posteriores a la improvisada fiesta/funeral por la interrupción del rodaje, que uno no acierta a comprender cómo lograron superar la sala de edición. Cuando Friedrich, el frustrado cineasta, parte hacia Los Ángeles y se encuentra con un productor en plena huida, sin más asideros que el alcohol y el chófer de la autocaravana que le transporta, la película recupera el aliento, pero esto no hace sino ratificar la idea de que no poco de lo que habíamos visto hasta entonces, simplemente sobraba.
Wenders, como ya se ha expuesto, es un director con talento para crear imágenes, y aquí también lo exhibe. Basta con ver el prólogo, o esa forma de filmar la ciudad de Los Ángeles, siempre a caballo entre lo ostentoso y lo decadente, para comprobarlo. Hay una bella fotografía en blanco y negro. Sucede, sin embargo, que esto no basta cuando la narrativa hace aguas. Momentos brillantes, como el del productor cantando Hollywood, Hollywood dentro de la caravana en la que trata de huir de los mafiosos a los que debe dinero, no rescatan un conjunto plomizo en el que muchos de los personajes son meros estereotipos. La canciones de X, The Del-Byzanteens o Joe Ely, muy adecuadas para el contexto, no logran suplir del todo las lagunas del libreto. La fantasmal música escrita por Jurgen Knieper funciona muy bien en el prólogo, pero más adelante, ni siquiera el virtuosismo al violín de uno de los varios personajes desaprovechados de la película atenúa la sensación de que Wenders y el polifacético Robert Kramer, que coescribió el guión, andaban muy perdidos.
El reparto, buena parte del cual Wenders tomó literalmente de la película de Raúl Ruiz The territory, tampoco es que nos ofrezca un desempeño espectacular. Patrick Bauchau, actor de interesante carrera internacional que muy pocas veces ha conseguido darme el peso, da vida a un alter ego de Wim Wenders al que le sobra ingravidez y le falta aliento trágico. Él es quien lleva el peso de una película que carece de energía, y eso que Samuel Fuller, que básicamente se interpreta a sí mismo, le pone mucha. Allen Garfield (que aquí aparece en los créditos con su verdadero apellido, Goorwitz) es quien brinda la mejor interpretación de todo el elenco, a lomos de un personaje en el que, según parece, Wenders volcó muchas de las frustraciones acumuladas durante su relación profesional con Coppola. Viva Auder deja la sensación de no saber qué hacer con un personaje mal definido, Geoffrey Carey intenta en vano darle algo de peso a su aparición e Isabelle Weingarten pone cara de estar haciendo algo muy trascendente, pero eso no basta para que su interpretación lo sea. Por su parte, John Paul Getty III asume el rol de un guionista alcohólico y toxicómano que tenía mucho de sí mismo.
Premiada, pero fallida, El estado de las cosas dice mucho del jurado de los festivales de ese al que llaman Séptimo Arte, pero como obra de metacine no merece pasar a la Historia.