GATTO NERO/THE BLACK CAT. 1981. 91´. Color.
Dirección: Lucio Fulci; Guión: Lucio Fulci y Biaggio Proietti, basado en el relato de Edgar Allan Poe; Director de fotografía: Sergio Salvati; Montaje: Vincenzo Tomassi; Música: Pino Donaggio; Diseño de producción: Francesco Calabrese; Producción: Giulio Sbarigia, para Selenia Cinematografica- Italian International Film (Italia).
Intérpretes: Patrick Magee (Profesor Miles); Mimsy Farmer (Jill Trevers); David Warbeck (Inspector Gorley); Al Cliver (Sargento Wilson); Dagmar Lassander (Lillian Grayson); Bruno Corazzari (Ferguson); Geoffrey Copleston, Daniela Doria.
Sinopsis: En un pueblo de la campiña inglesa se suceden los asesinatos, relacionados con un especialista en ciencias ocultas y su gato negro.
No figura El gato negro entre las películas más recordadas de Lucio Fulci, cineasta de clara vocación comercial que alcanzó sus mayores cotas de popularidad gracias a diversos films de terror rodados entre finales de la década de los 70 y la primera mitad de los 80. De hecho, dentro de ese grupo de películas, esta adaptación libre del archiconocido relato de Edgar Allan Poe fue la única que, por ejemplo, no fue estrenada en España. Quizá por ser más comedida en la exhibición de sangre y vísceras que otras obras suyas de la época, los fans de Fulci han relegado esta película en detrimento de títulos como Nueva York bajo el terror de los zombies, El más allá, Miedo en la ciudad de los muertos vivientes o Aquella casa al lado del cementerio, pero opino que se equivocan, porque El gato negro es mejor que varias de esas películas.
En los créditos ya se avisa que la adaptación del relato de Poe es libre, y en eso no se engaña a nadie, porque las similitudes con el cuento original son más bien escasas, y concentradas en las escenas finales de la película. Sin embargo, hay ambiente, con una escena pre-créditos en la que un hombre sale de su casa y coge su automóvil mientras el felino del título campa a sus anchas por los terrenos y los tejados, anunciando una tragedia que no tarda en suceder. Ese individuo es la primera víctima en una cadena de muertes violentas, a las que asiste por azar una fotógrafa forastera que ha llegado al pueblo, y que parecen guardar relación con un experto en lo esotérico, que reside en las afueras de la villa y tiene una relación bastante mejorable con su gato. Un oficial de policía investiga unos acontecimientos que van haciéndose paulatinamente más macabros.
Fulci se nos presenta en esta película en una versión más pulida que la que acostumbra a ofrecer en sus películas de terror. Puede que en esto tenga que ver alguien que no intervino en la película, pues, aunque el papel del parapsicólogo fue ofrecido a Donald Pleasence, la cosa no llegó a buen puerto, y los productores pensaron en Peter Cushing, pero el actor británico declinó unirse al proyecto a causa de la querencia de Fulci por la hemoglobina y la casquería. Quizá para demostrar que era capaz de realizar obras menos sanguinolentas, o simplemente por afinidad con la manera en la que cineastas como Roger Corman habían trasladado a la pantalla los relatos de Poe, lo cierto es que el director romano dosificó las concesiones al efectismo, y eso resulta positivo para una película que sabe generar tensión y mantiene en todo instante al espectador con los ojos bien atentos a lo que ocurre en la pantalla. Hay algunas panorámicas, rodadas a la altura de la mirada de un gato que camina, de muy buena factura, y es de destacar que en las primeras escenas apenas hay diálogos (lo cual es de agradecer, porque en general ese es uno de los elementos más pobres de la película), concediéndose gran relevancia a la partitura de Pino Donaggio, que no llega a la altura de sus mejores trabajos para Brian De Palma, pero que tiene mucha calidad y se sitúa por encima de las bandas sonoras habituales en los films de Fulci. El guión no es ninguna maravilla, lo que no debería sorprender a nadie, y hace que la interacción entre los personajes sea forzada y perjudique a una obra que gana muchos enteros cuando se dedica de lleno al espectáculo visual, porque tiene una buena fotografía, a cargo del habitual Sergio Salvati, y los efectos especiales están por lo general bien resueltos, algo que en parte se deriva del hecho de contar con un presupuesto algo más holgado de lo usual en las películas de Fulci. Hay escenas, como la del incendio en la casa de Lillian, que funcionan muy bien en pantalla, y el caserón victoriano en el que vive el profesor Miles, y en el que se concentra la mayoría de secuencias, es muy adecuado para un film de este estilo. Ahondando en ello, esta vez Fulci ubicó la película en Inglaterra, decisión que deja ver las intenciones de que el proyecto tuviese una repercusión internacional que no alcanzó. El tema de fondo es un clásico del cine de terror, que también está en Poe: los humanos deberían cuidarse de invocar fuerzas malignas que son incapaces de controlar. Ah, y hay pocos trucajes en el uso de animales, lo que indica que Fulci se las apañó bastante bien para conseguir lo que quería de unos especímenes tan poco dados a la disciplina como los felinos.
El capítulo interpretativo no es de los más destacables de la película. Patrick Magee, actor siempre asociado al cine de Stanley Kubrick, llegó al proyecto de rebote, como ya se ha dicho. Su nivel no se discute, y es de resaltar que el cine de terror no le era ajeno, pero he de decir que la perpetua expresión de sujeto ido de su personaje, que Fulci acentúa con primerísimos planos de su rostro y sus ojos (he de decir, no obstante, que el montaje paralelo que se hace de los planos de los ojos de Miles y los del gato tiene su aquel), admitía más matices. La estadounidense Mimsy Farmer, que da vida a la fotógrafa, realiza un buen trabajo al servicio de un personaje que no es pasivo ni sumiso, en contraste con los roles femeninos típicos en esta clase de películas. Algunos sospechosos habituales del cine de Fulci, como David Warbeck y Al Cliver, muestran un nivel discreto, mientras que la checa Dagmar Lassander, que había trabajado a las órdenes de Mario Bava pero era una presencia frecuente en películas eróticas de la época, no aporta demasiado al conjunto.
El gato negro no gustará a los fanáticos de Edgar Allan Poe, pero sí reúne las suficientes virtudes para interesar a cinéfilos curiosos a quienes agraden los films de terror, pero no sean especialmente aficionados a los de Lucio Fulci. Por lo que a mí respecta, creo que es una de las mejores aportaciones al género de este director.