TRE PASSI NEL DELIRIO. 1968. 119´. Color.
HISTORIA Nº1 : Metzengerstein. Dirección: Roger Vadim; Guión: Roger Vadim y Pascal Cousin, basado en el relato de Edgar Allan Poe; Dirección de fotografía: Claude Renoir; Montaje: Helene Plemiannikov; Diseño de producción: Jean André; Música: Jean Prodomidès; Producción: Raymond Eger, para Les Films Marceau-Concinor-Produzione Europee Associate (Francia-Italia).
Intérpretes: Jane Fonda (Condesa Frederique de Metzengerstein); Peter Fonda (Barón Wilhelm Berlifitzing); James Robertson Justice (Consejero); Françoise Prévost (Cortesana); Serge Marquand (Hughes); Carla Marlier (Claude); Georges Douking, Philippe Lemaire, Marlène Alexandre, Anne Duperey.
Sinopsis: Una joven y disoluta aristócrata emplea las excursiones por sus tierras en burlarse de otro noble que vive de un modo mucho más sosegado en los terrenos aledaños.
HISTORIA Nº2 : William Wilson. Dirección: Louis Malle; Guión: Louis Malle y Clement Biddle Wood, basado en el relato de Edgar Allan Poe; Dirección de fotografía: Tonino Delli Colli; Montaje: Franco Arcalli y Suzanne Baron; Diseño de producción: Ghislain Uhry; Música: Diego Masson; Producción: Raymond Eger, para Les Films Marceau-Concinor-Produzione Europee Associate (Francia-Italia).
Intérpretes: Alain Delon (William Wilson); Brigitte Bardot (Giuseppina Ditterheim); Renzo Palmer (Sacerdote); Katia Christina (Chica en la sala de disección); Daniele Vargas (Catedrático de medicina); Umberto D´Orsi, Marco Stefanelli, Andrea Esterhazy, Franco Arcalli.
Sinopsis: Un soldado acude a una iglesia para confesar un crimen que acaba de cometer.
HISTORIA Nº3 : Toby Dammit. Dirección: Federico Fellini; Guión: Federico Fellini y Bernardino Zapponi, basado en el relato de Edgar Allan Poe Nunca apuestes tu cabeza con el Diablo; Dirección de fotografía: Giuseppe Rotunno; Montaje: Ruggero Mastroianni; Diseño de producción: Piero Tosi; Música: Nino Rota; Producción: Raymond Eger y Alberto Grimaldi, para Les Films Marceau-Concinor-Produzione Europee Associate (Francia-Italia).
Intérpretes: Terence Stamp (Toby Dammit); Salvo Randone (Sacerdote); Monica Pardo (Miki); Marina Yaru (Niña); Anne Tonietti (Presentadora); Brigitte, Federico Boido, Paul Cooper, Nella Gambini, Irina Maleeva, Polidor, Marisa Traversi, Milena Vukotic.
Sinopsis: Un actor inglés alcoholizado aterriza en Italia para intervenir en una película. Antes, es invitado a una ceremonia de entrega de premios.
El universo de Edgar Allan Poe ha interesado al cine desde sus inicios. En los años 60, Roger Corman marcó tendencia con su ciclo de películas protagonizadas por Vincent Price. En Europa, donde el cine fantástico y de terror estaban en auge, no pasó desapercibido el culto que habían generado films como La caída de la casa Usher o La máscara de la muerte roja, y por ello algunos importantes productores del continente se aliaron en un proyecto que nació con ambiciones más altas que las obras de Corman, concebidas desde la pura serie B. Se pretendía aunar el cine de autor con la narrativa de Poe, y de ahí surge Historias extraordinarias, que participaba de otra moda muy extendida en el cine europeo de los 60: los films de episodios. Se dice que, en un principio, estos iban a ser dirigidos por Orson Welles, Luis Buñuel y Federico Fellini, pero al final sólo el realizador italiano firmó uno de los capítulos, quedando los otros a cargo de Roger Vadim y Louis Malle, dos cineastas franceses de estilos bastante contrapuestos. Con todo, es el episodio de Fellini el que más ha contribuido al estatus de obra de culto del que goza esta película.
Lo mejor de Historias extraordinarias es que va de menos a más. Se inicia con Metzengerstein, adaptación del primer relato publicado de Edgar Allan Poe, a cargo de Roger Vadim. Es, con diferencia, el capítulo más flojo de la película. El director se muestra incapaz de captar el espíritu malsano del relato original, y parece más interesado en mostrar, a través del erotismo light que siempre le definió, la lasciva vida palaciega en la corte de la aristócrata protagonista, y a la actriz que la encarna, su entonces pareja Jane Fonda, luciendo unos modelitos imposibles que no encajan en ninguna época histórica pero que, eso sí, le dan a este episodio un cierto encanto kitsch. A pesar de la cuidada escenografía, el relato es vacuo, y en ningún momento se logra captar el proceso mental que lleva a la disoluta condesa desde su afición a las bacanales y a humillar a súbditos y vecinos, hasta las cabalgadas en solitario a lomos de un corcel negro, más allá de que este se nos presente como la reencarnación de ese hombre que pagó muy caro el hacerle a la condesa lo que nadie antes: no satisfacer sus deseos.
William Wilson, a cargo de Louis Malle, mejora mucho el capítulo anterior. Al comenzar, vemos a un soldado herido que corre desbocado por las calles de una villa monumental. Llega a una iglesia, y allí obliga al sacerdote a escuchar su confesión: acaba de asesinar a un hombre, pero no a uno cualquiera, sino a aquel que, desde la misma infancia, se convirtió en su némesis. Con una inclinación irresistible al mal, dueño de un sadismo ajeno a cualquier remordimiento, el soldado recuerda cómo una y otra vez, ese individuo, que tiene su mismo nombre y su misma cara, desbarata una y otra vez sus maldades más logradas. Después de una partida de cartas de altos vuelos con una dama de rompe y rasga, en la que Wilson ha arruinado a su contrincante haciéndose valer de trampas, aparece el otro Wilson y le desenmascara. El enfrentamiento es inevitable, y es a muerte. Malle, a quien considero uno de los grandes directores franceses, no alcanza la excelencia, pero su adaptación de Poe hace justicia al autor y sumerge a la audiencia en el tipo de espectáculo perverso que uno siempre asocia a su pluma, donde encontramos además un acabado técnico de alto nivel.
Llegamos a Toby Dammit, que es una gran película de Fellini de tres cuartos de hora de duración. Si las otras dos adaptaciones eran bastante libres, la del genio de Rimini toma del relato de Poe poco más que el nombre de su protagonista, ahora convertido en un actor inglés en decadencia que, como tantos otros llegados principalmente desde el otro lado del Atlántico, se aferra a la oferta de trabajo llegada desde Italia como tabla de salvación para una carrera a la deriva por culpa del alcoholismo. Fellini llevó a Poe a su terreno, pero el hecho de que recurriera a uno de los relatos más abiertamente satíricos escritos por el estadounidense constituye un acierto absoluto. El maestro habla de lo que conoce: Cinecittà, divos decadentes que recitan a Shakespeare entre vapores etílicos, paparazzis molestos, entrevistas absurdas, una surreal entrega de premios… En mitad de ese caos, la constatación de que el Diablo suele aparecerse bajo formas dulces. Fellini se burla de todos, porque esa estrella insoportable bañada en whisky no es lo peor, lugar reservado para el genuflexo provincianismo con el que Italia (en España sabemos mucho de eso) recibe al divo anglosajón, personificado en esa actriz que pontifica sobre Londres cuando sólo ha estado allí dos veces. A la estrella, lo único que le interesa es el Ferrari que le han ofrecido a cambio de participar en la película. Cuando lo tiene, deja todo atrás, pero… nunca apuestes tu cabeza al Diablo. Para rematar el capítulo de alabanzas, espléndida fotografía vaporosa de Giuseppe Rotunno, y excelente leit motiv musical de Nino Rota, aspecto en el que este episodio supera a los otros de manera significativa. El minuto final de la película es antológico, dicho sea de paso.
También en el plano interpretativo, el primer capítulo es el peor de Historias extraordinarias. Jane Fonda parece, como Vadim, bastante despistada en cuanto a imprimir personalidad a su personaje, y su hermano Peter, que da vida a su desafortunado antagonista, luce de lo más inexpresivo. Los secundarios no salvan la función, salvo en el caso de un notable y desaprovechado James Robertson Justice. En el episodio de Malle, Alain Delon hace honor a su condición de estrella y realiza un trabajo digno de elogio, siendo capaz de parecer torturado o sádico cuando la escena así lo requiere. A Brigitte Bardot le corresponde el rol de busto parlante, pues toda su intervención se produce en la partida de cartas y, por lo tanto, sentada. Nunca fue un dechado de expresividad, pero aquí cumple bien como dama altanera a la que la arrogancia se le escapa al ritmo que lo hacen sus monedas. Bien Renzo Palmer como confesor.
Terence Stamp es un magnífico Toby Dammit, con su presencia casi vampírica, su mirada afilada y su dicción perfecta, incluso en la embriaguez. Su propia peripecia vital le hizo entender bien, según creo, a su personaje, y esto se percibe claramente en la pantalla. Los secundarios, como tantas veces en Fellini, son rostros, pero qué rostros. Nadie como él supo captar la rareza, la peculiaridad de quienes no se ajustan a los cánones estéticos imperantes. Cómo se mueve la cámara en la ceremonia de entrega de premios a través de esos rostros, y cómo éstos le sirven para describir el absurdo conjunto (ensañamiento con el último proyecto de maggiorata incluido), es de escuela de cine. De esas caras, la del siciliano Salvo Randone aporta oficio, y la de la niña Marina Yaru, que no volvió a aparecer en el cine, es todo lo inquietante que su papel requiere.
Tres capítulos, tres directores y tres calificaciones: uno que roza el suspenso, otro notable y otro magistral. Eso es Historias extraordinarias, un verdadero film de culto.