
SOUND OF FREEDOM. 2023. 128´. Color.
Dirección: Alejandro Monteverde; Guión: Rod Barr y Alejandro Monteverde; Dirección de fotografía: Gorka Gómez Andreu; Montaje: Brian Scofield; Música: Javier Navarrete; Diseño de producción: Carlos Lagunas; Dirección artística: Sandro Valdés (Supervisión); Producción: Eduardo Verástegui, Lukas Behnken y María Teresa Gaviria, para Santa Fe Films-Metanoia-2521 Entertainment-Angel Studios (México-EE.UU.).
Intérpretes: Jim Caviezel (Tim Ballard); Bill Camp (Vampiro); Javier Godino (Jorge); Mira Sorvino (Katherine); Kurt Fuller (John Bryant); Cristal Aparicio (Rocío); Lucas Ávila (Miguel); Yessica Borroto (Katy Juárez); Manny Pérez (Fuego); Eduardo Verástegui (Pablo); Samuel Livingston (Simba); Gustavo Sánchez Parra (El Calacas); Kris Avedisian (Oshinsky); José Zúñiga (Roberto); Carlos Gutiérrez, Héctor Lucumi, Mauricio Cujar, Gary Basaraba, Gerardo Taracena, Scott Haze.
Sinopsis: Un agente especializado en la investigación de delitos de pederastia descubre una importante red de tráfico de menores que opera en Latinoamérica.
Mucho más alejado de los grandes escenarios que otros colegas y compatriotas, el director mexicano Alejandro Monteverde puede presumir, no obstante, de una trayectoria sólida y ascendente que, hasta el momento actual, alcanzó su punto más alto de popularidad gracias a su proyecto más controvertido, Sound of freedom, un drama sobre el tráfico sexual de menores cuya historia desde su concepción hasta su estreno comercial da para escribir varios libros. Rodada en 2018 en los Estados Unidos y Colombia, la película iba a ser distribuida por 20th Century Fox, pero la adquisición de la empresa por Disney dio al traste con esta alternativa. Ante el desinterés de otras productoras, reacias a apoyar un film con un tema tan polémico, expuesto desde un ángulo muy ideologizado, Monteverde y el productor Eduardo Verástegui coquetearon con la idea de estrenar el film en Youtube antes de que Angel Studios, una distribuidora cristiana, respaldara el proyecto a través de una campaña de micromecenazgo que llevó la obra hasta las salas, donde consiguió unos espectaculares resultados en taquilla que le hicieron recaudar más de diez veces su presupuesto. La crítica no fue tan generosa, y abundan las reseñas negativas hacia Sound of freedom. La mía no será una de ellas.
La película sigue las andanzas de Tim Ballard, un agente federal de los Estados Unidos que se encarga de desenmascarar a pederastas y llevarlos hasta los tribunales. Pero el film, antes de presentarnos al héroe, nos plantea el problema: en el prólogo, una mujer de aspecto glamouroso accede a un humilde barrio hondureño, en el que vive una niña con cualidades para la música. En el domicilio de la muchacha, la forastera convence a su padre para que la lleve a una sesión fotográfica que puede convertirla en estrella. Su hermano pequeño la acompañará al evento. Sin embargo, cuando el padre acude a recoger a sus hijos después de la sesión, no halla rastro de ellos. En California, Ballard persigue y detiene a distintos poseedores y distribuidores de pornografía infantil. Su labor, no obstante, flaquea en un aspecto clave: él detiene a los culpables pero no puede liberar a las víctimas, pues estas se hallan en países más allá de su jurisdicción. Esto, hasta que cae en su manos un pedófilo que tiene en su poder al muchacho raptado en Honduras. Ballard se empeña en rescatar también a su hermana, cuyo rastro le lleva hasta Colombia.
Pues sí, Sound of freedom es una obra vitoreada por los conspiranoicos de ultraderecha y otros grupos de ideología radical. Parece casi un deber rechazarla si se está en contra de esa clase de personajes, como ha hecho buena parte de la crítica oficial, pero es que se trata de una película notable, a la par de necesaria por tener la valentía de denunciar una de las peores lacras de nuestra sociedad. Aun siendo una película tremendamente maniquea, que enfatiza su discurso hasta los límites del panfleto, Sound of freedom es un puñetazo en el estómago de tanto cine insustancial como se estrena (sin mayores problemas de distribución, por cierto) en nuestros días, y de todos aquellos que viven muy felices creyendo, y haciendo creer, que los casos de abusos sexuales contra menores no merecen relevancia pública, salvo cuando sus autores pertenecen a la Iglesia católica. Por fortuna, lo enfático del discurso no se extiende a lo visual, porque la exposición en pantalla de los abusos es mínima, lo que hace al conjunto más terrorífico, porque lo que padecen esas criaturas puede imaginarlo perfectamente hasta el espectador más distraído u obtuso. Monteverde es un director con talento visual, que luce en la parte menos verosímil de la película (el propio Tim Ballard confesó que hay mucha exageración en ella), como es el rescate de la pequeña Rocío en la región de la jungla colombiana controlada por la guerrilla. En ese punto, además de quedar claro que el director mexicano ha visto Apocalypse Now con aprovechamiento, vemos a un cineasta con capacidad para manejar escenarios complejos, con buen ojo para los encuadres y que consigue crear bellos planos sin olvidar que está retratando situaciones monstruosas. Ni siquiera sobran primeros planos del protagonista, cosa que sí sucede en otras secuencias. El trabajo del camarógrafo vasco Gorka Gómez Andreu, notable en toda la película, alcanza aquí cotas muy altas. En cambio, en la música, obra del también español Javier Navarrete, se acusa un exceso de coros celestiales que acaba por saturar.
Sound of freedom es un film sobre la piedad y la redención, o sobre quiénes pueden alcanzarlas y quiénes, en cambio, sólo tienen y desprenden oscuridad. Tim Ballard es un hombre movido por su fe, pero conocedor de que, para tener éxito en el fango, es preciso imitar las formas de quienes tienen en él su habitat natural. Concibe su labor como una misión, y por eso no retrodece ante los riesgos. Vampiro, el hombre que le ayuda a ser el héroe libertador que ansía, es el gran pecador redimido, símbolo de que hay mundos que sólo pueden ser desenmascarados y destruidos por medio de quienes los conocen. Es cierto que muchos personajes son más simbólicos que definidos con profundidad, pero la fuerza de la historia puede con casi todas las objeciones. La odiarán quienes creen que todos los males del mundo son causados por el hombre blanco heterosexual, pero ya sabemos que no todos los idiotas, ni todos los conspiranoicos, están en la derecha. Ojalá ahí se dieran cuenta de que la mejor forma de evitar el aluvión de niños desgraciados consiste en que nazcan menos, o expulsaran de sus filas a quienes se llenan la boca con los Evangelios, pero viven a espaldas de su mensaje. Quizá entonces este mundo podría llegar a ser menos horrible, pero eso no sucederá. Al contrario, el caos aumenta, y el diálogo entre quienes piensan y opinan distinto ya no se estila, para ganancia de fascistas, que los hay en Qanon, muy orgullosos ellos… y en Harvard, donde creen ser otra cosa.
Fue Tim Ballard quien presionó a los productores de la película, en principio muy reacios a la idea, para que fuese Jim Caviezel quien le diera vida en pantalla. Caviezel es un tipo ultracatólico, marginado por la industria y que no me resulta simpático, pero también un actor talentoso y concienzudo. Su implicación en la película fue absoluta, lo cual se nota y se le ha de agradecer, aunque también hay que atribuirle comportamientos y declaraciones posteriores al rodaje que contribuyeron a su arrinconamiento por motivos ideológicos. Él lleva el peso en la película, cosa que no le había visto hacer desde aquel bodrio infame titulado La Pasión de Cristo, y creo que su elección fue un acierto artístico. Bill Camp, un actor de mucho nivel, y buena vista a la hora de escoger papeles, encarna a la oveja descarriada que vuelve al redil sin empalagar, sino dando credibilidad a un personaje que ha vivido muy a gusto en el infierno durante décadas y por eso lo conoce bien. Mira Sorvino encarna una de las grandes contradicciones de Sound of freedom: el film se encarga de subrayar la gran inspiración que su personaje supuso para Tim Ballard, pero en cambio su importancia en la narración es mínima. El madrileño Javier Godino cumple bien como abnegado agente del orden colombiano, mientras que secundarios como Manny Pérez o Mauricio Vujar deben hacer repugnantes a sus personajes, y ponen mucho empeño en ello, en especial el segundo de ellos. Yessica Borroto, cuyo personaje simboliza eso de que el demonio se presenta mucha veces con el más agradable de los aspectos, se muestra capaz de comunicar el vacío interior absoluto de quien fue una reina de la belleza.
Podrá gustar o no, pero hay que verla. Sound of freedom nació con la ambición de ser una obra importante en una época en la que el cine ha renunciado casi por completo a su poder transformador. Con todos sus excesos y contradicciones, lo logra, porque su mensaje cala y no deja indiferente. Y no es un mensaje cualquiera.