MENSCHEN AM SONNTAG. 1930. 74´. B/N.
Dirección: Robert Siodmak y Edgar G. Ulmer; Guión: Billy Wilder, basado en un reportaje de Kurt Siodmak; Dirección de fotografía: Eugen Schüfftan; Montaje: Robert Siodmak y Edgar G. Ulmer; Producción: Seymour Nebenzal y Moriz Seeler, para Film Studio 1929 (Alemania)
Intérpretes: Erwin Splettstöber (Taxista); Brigitte Borchert (Vendedora de discos); Wolfgang Von Waltershausen (Comercial de vinos); Christl Ehlers (Extra en películas); Annie Schreyer (Modelo); Ernö Verebes, Valeska Gert, Moriz Seeler, Kurt Gerron, Heinrich Gretler.
Sinopsis: Erwin, un taxista, vive con su novia, que es modelo. El domingo, queda con su amigo Wolf, un vendedor de vinos. Ambos pasan el día junto a una reciente conquista de Wolf y su mejor amiga.
Gente en domingo podría haber pasado a la historia del cine como un curioso experimento que mezcla el documental con la ficción, cosa que merece, pero lo ha hecho por ser el primer proyecto en el que participaron nombres muy importantes del séptimo arte. En esa etapa, tan convulsa en lo político como magnífica en lo cultural que fue la República de Weimar, un puñado de jóvenes aspirantes a cineastas unió sus fuerzas para reflejar cómo pasaban los berlineses su día de asueto semanal. El film resultante obtuvo buenas críticas, y fue el primer paso en las archiconocidas carreras de sus principales artífices. Hay que señalar que el original de la película se perdió, y que ha sido reconstruida a partir de una copia de menor duración, a la que se han añadido escenas de copias que en su momento se estrenaron en otros países.
En cierto sentido, Gente en domingo representa el reverso de Berlín, sinfonía de una ciudad, obra experimental y de claras influencias rusas que había filmado Walter Ruttmann pocos años antes. Frente al despliegue de medios y la solemnidad de su predecesora, los neófitos creadores del film que nos ocupa, mudo y rodado con una sola cámara, optaron por un tono ligero, muy de comedia, en la línea del forzoso minimalismo con el que hubieron de lidiar. Se dice que Billy Wilder, por entonces un periodista afincado en Berlín, como tantos otros intelectuales que provenían de las cenizas del imperio austrohúngaro, escribió el guión en las servilletas de una cafetería de la capital alemana. En los encuentros y desencuentros amorosos entre personas de distinto sexo se aprecia la mordacidad que tantas veces le caracterizó al abordar las relaciones entre hombres y mujeres. Siguiendo a Wilder, es complicado determinar quién hizo qué, porque los distintos profesionales implicados en la producción iban pasándose la única cámara existente según la disponibilidad y el empeño de cada cual. Los directores acreditados son Robert Siodmak y Edgar G. Ulmer, cuyas huellas son perceptibles en los travellings que recorren el cuartucho en el que viven el taxista Erwin y su novia Annie, y también en los movimientos de cámara de las escenas acuáticas rodadas en el lago Wannsee. No obstante, también ejercieron como directores Rochus Gliese, el único de los implicados que era un cineasta experto por esas fechas, Fred Zinnemann, cuya principal función fue la de ayudante de fotografía, y Kurt Siodmak, de cuyo reportaje se extrajo la premisa en que se basó la película. Todos ellos formaron parte del equipo técnico, que desde el principio tomó la decisión de rodar con actores no profesionales, personas anónimas que mostraran qué hacían los berlineses de a pie en su día de descanso semanal.
De forma involuntaria a sus autores, esta película puede verse desde una perspectiva siniestra, por cuanto esa sociedad despreocupada que atiborra terrazas, playas urbanas y demás zonas de recreo, que organiza picnics y monta en barcas mientras crea y destruye proyectos de amoríos, es la misma en la que estaba germinando con fuerza la semilla del nazismo, cuya presencia en la narración, ya patente en otras producciones alemanas de la época, fuera visto como esperanza o como amenaza, es aquí nula. Wilder, y con él el variopinto equipo de directores, optan por ofrecer un cuadro costumbrista en el que la guerra de sexos ocupa un lugar destacado. A los hombres se les presenta como galanes siempre en pos de nuevas conquistas, y a las mujeres, como seres que gestionan, cada una a su manera, los deseos masculinos mientras rivalizan entre ellas por los favores de los pretendientes más atractivos. La relación entre Erwin y Annie está herida de muerte: él prefiere la compañía de su amigo Wolfgang, un hombre con mucho tirón entre las féminas que, aunque se gana la vida como vendedor de vinos, ha ejercido de gigoló en épocas recientes (profesión que, por cierto, Billy Wilder conocía bien); ella prefiere quedarse en la cama a acompañar a su novio en su excursión dominical. Wolfgang es un seductor de la vieja escuela, cuyo interés principal es el sexo, y de ahí que sus preferencias salten de su última conquista, Christl, una joven actriz que ha trabajado como extra en algunas películas, pero poco receptiva a su cortejo de apareamiento, a su amiga Brigitte, una vendedora de discos mucho más dispuesta a darle a Wolfgang lo que quiere. No hay intenciones moralizantes ni afán de trascendencia, sólo una aguda percepción de la realidad, que queda patente en la escena en la que Wolfgang y Erwin socorren a unas jóvenes en el lago, con las que flirtean de manera descarada, para disgusto de Brigitte e indisimulado disfrute de Christl, consciente de lo que hay entre su amiga y su, hasta hace muy poco, futuro novio. Al margen de esto, los intertítulos finales señalan una verdad palmaria: cuatro millones de personas esperan que llegue el siguiente domingo.
Por si fueran pocos los nombres de prestigio que hallamos en esta película, mencionar que a cargo de la fotografía está Eugen Schüfftan, por entonces un debutante, como casi todos sus compañeros, que no tardaría en revelarse como un magnífico camarógrafo en blanco y negro. Aquí ya apunta maneras, y sólo hay que ver las secuencias acuáticas para comprobarlo.
Si algo hay que destacar del elenco de actores no profesionales es la naturalidad con la que se desenvuelven ante la cámara, sobre todo si tenemos en cuenta que su experiencia en esas lides era prácticamente nula. En especial, el trabajo de Brigitte Borchert, que pese a ello no inició una carrera como actriz, es meritorio, aportando matices dramáticos a su papel. Los intérpretes masculinos se muestran más cercanos al estereotipo, pero sin caer en el envaramiento y el exceso de énfasis propios de los aficionados. Christl Ehlers no desentona, mientras que Annie Schreyer, como su personaje, parece que pasaba por allí.
Curiosidades aparte, Gente en domingo es una buena película, como es fácil deducir dado el mucho talento existente entre quienes la hicieron. Un talento que Alemania, en poco tiempo metida en una vorágine monstruosa, jamás llegó a disfrutar.