Desde mucho antes de que uno tuviera uso de razón, en mi entorno más cercano se ha admirado a Paco de Lucía y Carlos Santana. Muchas cosas han cambiado, pero no esa, porque nunca dejé de participar de ese sentimiento común. La anomalía era que, mientras he podido disfrutar de distintas actuaciones del añorado genio de Algeciras, nunca hasta ayer había asistido a un concierto de Carlos Santana. El largo peregrinar hasta el Palau Sant Jordi estaba, pues, más que justificado.
Con puntualidad exquisita, Santana y su banda, formada por ocho músicos, aparecieron sobre el escenario del recinto barcelonés dispuestos, como llevan haciendo a lo largo de la presente gira, a reivindicar su legado desde el inicio: arrancaron con Soul sacrifice, salvaje instrumental que el por entonces jovencísimo guitarrista incluyó en su legendaria actuación en el festival de Woodstock. El público, muy veterano en su mayoría, celebró un comienzo tan fulgurante, que continuó con otras joyas del Santana primigenio: Jingo, Evil ways (con ovacionado guiño a esa maravilla que es Do it again, de Steely Dan), el indisoluble tándem formado por Black magic woman y Gipsy queen y, por supuesto, una de esas canciones que, sin ser obra de Carlos Santana, ha quedado para siempre asociada a él: Oye cómo va. Espectáculo austero y a la vieja usanza, en el que todo el protagonismo lo tuvo la música. Servidor, que es de difícil confirmar, le puso dos pegas, una sabida y la otra, temida: la primera es que Carlos Santana es ya un señor de 78 años, con todo lo que eso conlleva. El viejo mago sigue pudiendo hacer algunos de sus trucos sobre el escenario, pero tanto en la elección del repertorio como en la forma de interpretarlo influye el hecho de que varias de sus piezas más virtuosas, y también de las más salvajes, pues en la música de Santana hay mucho de hechicería tribal, no puede tocarlas. El tiempo pasa para todos, y don Carlos se conserva muy bien, pero tampoco él es capaz de hacer milagros.
El segundo problema es inherente a los grandes escenarios, que siempre que puedo trato de evitar: en ellos, se prima en exceso el volumen frente a la nitidez del sonido, algo que hizo que, por ejemplo, la primera parte del largo solo de bajo de Benny Rietveld se oyera mal. Por suerte, dio tiempo a enmendar el tema mientras el músico hacía gala de su virtuosismo, lo que permitió a la audiencia captar el tributo a Black Sabbath con el que dio fin a su momento de mayor protagonismo. El concierto se dividió entre viejos éxitos y piezas de Supernatural, álbum que devolvió a Santana a los primeros puestos de las listas de éxitos pero que, a juicio de quien esto escribe, contiene algunas canciones muy prescindibles. El cantante Andy Vargas empezó a lucirse con el primer tema de ese álbum, María María, pero uno agradeció el regreso al legado histórico, creo que uno de los más reivindicables de la historia del rock, que trajeron Everybody´s everything, Samba pa ti, Hope you´re feeling better y She´s not there, cuyo hendrixiano solo final fue interpretado por el segundo guitarrista, Tommy Anthony, a medias con un líder que se limitó a presentar a sus músicos y a desear la paz en el mundo en una brevísima alocución al respetable. De ahí hasta el final, casi todo el concierto se limitó a canciones de Supernatural: es cierto que, con la poderosa energía que daban la batería de Cindy Blackman y las percusiones de Karl Perazzo (timbales) y Paoli Mejías (congas), canciones como Yaleo y Put your lights on, interpretada por un Anthony que animó a la concurrencia a iluminar la sala con las linternas de esos aparatos que uno apaga cuando está en un concierto, sonaron bien, pero Santana es mucho más que eso. Y sí, me tragué Corazón espinado, que el público coreó como si le fuese la vida en ello y que no es ni la quincuagésimo séptima mejor canción del gran patriarca del rock latino, pero la mayoría manda. Agradezco, eso sí, que la banda incluyera un fragmento de Guajira en mitad de la canción más floja de un set que incluyó un frenético solo de Blackman antes de finalizar con Smooth, en mi opinión el único single de éxito de Supernatural que está a la altura de su fama.
Deuda saldada, y concierto que no decepcionó a un viejo seguidor de Santana que iba con expectativas altas. Eso sí, varias de mis favoritas se quedaron en el tintero.
De cuando uno aún no había nacido, y Santana ya era un grande:
Jingo-Lo-Ba: