SMOKEY AND THE BANDIT. 1977. 94´. Color.
Dirección: Hal Needham; Guión: James Lee Barrett, Charles Shyer y Alan Mandel, basado en un argumento de Hal Needham y Robert L. Levy; Dirección de fotografía: Bobby Byrne; Montaje: Walter Hannemann y Angelo Ross; Música: Jerry Reed y Bill Justis; Dirección artística: Mark Mansbridge; Producción: Mort Engelberg, para Rastar Films-Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Burt Reynolds (Bandit); Sally Field (Carrie); Jackie Gleason (Sheriff Buford T. Justice); Jerry Reed (Cledus); Mike Henry (Junior); Paul Williams (Pequeño Enos); Pat McCormick (Gran Enos); Alfie Wise, George Reynolds, Macon McCalman, Linda McClure, Susie Ewing, Laura Lizer, Michael Mann, Lamar Jackson, Ingeborg Kjeldsen, Hank Worden.
Sinopsis: Dos camioneros sureños deben transportar ilegalmente un cargamento de cerveza, siendo perseguidos por un obstinado sheriff.
El modo en que Hal Needham accedió a la dirección de largometrajes se aleja bastante de lo convencional: actor de reparto y acreditado especialista de acción desde los años 60, su carrera está muy ligada a la del actor Burt Reynolds, a quien dobló en las escenas de riesgo de algunas de las películas que le convirtieron en una estrella. Esta complicidad mutua llevó a que Needham se encargara de dirigir la segunda unidad en Los traficantes, una de las cintas más populares protagonizadas por Reynolds en los primeros años 70. El siguiente paso se dio en Los caraduras, otro título español bastante mejorable, con el que Needham debutó como director. El éxito fue tal, que sólo una película, La guerra de las galaxias, recaudó más dinero en Estados Unidos en el año 1977 que la que nos ocupa. Concebida como un producto de entretenimiento para el público masculino, Smokey and the Bandit inauguró un subgénero, el de las películas de carretera protagonizadas por camioneros, que vivió su era de esplendor en los años siguientes hasta que, ya entrados los 80, el filón se agotó con la misma celeridad con la que había aparecido.
Llama la atención que en los créditos de la película figuren tres guionistas, además de las dos personas, una de las cuales fue el propio director, que crearon el argumento, porque desde el principio salta a la vista que el aspecto narrativo es secundario y lo que prima es la espectacularidad de las persecuciones y secuencias de carretera, entendida esta casi como un enclave libertario, cuyos profesionales pueden permitirse vivir casi al margen de un sistema al que desprecian de manera evidente. En esta ocasión, el rey del asfalto responde al adecuado apodo de The Bandit, y la excusa para recorrer las inacabables carreteras de Norteamérica es el encargo, a cuenta de dos potentados de atuendo bastante ridículo, de llevar un cargamento de cerveza desde Texas hasta Georgia en poco más de 24 horas. Como quiera que, durante buena parte del trayecto, el transporte de alcohol es ilegal y se considera contrabando, el protagonista recurre a una argucia: recluta a su amigo Cledus, que conducirá el camión mientras él, a los mandos de un automóvil Pontiac Trans Am, ejerce la doble función de escolta y ahuyentador de sabuesos. Todo discurre con cierta normalidad hasta que El Bandido recoge a una autoestopista que ha huido a la carrera de su propia boda. El novio abandonado resulta ser el hijo de un iracundo agente de la ley, lo que da inicio a una persecución sin tregua a través de las autopistas de distintos estados.
Carretera, persecuciones espectaculares, diversión, simpatía y humor chusco son las bazas de un film que no engaña, por lo que tampoco decepciona. Needham se desenvuelve con tino en las secuencias de acción, que está claro que eran lo suyo, y aguanta el tipo como puede en las pocas escenas en las que la película se permite un respiro. El guión es más sencillo que el pan con tomate, y tanto el desarrollo del film como la caracterización de los personajes principales tiene mucho que ver con los dibujos animados, en especial con las aventuras del Coyote y el Correcaminos, creados por Chuck Jones, y con Los autos locos. En este sentido, se siguen las pautas marcadas por las grandes comedias automovilísticas de la década anterior, como La carrera del siglo o El mundo está loco, loco, loco. A su vez, esta combinación de acción frenética y humor será una de las piedras angulares del Hollywood de los 80. Al margen del tono desenfadado del conjunto, lo mejor de Smokey and the Bandit es su montaje, sin duda el aspecto técnico más destacado de una obra que, en este y otros tantos aspectos, opta en todo momento por la sencillez y la funcionalidad. Más que una historia desarrollada al modo tradicional, lo que hay son una serie de sketches de acción automovilística, cuyo engarce debe más a la edición que a un texto en el que predomina lo obvio.
Otro de los rasgos esenciales de la película lo encontramos en su banda sonora, que encumbró a la pegadiza canción East bound and down, escrita por Jerry Reed y Dick Feller (Deena Kaye Rose, en realidad), como el himno country de carretera por antonomasia. En el film, esta pieza se escucha una y otra vez, ensombreciendo, quizá de un modo injusto, el resto de una música original de bastante buen nivel. Se cuenta que, recibido el encargo de componer el tema principal de la película, Reed le puso a Needham lo que iba a ser East bound and down. El director interrumpió la escucha a los pocos segundos, algo que el músico interpretó como una señal de disconformidad. Al contrario: lo siguiente que le dijo Needham a Reed es que le mataría si cambiaba una sola nota de la canción.
A esas alturas del cuento, Burt Reynolds ya había llegado a esa clase de estatus que le permitía interpretar siempre a Burt Reynolds. El actor no renunció a aceptar papeles de mayor complejidad y riesgo, al margen de quedar fuera contra su voluntad del reparto de algunas obras legendarias, pero era una gran estrella para el público estadounidense, que supo explotar su carisma entre las audiencias masculinas, y su condición de objeto sexual para el público femenino. En Smokey and the Bandit Reynolds alcanzó su cénit de popularidad, en un papel totalmente a su medida. Su química en pantalla con Sally Field, una actriz en plena carrera hacia el lugar en la élite que ocupaba su compañero de reparto, es excelente, lo que aporta un plus de encanto a una película que vive de eso. Con los años, Field obtuvo un éxito excesivo para sus capacidades, que posteriormente dio paso a un olvido también excesivo. Lo que queda es una buena actriz, que aquí acredita esa condición. Excepcional es Jackie Gleason, de presencia escasa en la gran pantalla desde la maravillosa El buscavidas. Esta vez, da vida a un Coyote malhablado y excesivo, que eleva el nivel del film y ofrece un momento apoteósico, en la escena en la que mira a su hijo y le dice que es imposible que alguien tan imbécil pueda haber salido de él. Músico de calidad, y compinche cinematográfico de Burt Reynolds, Jerry Reed dio con el papel de su vida en esta película. Su interpretación es digna, pero donde brilla de verdad es en lo suyo, que es la música. El antiguo Tarzán Mike Henry da vida a un tipo ridículo, sin que la historia le permita aportar algún otro registro. Para finalizar, tremenda pareja la que forman Paul Williams y Pat McCormick.
Smokey and the Bandit fue un taquillazo puramente estadounidense, que en el resto del mundo no alcanzó tanta popularidad ni de lejos. Se entiende, porque su propuesta es más americana que la cerveza Coors que los protagonistas deben transportar hasta Georgia. Para pasar un rato divertido, ni más, ni menos.