MUDAR DE VIDA. 1966. 87´. B/N.
Dirección; Paulo Rocha; Guión: Paulo Rocha. Diálogos de António Reis; Dirección de fotografía: Carlos Manuel Silva y Elso Roque; Montaje: Margareta Mangs, Paulo Rocha y Noémia Delgado; Música: Carlos Paredes; Producción: António Da Cunha Telles, para Produçôes Cunha Telles (Portugal).
Intérpretes: Geraldo Del Rey (Adelino); Isabel Ruth (Albertina); Maria Barroso (Júlia); Joao Guedes (Inácio); Nunes Vidal (Raimundo); Mário Santos (Anciano); Constança Navarro (Anciana); José Braz, António Coelho, Soares Couto, Ilidio Batista, Antonio Pinho.
Sinopsis:Un hombre regresa a la aldea marinera donde nació después de servir en África. Su novia de siempre es ahora la esposa de su hermano.
Paulo Rocha, quien puede decirse que dio el pistoletazo de salida al Nuevo Cine Portugués con su ópera prima, Los verdes años, redobló la apuesta poco después con Mudar de vida, drama hiperrealista que los aficionados podemos disfrutar ahora en versión restaurada. Con menos repercusión internacional que su antecesora, a la que a mi juicio supera en diversos aspectos, la segunda película de Rocha lidia con la precariedad de medios característica del cine portugués, pero revela el saber hacer de un cineasta que, con toda probabilidad, goza de menos reconocimiento del que merece.
Si las escasas películas que conocemos de nuestro vecino occidental suelen estar ambientadas en Lisboa, Rocha nos ubica en un entorno radicalmente distinto, el de las aldeas pesqueras, que él conocía bien, pues su familia procedía de una de esas zonas del litoral luso. El espectador puede ponerse en situación desde el inicio, rodado en un plano general que muestra, en primer término, a una mujer trabajando en el campo y, en la cercana carretera, un autobús de línea. Es ahí donde viaja Adelino, que salió de su tierra para hacer el servicio militar en Angola, y regresa a ella cuando la que era su novia se ha convertido en su cuñada. Los dos primeros tercios de este largometraje, cuyos diálogos son obra del poeta António Reis, buen conocedor también de la peculiar idiosincrasia de las aldeas marineras portuguesas, se centran en dos aspectos fundamentales: el retrato de las duras condiciones de vida de los pobladores de ese entorno, y el reencuentro de Adelino con Júlia, la que fue su amor de juventud y ahora es la esposa de su hermano Raimundo. A pesar de los continuos reproches de Adelino a la mujer que no esperó a su regreso para contraer matrimonio, que nadie espere un triángulo amoroso de tintes trágicos, porque no es eso lo que sucede: los viejos enamorados son hoy dos adultos con importantes problemas de salud, a los que la vida ha puesto a salvo de arrebatos sentimentales. Adelino está resentido, pero acepta resignado el curso de los hechos. Y es precisamente la resignación el rasgo más distintivo de Júlia, una mujer infeliz que le ha dado dos hijos a un hombre al que no ama, que padece una grave dolencia cardíaca, y que acepta con rostro hermético y nula capacidad de rebelión la vida que la ha tocado llevar. En cambio, el agravamiento de sus problemas en la espalda hace que Adelino, una vez recuperado, tome conciencia del círculo vicioso en el que se encuentra y decida poner tierra de por medio entre él y sus orígenes. No se va muy lejos, pero sí lo suficiente.
Con la marcha de Adelino de su aldea natal da comienzo otra película, gracias a la aparición de Albertina, la hermana del empleador del recién llegado, una joven rebelde que sueña con marcharse lejos y vivir una vida muy distinta a la que otros le han adjudicado. Si hasta entonces, Mudar de vida es neorrealista hasta el tuétano, a partir de la entrada en escena del segundo gran personaje femenino la película adquiere un tono más liviano. Es curiosa, y muy descriptiva, la forma en que ambos se conocen: Adelino dormita en la capilla a la que ha ido a rezar, y ella acude a dependencia tan pía con un propósito bien distinto, como es el de robar las limosnas que los feligreses depositan junto a la imagen venerada. Descubierta por Adelino, la mujer pierde el botín, pero consigue huir gracias a los dolores de espalda que sufre su perseguidor. No obstante, el asesino siempre vuelve al lugar del crimen…
Si algo tiene la segunda película de Paulo Rocha es sobriedad. La escasez de medios obliga a ello en lo referente a la puesta en escena, pero esto también se puede extrapolar a lo narrativo: si Los verdes años padecía de una excesiva tendencia al melodrama, aquí impera la contención; las discusiones entre Adelino y Júlia son más desencantadas que pasionales, y entre las distintas alternativas, el libreto se decanta siempre por la menos excesiva. La guerra colonial forma parte de la experiencia del hombre que regresa, pero sólo en ese aspecto será abordada en la película, pues no hay alusiones directas al conflicto. Al director le interesa mostrar la penosidad de unos trabajos mal pagados y en vías de desaparecer, la escasa alegría del entorno, palpable incluso en las fiestas populares, y los sentimientos de unos personajes más estoicos que embrutecidos. Mudar de vida se sitúa en las antípodas del glamour, pero ello no impide que tenga una cuidada fotografía en blanco y negro, en el que supuso uno de los primeros trabajos de quien a posteriori fue uno de los más importantes camarógrafos del cine portugués, Elso Roque. El modo de filmar de Paulo Rocha es, como se ha mencionado, hiperrealista, hasta el punto de que por momentos la película puede verse como un documental: veremos muchos planos fijos y travellings suaves, pero no barridos, zooms ni nada que se parezca a la experimentación, tan común en otras latitudes en esos años. Uno de los aspectos más notables de Los verdes años se repite aquí: es la música de Carlos Paredes, triste y evocadora, como ese final abierto que remata bien la película.
Encabeza el reparto el actor brasileño Geraldo Del Rey, a quien muchos cinéfilos conocían gracias a su trabajo a las órdenes de Glauber Rocha. Del Rey encarna a un hombre que siente que la vida que deseaba le ha sido arrebatada, pero que ni se deja llevar por el rencor, ni ha perdido por completo el deseo de prosperar. El trabajo de este intérprete es muy competente, acertando con el tono de un personaje siempre circunspecto. Isabel Ruth, uno de los grandes nombres del cine luso, mejora la película en cuanto aparece, gracias a su acertada labor y a un personaje que le permite exhibir sus cualidades y que, en muchos sentidos, es la antítesis del otro gran rol femenino del film: Albertina es temperamental, díscola y alérgica a las convenciones, rasgo que exacerba sus ansias de fuga. Maria Barroso da vida a la resignada Júlia de un modo correcto, a secas. Nunes Vidal cumple con dignidad, sin llegar a lucir tanto como la pareja protagonista, y es de alabar el trabajo de los dos veteranos intérpretes que incorporan a la pareja de ancianos, Mário Santos y Constança Navarro. Del resto del elenco, destacar un punto eminentemente neorrealista, cual es la presencia de actores no profesionales que aportan credibilidad a una película cuya principal baza es su realismo.
Mudar de vida es un film de calidad que no conviene pasar por alto, pues a su notable valor cinematográfico añade un interés como documento sociológico al que muchas obras de ficción aspiran, y no tantas consiguen. Por desgracia, la carrera como director de Paulo Rocha quedó interrumpida por muchos años, pero es de esos cineastas que pueden presumir de que su primera película era buena, y la segunda era mejor.