TENDER MERCIES. 1983. 91´. Color.
Dirección: Bruce Beresford; Guión: Horton Foote; Dirección de fotografía: Russell Boyd; Montaje: William Anderson; Música: George Dreyfus; Dirección artística: Jeannine Oppewall; Producción: Philip S. Hobel, Robert Duvall y Horton Foote, para Antron Media Production-EMI Films (EE.UU.).
Intérpretes: Robert Duvall (Mac Sledge); Tess Harper (Rosa Lee); Betty Buckley (Dixie); Wilford Brumley (Harry); Ellen Barkin (Sue Anne); Allan Hubbard (Sonny); Lenny Von Dohlen (Robert); Paul Gleason, Michael Crabtree, Norman Bennett, Andrew Scott Hollon.
Sinopsis: Un músico alcoholizado se despierta en un remoto motel de Texas. Sin dinero para pagar el alojamiento, se ofrece para trabajar a las órdenes de la dueña del establecimiento, una joven viuda.
Al igual que han hecho tantos cineastas a lo largo de los tiempos, el australiano Bruce Beresfod se valió de los éxitos obtenidos en su país natal para dar el salto a Hollywood, desembarco que, en primera instancia, supuso un triunfo rotundo debido a Gracias y favores, drama rural con la música como eje que, a pesar de su bajo presupuesto y de su lejanía con las propuestas bendecidas por las grandes productoras, tuvo un buen resultado en las taquillas estadounidenses y el favor casi unánime de la crítica, factor que llevó al film al circuito de los mayores galardones otorgados por la industria. Dos Óscars, en categorías de suma relevancia, corroboraron la calidad de un proyecto que cautiva por su sencillez.
En el éxito de una obra artística tiene mucho que ver una circunstancia que está más allá de su calidad, y esa es la conexión con la época en la que es ofrecida al público. Sin ser ni en lo más remoto una película política, Gracias y favores enlaza muy bien con el espíritu de la América de Ronald Reagan, que junto a su defensa del liberalismo económico y del poderío militar frente al bloque comunista, preconizaba en lo moral un retorno a los valores tradicionales. El film es una apología del puritanismo, aunque está elaborado con una honestidad que lo aleja de manera acusada del panfleto barato rebosante de moralina. En esencia, Tender mercies es una obra sobre la redención, en este caso la de una antigua estrella del country vencida por el alcoholismo. Tiempo atrás, Mac Sledge compuso unas cuantas canciones que fueron éxitos en la voz de su antigua esposa, Dixie, pero el film se inicia con el protagonista en su momento más bajo: después de una de tantas borracheras, Mac se despierta en un motel de carretera en mitad de Texas. Arruinado, lo único que puede ofrecerle a la dueña del establecimiento, una viuda que vive allí con su hijo, es su trabajo. La mujer sólo le pone una condición al forastero: que abandone el alcohol mientras no haya pagado su cuenta. Con el tiempo, Sledge deja atrás la dependencia de la bebida y logra recuperar el timón de su existencia desde la sobriedad.
Llama la atención que un australiano recién llegado a los Estados Unidos fuera el encargado de dirigir una película tan profundamente americana, pero Bruce Beresford supo captar el espíritu del notable guión escrito por Horton Foote y transmitir la profundidad emocional de la música country, y también las miserias de quienes la llevan a las emisoras de radio y las salas de conciertos de multitud de pueblos y ciudades. El alcoholismo es una plaga en el gremio, y a través de la figura de Mac Sledge pueden verse los estragos que causa esa adicción. Foote, un gran conocedor de la vida sureña que dos décadas atrás fue el encargado de adaptar para la gran pantalla la novela de Harper Lee Matar a un ruiseñor, pone las reglas que Beresford respeta de manera escrupulosa, tanto en el mensaje moral como en la puesta en escena: sobriedad, huida de los excesos melodramáticos, parquedad en los diálogos, importancia de las elipsis (la narración evita mostrar, entre otros hechos trascendentales de la historia, el matrimonio entre Mac y Rosa Lee) y una manera de rodar muy clásica, en la que, a la manera del Clint Eastwood de El aventurero de medianoche, otra película contemporánea sobre un músico de country alcohólico, se aprecia un profundo respeto a los clásicos, empezando por John Ford. Es relevante señalar, para que quienes lean esto capten el espíritu de la obra, que estamos ante una película sobre un borracho al que no veremos beber ni una sola vez: la descripción fílmica de la jarana etílica de Mac en el motel la vemos entre sombras, las que ven desde fuera Rosa Lee y el pequeño Sonny, mientras que el largo trago de bourbon que el músico se mete entre pecho y espalda nada más levantarse de la cama se nos oculta tras un plano medio del catre, en el que se encuentra la botella, que retrata al protagonista sólo de cintura para abajo. El puritanismo es máximo, pero sincero. Y cualquiera estaría de acuerdo en que es mejor ser un sobrio siervo de la deidad que se quiera, en lugar de un borrachuzo cuya adicción le empuja a destruir todo lo que encuentra a su alrededor, empezando por sí mismo y por su mejor cualidad, el talento para hacer música.
De acuerdo a lo expuesto, Tender mercies respeta la esencia del country, estilo que expresa sentimientos profundos desde la parquedad instrumental e interpretativa. La película, y Beresford con ella, sigue esa senda minimalista, en la que creo que radica buena parte de su capacidad para gustar a públicos heterogéneos y, en muchos casos, ajenos a los encantos de la América profunda. No siempre sucede, pero son muchas las ocasiones en las que menos es más. La cámara de Russell Boyd, otro talento llegado desde Australia, capta la árida belleza de los parajes texanos y también las emociones, casi siempre soterradas, que emanan de los rostros de los protagonistas, seres lacónicos a los que la música proporciona consuelo y, en ocasiones, alegría. En la escena del tenso reencuentro entre Mac y Dixie encontramos muy buen cine, que en apenas unos segundos nos deja ver qué fue lo que en tiempos les unió, y qué les acabó separando.
Robert Duvall no es únicamente el protagonista de la película, sino también su eje vertebrador, pues no sólo asumió labores de producción, que ayudaron sobremanera al desarrollo del proyecto, sino que también compuso y grabó varias de las canciones que su personaje interpreta en pantalla, lo que muestra el grado de implicación en el film de quien, no lo olvidemos, es uno de los grandes actores estadounidenses. Huelga decir que la labor actoral de Duvall es magnífica, antes de mencionar que esta se ve amplificada por su interés personal en la obra. En este sentido, a su Óscar pueden ponérsele muy pocas objeciones. Tess Harper, en el que fue su primer papel en el cine, le da una digna réplica con un personaje de aire virginal, que en sí mismo simboliza la redención del protagonista masculino. Ese importante talento texano que es Betty Buckley da vida a una mujer que es la otra cara de la moneda: unida a Mac por la pasión, la música y el ambiente que rodea a los artistas en la carretera, encadenada a él para siempre por las canciones y la hija que tienen en común, le odia de una manera visceral por mandar todo eso a paseo por culpa de la bebida. Las escenas entre ella y Duvall tienen magnetismo, sin duda. El siempre sobrio Wilford Brimley da vida con solvencia al representante de Dixie, y viejo amigo de Mac, mientras que la entonces jovencísima Ellen Barkin, que ya había brillado en Diner, confirmó que estaba hecha para empresas importantes en la piel de Sue Anne, la díscola hija de los músicos.
Gracias y favores es una notable obra sobre alguien que encuentra la paz. Su visionado la desprende, lo que no es poco en estos tiempos. Beresford cumplió con nota en su primer film americano, y Robert Duvall está a la altura de sus mejores logros en la pantalla.