THE LAND THAT TIME FORGOT. 1975. 89´. Color.
Dirección: Kevin Connor; Guión: James Cawthorn y Michael Moorcock, basado en la novela de Edgar Rice Burroughs; Dirección de fotografía: Alan Hume; Montaje: John Ireland; Música: Douglas Gamley; Diseño de producción: Maurice Carter; Dirección artística: Bert Davey; Producción: John Dark, Milton Subotsky y Max J. Rosenberg, para Lion International-Amicus Productions-Atkins World Enterprises-Land Associates (Reino Unido-EE.UU.)
Intérpretes: Doug McClure (Bowen Tyler); John McEnery (Capitán Von Schoenvorst); Susan Penhaligon (Lisa); Keith Barron (Bradley); Anthony Ainley (Dietz); Godfrey James (Borg); Bobby Parr (Ahm); Declan Mulholland (Olsson); Colin Farrell, Ben Howard, Roy Holder, Andrew McCulloch.
Sinopsis: En plena Segunda Guerra Mundial, los tripulantes de un buque aliado y un submarino alemán llegan a un continente desconocido.
El londinense Kevin Connor debutó en la dirección de largometrajes con la notable Más allá de la tumba, que ya nos apuntaba a un cineasta orientado hacia la serie B. Su siguiente proyecto, La tierra olvidada por el tiempo, se inscribe en el género de la ciencia-ficción, creando una fórmula que Connor explotó a conciencia durante los primeros años de su carrera: temática retrofuturista, adaptación de textos de Edgar Rice Burroughs y protagonismo para Doug McClure, actor estadounidense conocido en todo el mundo por su papel en la serie televisiva El virginiano. Esta segunda película de Connor es entretenida y simpática, pero inferior a su ópera prima en términos de calidad.
Aunque el resto de la obra de Edgar Rice Burroughs quedara eclipsada, y el cine es válido testimonio de ello, por su icónico personaje de Trazán, el escritor norteamericano dedicó muchos de sus textos al género fantástico, publicando en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial el que dio pie a esta película. En la adaptación cinematográfica, el conflicto bélico que sirve de marco temporal al relato se traslada al más devastador enfrentamiento que ha conocido la Humanidad, en mitad del cual un submarino alemán cumple con su misión de hacer naufragar buques aliados. Sin embargo, los tripulantes de uno de ellos logran no sólo sobrevivir, sino asaltar la nave que les ha atacado y hacerse con su control. Luego de varias idas y venidas, el submarino va a parar a un lugar desconocido, muy próximo a la Antártida, en el que conviven seres prehistóricos que se creían desaparecidos con tribus de homínidos primitivos. Buscar rigor científico es perder el tiempo, porque lo que se prioriza es la aventura y el entretenimiento. A este respecto, la parte estrictamente bélica de la película, que abarca más o menos su primer tercio, es más que correcta, demostrando una vez más que los submarinos son un medio de locomoción de lo más cinematográfico. A partir de ahí, se entra en unas coordenadas que gustarán a quienes hayan crecido leyendo novelas de Julio Verne (o del propio Burroughs), hayan imaginado esos mundos y los hayan contemplado en la gran pantalla a través de las fantasías materializadas por Ray Harryhausen o en películas como Hace un millón de años, claro precedente de la que nos ocupa. El conjunto se resiente a causa del ajustado presupuesto, que hace que algunos efectos especiales sean cutres incluso para la época, y por el hecho de que el guión se entregue por completo al entretenimiento y renuncie a otorgar un mínimo grado de profundidad a los personajes (aunque, de forma tal vez involuntaria, sí se deje ver el carácter intrínsecamente violento y depredador de la especie humana), sin que los diálogos pasen tampoco de lo rutinario. Connor se emplea de un modo competente, pero tampoco logra insuflar esplendor a una película que se deja ver, pero que nunca es capaz de ir más allá. La escena del asalto al submarino, así como la larga secuencia de la catástrofe final, provocada por una erupción volcánica, sobresalen y logran captar la atención, mientras que en las escenas con dinosaurios es donde más se perciben las estrecheces presupuestarias. En el lado positivo cabe incluir la banda sonora de Douglas Gamley, autor de varios trabajos muy interesantes en el género de terror, y cuya música añade valor a la película.
No creo que Doug McClure fuera un gran actor, y quizá por ello su carrera cinematográfica se quedara tan lejos de su estrellato televisivo. En todo caso, aquí aporta energía y presencia a un personaje que no va más allá del típico héroe de serie B. John McEnery, que interpreta al capitán del submarino, es el mejor actor del elenco, y su interpretación lo demuestra sin atisno de duda. Susan Penhaligon, actriz más conocida por sus trabajos para la pequeña pantalla, no desentona aunque tampoco era sencillo destacar con el personaje tan plano que le tocó en suerte. Keith Barron, que ya venía avalado por una trayectoria muy sólida, muestra el buen hacer que le es típico, mientras que Anthony Ainley poco puede hacer con ese villano tan trillado y falto de complejidad que debe encarnar.
Film entrañable y simpático, pero que nada dirá a las generaciones acostumbradas a los efectos especiales creados por ordenador ni a quienes prefieran la vertiente más intelectual de la ciencia-ficción.