FORBIDDEN. 1932. 85´. B/N.
Dirección: Frank Capra; Guión: Jo Swerling, basado en un argumento de Frank Capra; Dirección de fotografía: Joseph Walker; Montaje: Maurice Wright; Dirección artística: Edward Stevenson; Producción: Harry Cohn, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Barbara Stanwyck (Lulu Smith); Adolphe Menjou (Robert Grover); Ralph Bellamy (Holland); Dorothy Peterson (Helen); Thomas Jefferson (Wilkinson); Oliver Eckhardt (Briggs); Myrna Fresholt, Charlotte Henry, Helen Parrish, Edward LeSaint, Fred Kelsey, Arthur Hoyt, Robert Graves, Chuck Hamilton.
Sinopsis: Una bibliotecaria frustrada con su vida sentimental decide pasar las vacaciones en un crucero con rumbo a La Habana. Allí conoce a un hombre maduro, y ambos se enamoran.
Amor prohibido es, por orden cronológico, el primero de los tres largometrajes dirigidos por Frank Capra en el año 1932, que en muchos aspectos se puede considerar el de su consagración. Lejos de las comedias que le hicieron célebre, este film es un drama romántico que, por momentos, remite a algunas famosas novelas decimonónicas. El éxito de la propuesta no fue espectacular, pero allanó el camino al estrellato del cineasta italoamericano.
Se nota a la legua que Amor prohibido es un film realizado con anterioridad a la entrada en vigor del Código Hays, corsé moral que el cine de Hollywood soportó durante más de tres décadas. De hecho, la película fue postergada en su reestreno por constituir, a juicio de los guardianes de la moral, una manifiesta apología del adulterio. La protagonista de la historia es una bibliotecaria que lleva fatal la soltería y sueña con huir de su estrecho microcosmos y encontrar a su pareja ideal. Harta de su rutina, un día decide gastar todos sus ahorros en un crucero que la llevará hasta La Habana, por entonces uno de los destinos turísticos predilectos de los estadounidenses ávidos de darse una alegría. Las primeras jornadas en el navío no resultan propicias para la joven, que no hace otra cosa que pasear su soledad por las distintas estancias del buque, para desesperación de sus tripulantes, y diversión de algunos de los músicos de la orquesta. Todo cambia cuando, de regreso a su camarote, esa mujer que parece invisible para el resto de la humanidad se encuentra a un hombre tumbado en su cama. El elegante individuo, algo achispado, ha entrado por error en la habitación 66 creyendo que era la suya, la 99. De esa confusión surge un romance, que se mantendrá a lo largo de los años, a pesar de que el hombre está casado con una mujer impedida, a la que no se plantea abandonar.
Pese a que, en su planteamiento, el film se asemeja a las comedias románticas glamourosas tan propias de la época, la trama vira en redondo cuando se descubre que el objeto de amor de Lulu, que llevaba años de búsqueda infructuosa de su príncipe azul, es un hombre casado. A partir de ahí, la película habla del sacrificio, aspecto en el que la protagonista femenina se lleva la palma: por amor, ella, que ha reorientado su carrera profesional hacia el periodismo, renuncia al crecimiento laboral, a un confortable matrimonio con el editor del diario para el que trabaja y, lo que es mucho peor, renuncia a su propia hija, nacida de esa relación que, para la sociedad, es adúltera y, por lo tanto, impura. Por su parte, el padre de esa criatura, Robert, que ha iniciado una meteórica carrera en la política, renuncia a una felicidad que sólo encuentra junto a la huésped del camarote 66. Será un hombre siempre dividido entre el amor que profesa a esa mujer, la obligación moral de permanecer junto a su esposa y la necesidad de que su relación extramarital no trascienda al público, algo que destrozaría su carrera y en lo que parece empeñado Holland, el periodista que pretende casarse con Lulu. Al tratarse de una historia que abarca varias décadas sin alcanzar la hora y media de metraje, la importancia de las elipsis narrativas es capital, y ahí el libreto, coescrito por Capra y su guionista de cabecera en la época, Jo Swerling, sale bien parado, resultando inteligible y coherente. El lastre lo hallamos en el tramo final, claramente orientado hacia una amplificación del drama que termina derivando en lo folletinesco.
Capra, cuya experiencia como director ya era importante, mueve la cámara con oficio y precisión, haciendo gala de esa agilidad que fue siempre una de sus grandes virtudes como cineasta. En las secuencias previas al encuentro entre los dos protagonistas, se subrayan las miradas, de una condescencia casi acusatoria, que dedican compañeros de trabajo y tripulantes del crucero hacia la solterona, y hasta qué punto ese desprecio ha calado en Lulu, convertida en una persona amargada e iracunda. El romance le brinda una luz de la que carecía, aunque con el tiempo la obligará, tal y como se ha mencionado, a enormes sacrificios. La rígida moral imperante, la posición secundaria de las mujeres en la sociedad y el sufrimiento que causa el hecho de ocultar las relaciones sentimentales que se apartan del modelo establecido son temas fundamentales de una película muy aplicada en lo técnico, un film de estudio puro y duro, en el que no hay apenas planos rodados en exteriores, y en el que el experimentado Joseph Walker mostró que su compenetración con Capra funcionaba a prueba de bombas. Se ha subrayado ya la relevancia del montaje, aspecto en el que Amor prohibido aprueba con nota, y no está de más mencionar que, salvo en lo que respecta a las escenas ubicadas en el salón del crucero, en el que actúa la orquesta, la música brilla por su ausencia.
Estamos ante un film en el que el terceto protagonista acapara las posibilidades de lucimiento interpretativo que ofrece el guión. El vértice femenino de este triángulo, personificado en Barbara Stanwyck, es el que más sobresale. Esta formidable actriz, que ya había protagonizado dos películas de Capra, asume el papel que más registros dramáticos exige, y lo lleva a niveles de enorme intensidad, la propia de una heroína trágica, evitando esas sobreactuaciones propias del recién fenecido cine mudo. Lulu aparece hastiada, divertida, enamorada, iracunda y sufridora, y siempre lo hace de un modo convincente. Adolphe Menjou, experto en roles de galán elegante desde casi los albores del cine, es capaz de mostrar el sufrimiento de su personaje, que ve cómo su imparable ascenso político no puede ser compartido por la mujer que ama, desde la sobriedad. El tercer lado del triángulo, el periodista Holland, al que da vida Ralph Bellamy, es posiblemente el personaje peor escrito de los analizados hasta ahora: al principio, es un reportero cuyo temperamento encajaría a la perfección en Primera plana o en el film precedente de Capra, La jaula de oro, para acabar siendo algo parecido al malvado de la función, un ser resentido y cuyo único objetivo en la vida parece ser el de desenmascarar el gran secreto de un político al que detesta. Veo mejor a Bellamy como reportero cínico, la verdad. Dorothy Peterson, actriz cuyos inicios en el cine coinciden con la llegada del sonoro, interpreta a la esposa de Robert, y lo cierto es que ese personaje, para nada malvado sino víctima del infortunio, es una sombra que planea sobre gran parte de la película y determina de distintas maneras su desenlace, pero en realidad el papel en sí tiene una importancia muy limitada, y Peterson lo solventa con corrección. Del resto, destacar al veterano Thomas Jefferson en la que fue la última película que rodó antes de su fallecimiento.
Amor prohibido es una obra notable, adelantada a su tiempo en varios aspectos, aunque lastrada por un final melodramático en exceso. Con todo, es una buena muestra de la portentosa capacidad de Frank Capra para ofrecer al público un entretenimiento de alto nivel, ya sean en la comedia o en el drama.
