
CHA CHA CHÁ. 1998. 107´. Color.
Dirección: Antonio del Real; Guión: Fernando León de Aranoa y Carlos Asorey, con la colaboración de Antonio del Real; Dirección de fotografía: Juan Amorós; Montaje: Miguel Ángel Santamaría; Música: Pablo Miyar; Producción: César Benítez, para Bridas-Sogetel-Canal + España-Telecinco-Universal Pictures España (España)
Intérpretes: Eduardo Noriega (Antonio); Ana Álvarez (Lucía); María Adánez (María); Jorge Sanz (Pablo); Gabino Diego (Gustavo); Marta Belaustegui (Marta); Elisa Matilla (Dori); Antonio Medina, Pilar Ordóñez, Antonio del Real, Eduardo Úrculo.
Sinopsis: Lucía está enamorada de Pablo, el novio de su mejor amiga. Decide que lo mejor es que ella se enamore de otro hombre, y para ello recurre a Antonio, un modelo de la agencia para la que trabaja.
La carrera como director de Antonio del Real siempre se ha movido en el terreno de la comercialidad, con obras que están entre lo digno y lo olvidable. En la primera categoría se encuentra uno de sus mayores éxitos de taquilla, la comedia romántica Cha cha chá, un producto agradable, protagonizado por algunos de los guapos oficiales del cine español, que por calidad se sitúa por encima de la media del género, no sólo entre las películas españolas.
Como otros filmes nacionales de los 90, Cha cha chá puede considerarse una heredera de la comedia madrileña de los 80, subgénero elevado en su momento a los altares de un modo algo artificioso, que en realidad produjo más impacto mediático que films perdurables. La capital de España, de la que la película ofrece una visión idealizada, es un personaje más de esta obra, y de hecho es uno de los más importantes. Antonio del Real y su equipo siguen los esquemas clásicos de la comedia ligera de enredo, con un cuarteto de protagonistas marcado por una circunstancia que actúa como eje de la propuesta: que Lucía, ejecutiva de una agencia de publicidad, está enamorada del novio de María, su mejor amiga. Para restablecer lo que para ella sería el justo equilibrio cósmico, urde un plan simple y a la vez complicado: que ella se enamore de otro hombre, en concreto de un modelo que ha llamado su atención de entre los muchos videobooks que recibe a diario una profesional del ramo como ella. Como Lucía conoce al dedillo los gustos de su amiga, decide convertir a ese desconocido, Antonio, en el hombre ideal para María. Sin embargo, el plan necesitará un período de elaboración prolongado, porque en realidad Antonio, más allá de su atractivo físico, está en las antípodas de los gustos refinados de la mujer a la que debe seducir.
Es evidente que en esta película nadie ha jugado a inventar la sopa de ajo, porque la originalidad escasea y la trama no presenta particularidades destacables respecto a otras muchas comedias románticas de escasa categoría. La diferencia está en el ritmo narrativo, muy alto en todo momento, y en la calidad de un guión en cuya escritura tuvo mucho que ver Fernando León de Aranoa, colaborador en algunas de las obras precedentes de Antonio del Real. El libreto de Cha cha chá tiene gracia, buenos diálogos y los recursos suficientes como para que el espectador soslaye los diversos elementos poco verosímiles que forman parte de la trama. Que el guión es la piedra angular de esta película queda claro cuando vemos que los intérpretes que dan vida a los cuatro protagonistas de la historia no van precisamente sobrados de vis cómica. El director, con buen ojo, juega más la carta de la sonrisa cómplice de la audiencia que la de la carcajada, tomando prestados detalles de obras de Colomo o Fernando Trueba y, por supuesto de Pigmalión, porque el proceso de reeducación de Antonio que lleva a cabo Lucía deriva directamente de esa pieza icónica. El truco, y es lo que a mi juicio hace que Cha cha chá se eleve por encima de otros muchos films de similar idiosincrasia, es que se consigue manipular con estilo al espectador, que sabe lo que va a suceder al final (que nadie espere sorpresas en este aspecto), pero quiere que sea precisamente esa resolución amable que espera, la que vea plasmada en la pantalla.
La dirección es aplicada, sin destellos que inviten al entusiasmo, pero ejemplar en cuanto a hacer que el relato se mueva con la fluidez que se requiere. Antonio del Real sabe subordinarse al guión, y se deja llevar, que muy probablemente es justo lo que debía hacer. En la parte técnica, es preciso comentar que vivíamos en la época en que se asentó, parece que de manera definitiva, el poder de las cadenas de televisión respecto a las películas que se hacen en España, y también respecto a cómo se hacen. Un veterano de la gran pantalla, el camarógrafo Juan Amorós, hace un trabajo más que digno, el editor Miguel Ángel Santamaría, fiel colaborador de los principales artífices de las comedias madrileñas de la Transición y los 80, cumple con su cometido, mientras que el desempeño del compositor Pablo Miyar se me queda corto. En la banda sonora, se echa de menos una mejor y más variada utilización de los ritmos latinos que dan título a la película, máxime cuando una de las protagonistas regenta una academia de baile. Es posible que, en cuanto a la inclusión de escenas de este tipo, se tuviera en cuenta que los intérpretes principales no dominaran mucho la materia, pero repito que la parte estrictamente musical del film, más allá de la obvia alusión a uno de los grandes éxitos de Joan Manuel Serrat, debería haber dado más de sí.
Escribí antes que la vis cómica de los actores principales del film es escasa, y lo mantengo. En Cha cha chá, es mucho más lo que el guión da a las estrellas de la película que lo que estas le devuelven. Eduardo Noriega, por entonces la gran estrella emergente del cine español, siempre anduvo justo en cuanto a dotes para la comedia, y de hecho es en el drama donde ha dado lo mejor de sí. Su personaje, un guapo de barrio y maneras muy poco sofisticadas, daba para más, pero al menos no desentona. A Ana Álvarez, una actriz que siempre me ha cautivado por su belleza, se le puede aplicar lo dicho sobre Noriega, pero con mayor énfasis. Su personaje es goloso, pero ella, simplemente, no es divertida. María Adánez, cuya carrera se hizo grande gracias a la televisión, posee simpatía y gracia ante las cámaras, pero no es una actriz de peso, mientras que Jorge Sanz sólo consigue funcionar en la comedia desde la autoparodia. Quien sí domina los resortes de este género es Gabino Diego, pero su personaje, además de episódico, no pasa de ser un divertido estereotipo. Marta Belaustegui pasa por la película sin hacer ruido, y Elsa Matilla consigue despertar la sonrisa del respetable en varias de sus apariciones.
Cha cha chá no pretende otra cosa que hacer pasar un rato agradable al espectador, y lo consigue con creces. Sin ser una maravilla, sí es más reivindicable que muchas comedias patrias con mayor predicamento entre los creadores de opinión.