MURDER! 1930. 100´. B/N.
Dirección: Alfred Hitchcock; Guión: Walter Mycroft, Alma Reville y Alfred Hitchcock, basado en la novela de Helen Simpson y Clemence Dane Enter Sir John; Dirección de fotografía: J. J. Cox; Montaje: Rene Marrison, supervisado por Emile de Ruelle; Música: John Reynders (Dirección musical); Dirección artística: John Mead; Producción: John Maxwell, para British International Pictures (Reino Unido)
Intérpretes: Herbert Marshall (Sir John Menier); Norah Baring (Diana Baring); Phyllis Konstam (Doucie Markham); Edward Chapman (Ted Markham); Miles Mander (Druce); Esme Percy (Handel Fane); Donald Calthrop (Stewart); Esme V. Chaplin, Amy Brandon-Thomas, Joynson Powell, S.J. Warmington, Marie Wright, Una O´Connor, Kenneth Kove, Drusilla Wills, Violet Farebrother, Clare Greet.
Sinopsis: Una actriz teatral es juzgada por asesinar a otra. El jurado la condena, aunque uno de sus miembros no está conforme con la decisión y decide investigar por su cuenta.
Asesinato, tercer largometraje sonoro rodado por Alfred Hitchcock, está considerado como uno de los mejores trabajos de la etapa inglesa del director. Adapta una novela de intriga criminal firmada por Helen Simpson y Clemence Dane, que fue la primera de una trilogía detectivesca protagonizada por Sir John Saumarez (Menier, en la película). Todavía en estado embrionario, pero en esta película aparecen varias de las constantes en la filmografía de Hitchcock, para quien esta obra, de la que se rodó una versión alemana con intérpretes de aquel país, supuso un incuestionable paso adelante en su carrera.
El film, y esto no resultará extraño a nadie que conozca la filmografía de Hitchcock, comienza, previa aparición de los créditos al son de la Quinta Sinfonía de Beethoven, con una muerte violenta, en este caso de una actriz de teatro, en un modesto apartamento londinense. La víctima fue golpeada con un atizador de chimenea, objeto que los que acuden al lugar a causa del ruido provocado por el suceso encuentran en la mano de Diana Baring, una colega de la fallecida con la que tenía una mala relación. Diana, en estado de shock, apenas opone resistencia a los abrumadores indicios que la incriminan, así que es detenida y juzgada por la muerte de su compañera. En el tribunal, diversos miembros del jurado manifiestan dudas sobre los hechos y se resisten a condenar a la acusada, en especial el también actor Sir John Menier, pero al fin se alcanza un veredicto unánime de culpabilidad. No obstante, Menier sigue dudando, y mientras la sentencia se ejecuta busca esclarecer si las cosas sucedieron de verdad tal y como parecen.
Hitchcock siempre desdeñó las intrigas criminales cuyo eje es la autoría de un crimen, pero aquí nos sumerge en una de ellas. En plena transición entre el cine mudo y el sonoro, muchos elementos de las películas se generaban por puro ensayo-error, y el genio británico no fue una excepción. Se percibe una marcada influencia del expresionismo alemán, tanto en la planificación de las escenas como en el uso de claroscuros o en los planos, faceta en la que abundan los picados, muchas veces utilizados para enfatizar el desamparo de los personajes frente a las situaciones que afrontan. Dicen los expertos que Asesinato fue la primera película de la historia del cine en utilizar la voz en off, invento que a mi juicio ha producido más monstruosidades que prodigios, pero que en una trama detectivesca funciona de una forma más que correcta. El film empieza muy bien, con momentos, como el de la lenta panorámica que recorre los rostros de los presentes en el lugar del crimen hasta detenerse en el rostro inerte de Diana, todavía con el atizador en la mano, verdaderamente notables. Sin embargo, en la parte central de la película, centrada en la investigación del crimen que lleva a cabo Sir John Menier, el desarrollo se vuelve lento y discursivo en exceso, algo que choca tratándose de un cineasta que, si en algo ha destacado por encima de casi todos los demás, es por su capacidad para meterse al público en el bolsillo a través de las imágenes, más que de las palabras. Hitchcock lo compensa con una secuencia final, ambientada en el circo en el que Handel Fane, otro miembro de la compañía de actores, trabaja ahora como trapecista, en la que asoman muchas de las grandes cualidades que le encumbraron: la capacidad para generar tensión, el excelente manejo del tiempo y la planificación de las escenas de masas, o la importancia capital de objetos de uso cotidiano en contextos criminales. Algunos de los grandes temas hitchcockianos, como la culpabilidad, la impericia de las fuerzas del orden o el falso culpable, están en Asesinato, obra que también fue pionera en la inclusión de personajes homosexuales, aunque en este caso desde un prisma poco favorecedor. El travestismo frecuente en el mundo del teatro se refleja con mayor desenfado, y para la anécdota, al margen de ese cameo del director que pronto se convertiría en un guiño a su público, queda una escena en que Hitchcock rodó con niños y animales (aunque sin Charles Laughton), quizá sólo para demostrar que ambos resultan insufribles para un cineasta. Hay otra escena, la de la deliberación del jurado, por la que se considera que este film fue precursor de Doce hombres sin piedad. Tal vez, pero por la forma que tiene Hitchcock de mostrar el acoso al que el resto de miembros someten a Menier cuando este se convierte en el único que conserva las dudas sobre la culpabilidad de la acusada, uno diría que el director había visto y admirado Y el mundo marcha, obra maestra de King Vidor. Más allá de esto, Hitchcock demuestra que, a esas alturas de su carrera, ya poseía un envidiable dominio de la técnica cinematográfica, en concreto de la importancia del montaje. Jack Cox, por entonces el camarógrafo de cabecera de Sir Alfred, hace un trabajo notable en la iluminación. Respecto a la música, la original es poco menos que anecdótica, pero hay que subrayar el acierto con el que se utiliza esa pieza mayor que es el preludio de Tristán e Isolda.
Como suele ocurrir en los films de la época, las interpretaciones son muy deudoras de los modos del cine mudo, con tendencia a la exageración gestual y mucha teatralidad en los movimientos. Pese a ello, Herbert Marshall, actor de presencia distinguida y voz privilegiada, hace un trabajo en el que no sólo no se percibe la importante falta de experiencia en el cine que tenía por entonces, sino que su seguridad ante las cámaras ya hacía presagiar una carrera de altos vuelos. Flemático y decidido, Menier intenta subsanar la debilidad que manifestó ante el resto del jurado, que tal vez pueda costar la vida de una persona inocente, y lo hace con la energía y la clase que Marshall le sabe transmitir. El desempeño de Nora Baring es mucho más deudor de los tics del cine mudo que el de su compañero, y esto no beneficia a la actriz. Buen trabajo de Edward Chapman, notable el del debutante Esme Percy, y destacar la aparición de esa secundaria de lujo que fue Una O´Connor.
No es el mejor Hitchcock, pero es una temprana muestra de lo mucho y bueno que estaba por venir.