THE LAIR OF THE WHITE WORM. 1988. 92´. Color.
Dirección: Ken Russell; Guión: Ken Russell, basado en la novela de Bram Stoker; Dirección de fotografía: Dick Bush; Montaje: Peter Davies; Diseño de producción: Anne Tilby; Música: Stanislas Syrewicz; Dirección artística: John Ralph; Producción: Ken Russell, para White Lair-Vestron Pictures (Reino Unido).
Intérpretes: Amanda Donohoe (Lady Sylvia Marsh); Hugh Grant (Lord James d´Ampton); Catherine Oxenberg (Eve Trent); Peter Capaldi (Angus Flint); Sammi Davis (Mary Trent); Stratford Johns (Peters); Paul Brooke (Erny); Imogen Claire (Dorothy Trent); Chris Pitt, Gina McKee, Christopher Gable.
Sinopsis: Un joven arqueólogo escocés desentierra unos restos óseos de origen desconocido. A partir de ese momento, en los alrededores del lugar del hallazgo se suceden las misteriosas desapariciones de sus habitantes.
Los años 80 no fueron una buena década para Ken Russell, un director que, a fuerza de generar controversia con sus obras, se había consolidado entre los autores con más gancho del cine británico gracias a films como Mujeres enamoradas o La pasión de vivir. Como a otros tantos transgresores, no sólo en el cine, la decadencia de la contracultura perjudicó a Russell, relegado a una posición en la industria muy distinta a la que ocupaba en su época de mayor éxito. Por entonces, su obra se circunscribía a la realización de videoclips, telefilmes y largometrajes de serie B, casi siempre adscritos al género fantástico y de terror, al que pertenece La guarida del gusano blanco, adaptación de la última novela escrita por Bram Stoker, basada a su vez en una leyenda medieval inglesa. Crítica y público recibieron con tibieza un film coherente con la idiosincrasia de Ken Russell, pero que se queda lejos de los niveles de calidad de sus mejores trabajos.
A priori, la idea de llevar al cine una novela de Bram Stoker distinta a la que había adaptado todo el mundo, Drácula, pintaba bien. Que quien se hiciera cargo del proyecto fuera un director que había hecho del barroquismo y la provocación dos de sus principales señas de identidad, añadía interés a la propuesta. No obstante, los primeros fotogramas ya inducen a no fijar unas expectativas demasiado altas: se aprecia que la adaptación del libro, realizada por el propio director, guarda escasa fidelidad a la base literaria, y la escenografía delata unos medios económicos de lo más austeros. Hay otro problema más, en absoluto trivial: el cuarteto heroico del film, formado por un arqueólogo, un aristócrata redicho y dos hermanas virginales, es francamente soso, y la película no cobra vuelo hasta que aparece en ella la malvada Lady Sylvia. Sin duda, estamos ante el personaje predilecto de Russell, algo que casa bien con el temperamento del director, y a ella se reserva lo más distinguido que vemos en pantalla tanto en vestuario y maquillaje, como en unos diálogos que, más allá de los reservados a la perversa aristócrata y al retorcido mayordomo, son más bien insulsos. Como es marca de la casa, Russell introduce algunas escenas oníricas de aire alucinógeno que despiertan curiosidad en el espectador atento, pero revelan unos efectos especiales que ya eran cutres entonces. Esta concatenación de elementos es muy propia de un director que opina que, en una lucha entre el bien y el mal, el segundo es mucho más divertido. Eso sí, aunque la película remonta en su desmedido último tercio, la conclusión de ese combate inmortal parece caer en lo acomodaticio… hasta que el epílogo nos invita a creer lo contrario.
La filmografía de Ken Russell es un completo tratado del gusto por lo excéntrico, lo barroco y lo que se mueve más allá de los límites que marcan las convenciones sociales. La guarida del gusano blanco no constituye una excepción, pero ni el realizador se muestra especialmente inspirado, ni los medios a su alcance son los idóneos para dar rienda suelta a su acreditada imaginería visual. En esta obra hay mucho plano corto, pero se intuye que más para disimular lo espartano de la escenografía que por verdaderas necesidades narrativas. Lo mejor es que, para sacarnos del aburrimiento en que nos sumergen las que podemos considerar fuerzas del bien, Russell se lanza con todo: hay psicodelia, maldiciones ancestrales, una diabólica sacerdotisa, vampirismo, sacrificios humanos y un monstruo que emerge desde lo más profundo de la Tierra. Aunque a la película le cueste arrancar, una vez metida en harina, no te aburres. Y, lo que es mejor, hay mucho humor negro y la sensación de que tampoco la obra se toma demasiado en serio a sí misma.
Queda, todo hay que decirlo, la impresión de que el film fue rodado y montado con excesiva premura, con errores de continuidad que hubieran podido evitarse. Dick Bush, veterano colaborador de Ken Russell, aporta una fotografía colorista, incluso un punto abigarrada, que se antoja idónea para esta clase de propuesta. En cambio, la partitura de Stanislas Syrewicz, muy basada en el sonido de los sintetizadores, chirría en algún momento clave de la película (véase la escena del tocadiscos).
La labor del reparto tampoco pasará a la historia. Obtiene la mejor nota Amanda Donohoe, una maligna, perversa y sardónica sacerdotisa que añade sensualidad y misterio al personaje mejor tratado por el guión. Hugh Grant, años antes de convertirse en un desaborido galán romántico, interpreta a un aristócrata ajustado a su perfil, papel que no aprovecha para lucirse. Aunque, al lado de la televisiva Catherine Oxenberg, Grant parece un gran actor. Al margen de su condición de dudoso acicate para la taquilla estadounidense, uno se pregunta qué hace Oxenberg aquí. Es posible que ella también lo haga. Peter Capaldi es un intérprete muy capaz, también más visto en la pequeña pantalla, pero dudo que considere este como uno de sus mejores trabajos. La hoy retirada Sammi Davis le pone, al menos, algo de interés y buen hacer al asunto, y el experimentado Stratford Johns añade las justas dosis de viscosidad al inquietante mayordomo al que da vida.
Sin ser un producto desdeñable, La guarida del gusano blanco es la demostración palpable de que Ken Russell conoció tiempos mejores. La película sirve para pasar un rato entretenido y desprejuiciado, pero sin ir más lejos. No faltan las ganas de provocar y algún delicioso momento iconoclasta, pero sí mayor poderío.