EL ATAQUE DE LOS MUERTOS SIN OJOS. 1973. 89´. Color.
Dirección: Amando de Ossorio; Guión: Amando de Ossorio; Dirección de fotografía: Miguel Fernández Mila; Montaje: José Antonio Rojo; Música: Antón García Abril; Producción: Ramón Plana, para Ancla Century Films (España).
Intérpretes: Tony Kendall (Jack); Fernando Sancho (Alcalde Duncan); Esperanza Roy (Vivian); Frank Braña (Dacosta); José Canalejas (Murdo); Loreta Tovar (Moncha); Ramón Lillo (Beirao); Lone Fleming (Amalia); José Thelman, Juan Cazalilla, Betsabé Ruiz, Luis Barboo, Paco Sanz.
Sinopsis: En la Edad Media, los habitantes de un pueblo portugués se rebelan contra los caballeros de la Orden de los Templarios por sus actividades anticristianas. Después de apresarlos, los queman a todos en la plaza. Uno de ellos jura que volverán de entre los muertos para vengarse.
Asociado desde sus inicios en el cine a la serie B, y dueño de una trayectoria que le llevó por distintos géneros, desde el spaghetti western al cine folklórico, el director gallego Amando de Ossorio consiguió el mayor reconocimiento de su carrera gracias a sus películas de fantaterror de los 70, en concreto por su tetralogía sobre caballeros templarios resucitados de entre los muertos, iniciada con La noche del terror ciego. El ataque de los muertos sin ojos fue su continuación, con esquemas argumentales y estéticos similares, y un presupuesto algo menos irrisorio. Ambos films son los más reivindicados por los fans del director.
Con el éxito de La noche de los muertos vivientes, lo que resucitó en verdad fue el cine de zombies, que dio buenos frutos en los años 30 y 40 para después quedar en el olvido. Las cinematografías europeas no fueron ajenas a esa circunstancia, y se produjeron multitud de películas del subgénero, en especial en Italia, donde el giallo y el cine de terror llevaban años en buena forma gracias a las obras de Mario Bava y Riccardo Freda, y por supuesto a la rutilante aparición de Dario Argento. España, a pesar de la censura imperante, tenía algo que decir al respecto, y ahí se lanzó, con más entusiasmo que medios, Amando de Ossorio. El ataque de los muertos sin ojos reincide en el tema de los templarios que no se toman demasiado bien eso de ser linchados hasta el asesinato en la Edad Media, y un mal día abandonan sus tumbas para consumar su venganza. El prólogo del film se dedica a ilustrar la ejecución de unos templarios en la Portugal del siglo XIV, pues estos caballeros se dedicaban en su tiempo a libre a adorar a Satán y a hacer sacrificios humanos en su honor. Como en las versiones para el mercado internacional la censura no existía, este prólogo presenta unas dosis de gore notables para la época, que crearían escuela. Acto seguido, la acción avanza cinco siglos, cuando los lugareños ultiman los preparativos del aniversario de la quema de los templarios, y además se dedican, en el caso de la muchachada, a apalizar al tonto del pueblo y, en lo que respecta a los adultos, a sus corrupciones y escarceos eróticos característicos.
Como ya hay demasiada gente que engaña al personal en internet, he de decir que El ataque de los muertos sin ojos es mala… pero muy divertida. Amando de Ossorio, que no sólo había estudiado bien la película de George A. Romero (la parte central de ambos films transcurre en un edificio, en este caso una iglesia, rodeada por unos muertos vivientes que esperan impávidos la ocasión de liquidar a los vivos que allí se han refugiado), sino también otros films de terror como La máscara del demonio o Los pájaros. Sin embargo, olvida detalles sin importancia, como que las escenas que transcurren en paralelo no pueden alternar noche y día, o que rodar toda una persecución a caballo en cámara lenta es de lo más anticlimático. Amando de Ossorio, a lo Juan Palomo, dirigió, escribió el guión (una previsible sarta de tópicos, dicho sea de paso) y se encargó de los efectos especiales, terreno en el que el film, como en tantos otros, pasa de lo ingenioso a lo chapucero con asombrosa facilidad. Hay cosas que se pueden justificar por las precariedades presupuestarias, pero otras se deben a la simple torpeza. Añádase que los diálogos son malos con avaricia. Y sin embargo, como diría Sabina, no te aburres, porque nunca dejan de pasar cosas, el ser humano se muestra en toda su mezquindad, la venganza de los templarios vacía España (perdón, Portugal) en una sola noche y atmósfera, haberla, hayla. Como apunte político, los personajes con mando en plaza son abyectos (el alcalde) u holgazanes (el gobernador), terreno en el que el film abandona la temática fantástica y se vuelve realista. Sólo ahí, porque en el resto la coherencia narrativa brilla por su ausencia, lo que le añade dosis de jolgorio al asunto. Dicho esto, la fotografía de Miguel Fernández Mila, que había brillado en ese notable giallo que es Todos los colores de la oscuridad, es digna, José Antonio Rojo aporta oficio en la edición, y la música de Antón García Abril contribuye a crear la atmósfera terrorífica mencionada.
En El ataque de los muertos sin ojos, Amando de Ossorio dispuso de algo más de presupuesto para el equipo artístico, pero eso no se tradujo en buenas interpretaciones. El guión no ayuda, pero hay pocos actores en el reparto que se salven del suspenso, siendo preciso señalar que todos los intérpretes están doblados, lo que en algunos casos tiene difícil justificación. Tony Kendall, que da vida al héroe de la función, tiene la presencia necesaria, pero la expresividad de un guisante. Fernando Sancho pone el piloto automático para encarnar a un personaje que va haciéndose más miserable a medida que transcurre el metraje, y Esperanza Roy, de quien ya canté las alabanzas hace poco, es de lo poco decente del elenco, aunque su personaje sea un rosario de lugares comunes. Frank Braña, todo un clásico de la serie B hispánica, por lo menos le pone energía al asunto. José Canalejas está muy exagerado en el papel del tonto del pueblo, y la actriz que dobla a Loreta Tovar grita muy bien. La danesa Lone Fleming, que había protagonizado el anterior film templario de Ossorio, se deja ver.
El ataque de los muertos sin ojos es, en resumen, un producto de evasión que cumple con su cometido, aunque no son pocas las veces en las que roza el despropósito. Ya, lo de preguntarse por qué quemas los ojos a quienes acto seguido vas a achicharrar por completo, lo dejamos para los aguafiestas. Y sí, la premisa argumental recuerda a la de La Niebla.